El despertador de la señorita Susi (31)
06/12/2023
2306124571173

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https://valentina-lujan.es/susi/eldespert31.pdf
ni ella, aunque nada más fuese hoy y nada más por variar y llevar la contraria a la vieja costumbre —adusta, mal encarada y mentirosa, agazapada siempre tras la justificación de “es mi deber, entiéndelo”; y, sí, por supuesto que Susi la entendía a la perfección y a contracorrientes y mareas, “bajas o altas a ti qué más te da” y, sobre todo o el aparador en que guardase aquella vajilla de porcelana inglesa de la que nada más quedaba ya una taza y con el asa rota que utilizaba para una vez lavados y dejados secar ir echando los huesos de cerezas que algún día cuando tuviese tiempo y Loctite pegaría sobre aquella tabla que sobró después de armar el armarito del baño, por puro sentimiento (nada práctico, si, pero muy suyo) de ecuanimidad— el biquini de flores ni a tiro, “panda de harpías cuándo os veré arder en los infiernos” de las lenguas de fuego…
– De fuego, no, Susana ¿No ves que va a ser mucho?
Extranjeras, mejor, rectificó; alguno de aquellos idiomas que jamás aprendió y en los que imaginaba que se dirían cosas distintas, o con más palabras, o a lo mejor con menos, vete tu a saber, de las que se le hubiesen pasado a ella jamás por la cabeza si se hubiera decidido a hablar…
– Aunque sólo sea al espejo del baño ¿No?
Ni pensarlo. Los espejos, aun de baño, que tendrían que ser los más pudorosos, tienen la poquísima vergüenza de repetir todo, sí, pero siempre del revés.
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alicia bermúdez merino
el despertador de la señorita susi
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Alicia Bermúdez Merino
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2306114562617
El despertador de la señorita Susi (29)
06/11/2023
Valentina Luján
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert29.pdf y ella, Susi —que no sé si tachar el Susi, que se me ha escapado sin querer, o directamente borrarlo; aunque ninguna de las soluciones es buena del todo, entiendo, porque tacharlo supondría un, pues, eso, tachón que le molestaría; y borrarlo nos conduciría, que la conozco, a una nueva diatriba acerca de eso que ella llama la irreversibilidad de los actos humanos puesto que, sostiene, ningún acto realizado tiene marcha atrás, y que lo más que cabe, cabría, tratando de enmendarlo, sería realizar un nuevo acto (el de borrar) que tampoco la tendría y cuya pretendida reparación conllevaría volver al punto, lugar y momento en que se realizó el acto primero e intentar rehacerlo. Pero que, tambien dice, tampoco eso es, sería, posible, puesto que, si el tal acto tuvo su lugar y su momento, el tiempo trascurrido y el espacio recorrido hasta llegar al ahora mismo en el que estamos nos ha alejado irremisiblemente de aquellos otros momento y tiempo a los que ya es impensable regresar— preguntar que dónde están las suyas porque, acuérdate dice, la última vez que me lo preguntó no sacó nada en claro, que más bien en oscuro, y que a qué viene esa tontería de querer negar unas gafas y una pitillera que tanto juego pueden dar a un personaje que, a veces, no sabe el pobre que hacer con sus manos mientras habla – Ah —le digo— el personaje puede hacer infinidad de cosas mientras habla —y enumero—: caminar, pintar, peinar, coser, dibujar, rascarse, cocinar, subirse a un árbol, mirar por la ventana, poner la comida al perro… ¡Todo eso ya lo sé! —se exalta, como es tan temperamental—, pero para poder ir centrándonos en qué, nos convendría primero, me parece a mí, tener una idea, aunque fuese vaga, sí, pero por algo se empieza, de… Pero ¿qué has hecho?, ¿no vengo de decirte que… – Ya, sí, perdona, me despisté, no te exaltas y no eres temperamental ¿Percibo un no sé que de sarcasmo en tu tonillo o es que también soy suspicaz? – No sé, me está prohibido el decirlo. Vamos, tesoro, no te pongas mordaz. Yo no te prohíbo nada, pero, quisiera que me entendieses, el escritor, tú, querida, en este caso, has de cuidar de sacar de mí, tu personaje, la verdad, o la autenticidad (sea la que sea y que iremos descubriendo junta, si logramos arrancar, que no sé yo; y ponlo entre paréntesis, que no nos vayamos a liar) que en mí misma haya y acertar a plasmarla, tal cual, sin añadidos ni acotaciones ni apreciaciones subjetivas, de tu cosecha, que predispondrían al lector, así, por las buenas y sin mucho fundamente, en mi favor o en mi contra cuando, para colmo y como te iba diciendo, ni siquiera sabemos todavía algo, tan accesorio, sí, pero que allana tanto el camino, como si soy aficionada a algo tan valga la redundancia caminar o pintora, modista, peluquera, cocinera… Y, el perro, la ventana, ¿sabemos si tengo perro, que ladraría y algún vecino quisquilloso habría ya venido a protestas? ¿Sabemos si no estoy en una mazmorra medieval, o, aunque sea, por no tener que acudir a hemerotecas o legajos antiguos que sería un engorro, en una cárcel, civilizada, de las de ahora, pero confinada en una celda oscura porque haya cometido, qué sé yo – ¡Un asesinato! Hija eso no; qué extravagancia, qué vulgaridad… Además, que como que no me veo, no sé, no me apetece un pelo, ponerme a asesinar así a lo tonto sin saber ni a quién ni por qué… – A ver, espera, mira —y repaso, en la página de arriba—; nos hemos dejado dibujar, rascarse y el árbol. Bah, quien pinta es muy posible que dibuje. Y rascarse pues cualquiera se rasca. Y, el árbol, qué necesidad tengo yo de subirme a ningún árbol – No sé, pero si a todo le pones inconveniente no arrancaremos nunca. Tú verás. Calla… ¿Termino de oír el timbre? – No creo. Pues a mí me ha parecido que – Pero yo tengo un oído de tísica, así que… Eres tonta. Date cuenta de que podría ser alguien; el cartero con un certificado, el vecino de abajo con una gotera – Un mensajero con un ramo de flores… Eso no. No conozco a nadie que me mande flores. – Un amigo que se marchó hace mucho al extranjero y, casualmente, por vaya usted a saber que motivos que ya averiguaremos, si quieres lo apunto, pasaba por aquí y… No tengo ningún amigo. – ¿Y tu sobrino? Ese que sabe mucho de informática y viene a arreglarte el ordenador… ¡Basta! No tengo ningún sobrino. – Así no vamos a ninguna parte- Pues pistas ya te he dado algunas —dice, y que espabile. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2306114564024
El despertador de la señorita Susi (35)
06/11/2023
Señorita Susi
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert35.pdf y que a mí me gustaría procurases no describir así de sopetón y a tontas y a locas simplemente porque sí; que si tengo que ser malvada, por ejemplo, entiéndeme a ver si me entiendes lo que quiero decirte, o cruel, o soberbia o vanidosa o despreciable o embustera a mí no es que vaya a parecerme mal, que hasta creo que me haría ilusión fíjate, pero que se me vea, que se me note a mí, por mi misma, y que tan pronto el lector me eche la vista encima, o bueno, tampoco demaseao pronto, en fin, que primero habrá, claro, que ir preparando el terreno, y para eso confío en ti y espero que no me defraudes, se percate de que soy una cosita de mucho cuidao, sí, pero que sea él el que se dé cuenta, no porque tú se lo digas y lo predispongas; que debo ser yo misma, o por lo menos así lo pienso yo, quien me descubra, sin querer, claro, porque entonces perdería ya gracia, por medio de mis propios actos, que, esos sí, estás para contarlos porque si no qué haces aquí. Pero todo lo demás, mi personalidá y mi carácter y mis defectos y mis virtudes, que alguna tendrás que ponerme, me figuro, para no exagerar porque los extremos muy extremosos quedan siempre, no sé cómo lo verás tú, de tan excesivos muy poquito creíbles, tiene que traslucirse como te estoy diciendo, créeme, que lo digo por tu bien y aunque sea mi mal, porque, de lo contrario, piénsalo y verás cómo tengo razón, tú, mi creadora, quedarías desprestigiada, mal vista y puesta en tela de juicio porque… Pero, ¿mestás atendiendo?, que te veo ahí tan al tecleo tan a lo tuyo que no sé si mescuchas – Pues claro que te escucho ¿Qué otra cosa podría o tendría que hacer? Pues no sé, pero. A ver, déjame ver —dice, y me aparta a un lado para ver la pantalla y que, dice, hay palabras mal escritas. – Exactamente como las has pronunciado ¿Ves como sí te escucho? Ya, oye, pero es que tampoco es ese; que así, de oído y a pura oreja… Y que todo el mundo se come alguna que otra letra cuando habla, que no veas las de mi pueblo, que son modismos, vicios, maneras de hablar y esas cosas, pero, al escribirlas… Además, ya te he dicho, si tengo que ser un cacho pécora lo seré, no pasa nada, pero con elegancia, con estilo, con clase… – No sé si voy a saberlo hacer. Que sí, mujer — y que no mee desanime, dice, pero yo me siento un poco Pero qué un poco qué… Si sólo tienes que dejarme ser yo, pero sin empujarme ni agobiarme. Que con paciencia y un poquito de mano izquierda ya verás cómo te salgo bien —y, debe de ser porque está cansada y quiere que lo dejemos, se pone de pie, y con las manos en la cintura se estira, y echa la cabeza hacia atrás, y bosteza ¿Lo ves? Ese gesto, ese bostezo, esas manos, ese estirarse, ese echar la cabeza hacia atrás… Es que se lo has visto hacer a alguien y, ahora, por rellenar, vas y hala me lo endosas a mí —y que si no me esmero, dice, si no pongo el alma en lo que me traigo entre manos y me limito en plan chapuza a juntar y pegar de acá y de allá cosas manoseadas y mil veces repetidas no seré un dios creador, una diosa, sino, tan sólo, una especie de operario en una cadena de montaje, aburrido –Sí, entiendo; rascándose los sobacos entre tornillo y tornillo Justo esperando a que suene la campana — y que si quiero, dice, puedo escribir axila – No, si ya, y a punto estuve; pero por si protestabas con que no es tu estilo; y, además, un tachó que no te gust Bah, mujer, si esto es en sucio; luego ya Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144316177
El despertador de la señorita Susi (4)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/cuyo%20marido.pdf Una señora que pasaba muy malos ratos porque el marido, un bendito que por otra parte la adoraba, era sin embargo un tipo tan enormemente distraído y hasta extremos tan insospechados que aun pese a quererla como a las niñas de sus ojos se pasaba la vida equivocándose de esposa y, cuando la acompañaba a comprarse guantes o sombreros y salía del vestidor de los grandes almacenes alguna otra señora, él, en su despiste, le decía que estaba muy guapa aunque no fuese verdad — como era un hombre tan bondadoso — y la señora, entonces y sobre todo si no era verdad y ella plenamente consciente de no ser muy agraciada, le devolvía una sonrisa agradecida y le decía un poco ruborizada “es usted muy amable”. Preguntaba él, extrañado aun en su despiste, que por qué lo trataba de “usted” después de tantos años y, ella, entonces, le respondía que precisamente por haber pasado tantos años desde que se vieran por última vez antes de que él se marchara a América a hacer fortuna no estaba segura de que fuera correcto el tutearlo porque bien podría ocurrir que hubiera él cambiado de estado. Reía él entonces, divertido, con esa risa un poco estrepitosa con que ríen los hombres bondadosos entrados ya en años y algo gruesos, y le decía que había que ver si no era poco bromista; y que eso era lo que más le gustaba de ella, su sentido del humor y aquella manera suya tan encantadora de… La esposa, que lo había reconocido entre la multitud por aquella su risa un poco estrepitosa, se acercaba, pedía disculpas muy seria y muy correcta a la desconocida explicando “es que este marido mío es terriblemente despistado” y se lo llevaba del brazo regañándole entre dientes por esa “tonta costumbre que tienes, Aniceto, de pegar la hebra con todas las mujeres feas que te vas encontrando”. Cuando la desconocida era guapa todo resultaba bastante menos confuso y menos engorroso para la esposa porque, cuando el marido se equivocaba, la señora guapa lo miraba despectiva y se daba la media vuelta; y a la salida del vestidor allí se lo encontraba ella, la esposa, parado sin hacer payasadas ni un ridículo del todo innecesario y fuera de lugar porque, como ella argumentaba cargada de toda la sensatez que podía adornar a una dama de su edad tocada con semejante sombrero, “nosotros, Aniceto, estoy convencida de que ya hemos hecho y con creces todo el ridículo que el destino nos tuviese deparado el realizar”. Y que ya era hora de ceder el paso a las nuevas generaciones, que venían apretando y era seguro que — porque el proceso evolutivo de la especie humana es irremisiblemente así — el perseverar y querer competir era batalla perdida de antemano porque ellos, los jóvenes, tanto más preparados gracias a los adelantos modernos y a las técnicas docentes cada día más punteras, nos darían, a todos nosotros, ciento y raya con su saber hacer unos ridículos que, “créeme, Aniceto”, dejarían en mantillas a todos los ridículos hechos, con tanta tenacidad y tanto esfuerzo, por todas las generaciones pasadas de las que no somos más que un pálido, muy pálido reflejo. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305154330682
El despertador de la señorita Susi (10)
05/15/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/D/nohabiaraz.pdf pero sí lo bastante bien alimentadas como para que no fuese un disparate albergar esperanzas de que llegasen, con el tiempo — o incluso sin él si se mostraba reticente a acompañarlas —, a igualar a sus mentoras… Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214374113
El despertador de la señorita Susi (18)
05/21/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/sin%20querer%20dar%20a%20entender.pdf sin querer dar a entender con ello (fuera eso por delante y abriendo filas, paralelas y bien rectas porque si había algo que sacara de quicio a doña Eutimia era las filas de cualquier manera) que estuviese ni por un momento dudando de que la detallada pormenorización de los lamentables sucesos en que el señor Cremades se hallaba involucrado no fuera — a criterio de su mentor que tan orgulloso se sentía de haberlo instruido dentro y a puerta cerrada de los más celebrados (aunque sin bulla exagerada ni, por supuesto, luciendo gorritos ridículos ni matasuegras) cánones de la ética — a estarse ciñendo estrictamente a la verdad de unos hechos que, al paso que íbamos (el reloj de la sala terminaba de marcar tan puntual como solía las 5:27 P.M.), ya se vería si llegaban a verse consumados por, al menos, la cocinera del padre y muy señor de la tía soltera de la del tercero o, en su defecto — posibilidad que no debía en modo alguno dejar de contemplarse pues que ella misma, previsora, había mandado recado con don Anselmo, el registrador de la propiedad —, la menor de las sobrinas del corredor de apuestas, bastante más feucha que sus hermanas pero, también, la que de mejor vista gozaba para llevar adelante una labor tan fina como lo era la de sacar punta a algo que, saltaba a la vista, no admitía más vuelta de hoja que la de entrar por el aro de resignarse a que las cosas ya no iban a ser nunca como lo habían sido hasta fecha inmediatamente anterior a que la freidora de las de Gordillo desapareciese sin dejar más huella que aquel su peculiar olorcillo a bergamota que nunca la abandonaba. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305204371641
El despertador de la señorita Susi (23)
05/20/2023
Señorita Susi
https://valentina-lujan.es/V/volveraponers.pdf Y ella, Susi — la señorita, claro, porque de qué otra Susi ni de qué otra señorita que no sea la señorita Susi que ansía, fervientemente, estrenar de una puñetera vez la jodida libretita de pastas rojas {porque, que a lo mejor no lo he dicho, ni escrito, con tanto que escribir y que decir que se termina por perder el hilo, la señorita, y sin dejar por eso de serlo dado su estado civil, es un poco deslenguada a veces y su vocabulario, como puede verse (o detectarse al tacto, en braille, en el caso de los invidentes, que me advierte que ni se me ocurra escribir ciegos, que no tiene ella ganas de incurrir en incorrecciones políticamente incorrectas), no muy refinado} estamos tratando en estas páginas —, así lo consigna, en el encabezado y resaltado con marcador verde, por fin, en la libretita de pastas de color ya mencionado (pero, bueno, rojas por si alguien no se acuerda porque qué trabajo cuesta repetir una palabra tan corta), marcado en verde, en verde tal y como lo arrastró desde la página 2 del archivo de procedencia con la pequeña variación de que la primera V de volver va en mayúscula para dar a entender que tal es el título del primer capítulo de la novela, relato, cuento, folleto o folletín o lo que sea (que ya verá qué sale, dice — y, a mí, “pero tu apunta, que en la vida todo es ponerse y con tesón y buena voluntad a alguna parte llegaremos” —, porque, dice también y yo obediente lo escribo, “hay que saber darle al tiempo su tiempo” y que si se lo toma despacio pues aguantarse. ¿Y si no sale nada? — pregunto. Tú escribe y calla — contesta; y echando la vista por encima de mi hombro —: mira, a lo tonto a lo tonto y como quien no quiere la cosa ya llevamos, renglón arriba, renglón abajo, como quien dice una página. Una página entera — replico — que termino de saltar a la segunda. Y que pues más a su favor y que ya me lo dijo. Y que por hoy vamos a dejarlo, que tiene sueño, y el yoga sin hacer y el gato sin paté; aunque le da rabia porque, sin querer, ha rimado hacer con paté, pero que es lo que hay y que qué se le va a hacer. Y que revise erratas y faltas de ortografía; y cuente las palabras, y lo pase a limpio en, como siempre y según su (que yo diría mí, pero no digo nada para no discutir) costumbre, Calibrí 14. Y, sí, las cuento: Cuatrocientas cincuenta y tres incluido este recuento. Y lo paso a limpio, como puede verse y tal como me ha dicho; lo que arroja un total, en resumidas cuentas y si añadimos las diez del pie de página de arriba, de cuatrocientas noventa y una. Hecho. Cuatrocientas noventa y seis. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305154330743
El despertador de la señorita Susi (12)
05/15/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/por%20doquier%20y.pdf por doquier y razones tan sencillas como que ni era verano ni ella estaba (que supiera, al menos) menopáusica — era más puntual que el reloj del vestidor que…, ahí estaba, míralo, marcando en el momento preciso la hora previsible y exacta y no cualquier otra intempestiva e inexacta ya por olvidadiza o remolona ya por atropellada —, aunque ya se cercioraría el próximo día 29 (la señorita Susi se alegró de que aquel año fuese bisiesto, que así no se desorientaba) o, si es que se le pasaba, dentro de cuatro años como, total, el tiempo corre que se las pela o viérase, si no, el paso que llevaba dejando su huella en tantos rostros surcados de arrugas y en tantas cabezas encanecidas cuando, hacía cuatro días como quien dice, fueron tersos aquellos y peinaron estas sedosos cabellos rubios o castaños, lisos o ensortijados enmarcando, en sus diferentes colores o texturas y en cualesquiera de los casos, las facciones más o menos perfectas y mejor o peor dibujadas dependiendo de la mano y de la capacidad de observación (sin olvidar, claro está, las dotes artísticas del que manejaba el carboncillo o el pincel bajo la mirada crítica de don Eliseo ) de su correspondiente creador. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214374687
El despertador de la señorita Susi (21)
05/21/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/y%20la%20premonici%F3n.pdf y la premonición de que se avecinaban unos problemas que mal encarados y peor dispuestos, liderados con mano de hierro y profusión de proclamas y arengas pronunciadas con voz campanuda por el que parecía (a la vista de su envergadura y dimensiones) el más temible de perfectamente, fue a muy pocos pasos de la consola del fondo del pasillo flanqueada a su derecha por el paragüero y a su izquierda por la aspiradora —, si las cosas estuvieran siendo como debían ser y como siempre, la menor posibilidad de hacerse un hueco (ni aun pequeño) en un barrio que de toda vida se había llamado “residencial” por algo tan sencillo, en primer lugar, como el que nosotros dispusiéramos desde la más remota de las antigüedades conocidas del derecho a nuestra forma peculiar e intrínseca de dar nombre a las cosas propias o ajenas y, en segundo lugar, porque… — ¿Por qué, Susana? — ¿O es que no era capaz de llevar dos lugares, tan comunes, por otra parte (o de lo contrario no se le habrían ocurrido jamás), en la cabeza? Pero, y la señorita Susi — Susana, desde ya y en cursiva (para irse ejercitando en la terriblemente ardua labor de no engañarse) — bien lo sabía, nuestro mundo se desmoronaba a pasos agigantados no dejando lugar ni dando pie (a la señorita Susi le resultaba muy penoso el elegir, por eso cuando había dos opciones se quedaba con las dos) más que a doblegarse y claudicar si bien, y en este aspecto era Susana del todo inflexible, ella se había mostrado dócil y dispuesta (o, bueno, sólo dócil) a hacerse cargo de lo uno o de lo otro pero no de ambas cosas habiendo, como había, una multitud de desaprensivos que jamás habían asumido responsabilidad alguna amparándose en el ardid del todo fútil de que los otros, los emprendedores y bien educados, lo harían mejor, o peor, o como fuera, pero seguro que de la manera que más grata pudiera resultar a los ojos de El Señor, que era el sobrenombre con que nos solíamos referir al principio y al fin de todas las cosas dejando, sistemáticamente y con obstinación digna de un encomio mucho mejor del que se le alcanzaba a reconocer a duras penas, para mañana el buscar una denominación para todo cuanto (en una especie de cajón de sastre al que ni los más aguerridos se animaron nunca a meter mano) quedaba entremedias, entreverado, mezclado, salpicado de pequeñas briznas de algo denso y pegajoso consignado en el memorándum como “cotidianidad” que resultaba — por más tesón que se aplicase a la tarea — muy difícil de arrancar. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144317679
El despertador de la señorita Susi (7)
05/14/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/E/eldesper.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundos antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la obligase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad, pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta mesa ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión algo mermadas por causa de… ¿qué habíamos dicho? – Sordera — repuso una mujer corpulenta de la segunda fila —; y discúlpeseme el ser tan concisa y no expresarlo de un modo más delicado como “deficiencia auditiva”. Pero es que ando si se me permite la expresión un poco volada porque he dejado la lavadora puesta, y si nos detenemos en minucias terminará de centrifugar; y si no saco la ropa de inmediato se arrugará muchísimo. Así que, con todo el dolor de mi corazón y lamentándolo profundamente, me veo en la necesidad de intervenir, por ir... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305164337350
El despertador de la señorita Susi (17)
05/16/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/si%20se%20daba%20credibilidad.pdf si se otorgaba credibilidad o se hacía merced de alguna de las prebendas con que cabía dotar a semejante criatura y al objeto de que fuese acogida con agrado en su nueva familia — y no había razones de suficiente peso para denegar ni lo uno ni lo otro — a la del sexto (número 3) y a sus insinuaciones dando a entender que su esposa, madre de la aludida, ya era viuda desde por lo menos unos dos años antes de que naciera la mencionada tía y sin que, por otra parte, se tuviera constancia de que hubiese contraído nuevas nupcias; pero no se comprendía (por contra ni en absoluto y a pesar del esfuerzo realizado por toda la vecindad, que se esmeró en proveerla de un ajuar al que no se pudiesen poner pegas ni en el convento ni en el internado ) si se dejaba uno llevar, como tan a menudo sucedía, por el descreimiento o, como mal menor pero no mucho menos pernicioso, por una insoportable apatía que imposibilitaba el discernir qué era verosímil y qué sólo patrañas que corrían de boca en boca sin más objeto ni finalidad que el dejar pasar la vida, pero de largo, imponente y altiva, ataviada sin ostentación de toda la cohorte de sus días, a la espera de que lo que hubiera de acontecer sucediese y abrazar, al fin, cada cual un destino que cuando llegaba con sus sellos y su acuse de recibo resultaba la mayoría de las veces ser para otro que había muerto aguardándolo. Pero… ¿cuál sería la situación si la tal credibilidad no se otorgaba, o se otorgaba pero no a las insinuaciones, o sí a las insinuaciones pero no de la del sexto 3 sino de la del octavo 2, tan diferentes aunque no mucho menos malévolas? La pregunta causaba su impacto, desde luego; pero cuando ya había alguien con la respuesta a punto, preparada en posición de salida al borde mismo del filo de la lengua, se destacaba entre la concurrencia un Otro argumentando que el meollo de la cuestión no era ese sino el considerar con toda la frialdad de que fuese posible hacer acopio si existía alguna probabilidad, por remota que fuese, de que por causa de algún error de inscripción en el registro el verdadero inquilino de la vivienda que siempre había servido para identificar a aquella señora de cabello rubio y edad indefinida pudiera estar siendo un caballero o, aunque esto ya podía considerarse con un poco más de acaloro sin incurrir en desacato, la del octavo 2 una criatura angelical incapaz de caer en tamaña vileza. Se terminaba a la vista de tantos inconvenientes admitiendo que, aun con su liviandad a cuestas, más valía atender a las razones que apuntaban a que lo más aconsejable iba a ser otorgar credibilidad; a lo que fuera y, si no era mucho pedir, sin rechistar y punto. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144317730
El despertador de la señorita Susi (9)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/L/lasolquelunue.pdf que luego, cuando los hechos se manifestaran abiertamente irreversibles, investidos de todo el esplendor de su poderío, todo el mundo querría arrogarse el protagonismo de haber sabido intuir alegando, con desfachatez imperdonable, haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor — aunque este particular hubo de quedar por lo pronto en suspenso ante las airadas protestas (que se admitieron, por cierto, contra todo pronostico y aunque fuera de concurso; y en el acta está consignado por si alguien tuviese la curiosidad de echarle una ojeada) de los que adujeron que no era a las apariencias a lo que estábamos juzgando — habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es (y quien no ha vivido la experiencia alguna vez) el que un despertador se niegue a cumplir su cometido. No según todas las apariencias, por tanto y por mayoría simple (aunque suficiente y por los pelos), sino según y tan solo unas apariencias que habrían de ser las que resultaran a criterio de cada cual más relevantes una vez que serenados los ánimos se mirase atrás y se pudiera recordar todo lo acontecido desprovisto de la carga emocional que sin duda supuso allí, en el espacio original en el que sucedió y bajo el influjo de unas circunstancias muy concretas que nunca más volverían a producirse ni en presencia, por añadidura y bajo cuerda o sobre los picos de las más altas montañas que pudieran divisarse con prismáticos de largo alcance, de unos espectadores que no iban a olvidar, casi seguro, todo lo que debería llevarse en mente de manera ordenada y rigurosa con idénticos criterios de “rigor” y de “orden” que los que aplicaran los espectadores primigenios en sus respectivos momentos y correspondientes días que, a ser posible y en el caso improbable de que no se presentara fuerza mayor o de más elevado estatus, serían (o de lo contrario surgirían problemas y desajustes que nadie salvo los irresponsables y algún que otro díscolo o inadaptado deseaba) de veinticuatro horas, repasadas y sin flecos ni recortes que pudiesen afearlas. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305164337169
El despertador de la señorita Susi (14)
05/16/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/S/sequitolag2.pdf por segunda vez y, ella, Susi, se colocó nuevamente las suyas con intención de anotarlo en la libretita de pastas rojas en la que siempre, entre dibujillos y palabras sueltas, había tenido la costumbre de garabatear ideas, frases, circunstancias de otros, desconocidos siempre, que pudieran servirle de punto de arranque para, si alguna vez se armaba de valor y se resolvía a estrenar la libretita nueva, la de verdad, la suya, utilizarlas, como recién pensadas, como recién paridas por su propia capacidad de dar a luz, traer a la vida… Si te me vas a poner cursi me voy. Sólo estaba pensando. No te enfades. Nada más estaba intentando… Pero no iba en serio. De verdad que no iba en serio. No iba en serio. No iba en serio ¿Para qué coño piensas cuando no va en serio? No sé. Un despiste. Pero nadie va a enterarse ¿Ves? Y me muestra, le muestro, las páginas en blanco que, nunca, dice, te decidirás a emborronar a la sombra de excusas pretenciosas y ah es que yo quiero escribir algo distinto… Distinto, ¿de qué? Excusas pretenciosas que dan sombra. Y, tú, nosotras, ahí debajo, tan fresquitas, como si estuviésemos en una merienda campestre, junto a un riachuelo de aguas cristalinas que murmuran… Aguas criticonas, deslenguadas… Oh. Sí. El agua tiene lengua. Jodida manía de tergiversar. Pero Susi no escribe, no anota, chupetea el extremo del bolígrafo con la vista fija en algún lugar, en algún objeto, en alguna emoción o sentimiento que, tal vez, resultase un buen recurso el describir porque, dime, se dice, cuántas páginas no han salvado detalles tan… Páginas y páginas a lo largo de la literatura detallando ojos, lugares, labios, estaturas… ¿Es lo que quieres para ti? Para ti ¡Si no fueras tan rígida! Si te dieras un poco más de libertad. De ligereza. Aligerar la carga. Sin manos. Sin frenos. A tumba abierta. No importa la caída. No importa qué ni adónde. Ni tampoco qué cuando si de arriba o de abajo. Ni de cierto o incierto. Ni de luz o tinieblas. Ni de soplo o espasmo. Si de dolor o gozo. Si de aquí si de ausencia. Si de silencio o cantos quebrados que rodando arriba a la ladera del costado del viento que ruge entre las venas bramando blanquecino, presuroso en su estima de qué rondará al alba de aberraciones broncas roncando a pierna suelta resacas de jolgorios, de disfrutar la vida, sin importar qué pase, qué llegue ni se extinga en la garganta abierta tragándose desnudos disparos de dirías cualquier palabra nueva portadora de andrajos desgajados de erráticas displicencias ceñudas que, contemplando herméticas transparencias reinando en… Se me acaba la cuerda ¿Qué quieres que te diga? Que no me digas nada. Que te calles y escribas qué bulle en el vacío, en el lleno entrelineas que al pensamiento esquiva. Al final lo rimaste. Que no es lo que quería. No sabes lo que quieres. Ni lo que sé lo quiero. Por hoy hemos cumplido. ¿Cierro? Cierra. Fin* *De las 3 páginas (numeradas y en blanco), 36 párrafos (contados y en blanco), 61 líneas (contadas y en blanco); que arrojan un total de 502 palabras contadas y en blanco que la señorita Susi no supo encontrar para escribir qué bulle en el vacío, en el lleno entrelineas que al pensamiento esquiva. Fin** ** del fin* Fin*** *** del fin** del fin*
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2305144316092
El despertador de la señorita Susi (2)
05/14/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/A/alterasised.pdf pero sólo como alternativa — y en páginas, como puede verse, sin numerar pero, y también puede verse, con más notas al pie y al objeto de que el texto resultase enriquecido y las explicaciones más completas — para el caso de que se otorgara credibilidad o se hiciera merced de alguna de las prebendas con que cabía dotar a semejante criatura y al objeto de que se acogiera con agrado en su nueva familia a la del sexto (número 3) y a sus insinuaciones dando a entender que su esposa, madre de la aludida, ya era viuda desde por lo menos unos dos años antes de que naciera la mencionada tía y sin que, por otra parte, se tuviera constancia de que hubiese contraído nuevas nupcias; pero no se comprendía (por contra ni en absoluto y a pesar del esfuerzo realizado por toda la vecindad, que se esmeró en proveerla de un ajuar al que no se pudiesen poner pegas ni en el convento ni en el internado ) si se dejaba uno llevar, como tan a menudo sucedía, por el descreimiento o, como mal menor pero no mucho menos pernicioso, por una insoportable apatía que imposibilitaba el discernir qué era verosímil y qué sólo patrañas que corrían de boca en boca sin más objeto ni finalidad que el dejar pasar la vida, pero de largo, imponente y altiva, ataviada sin ostentación de toda la cohorte de sus días, a la espera de que lo que hubiera de acontecer sucediese y abrazar, al fin, cada cual un destino que cuando llegaba con sus sellos y su acuse de recibo resultaba la mayoría de las veces ser para otro que había muerto aguardándolo. Es decir, que parecía imponerse que, una vez hechos todos los cálculos y efectuadas las comprobaciones pertinentes para estar bien seguros de que no se estaban arrastrando errores ni en las sumas ni en las restas, admitir que a la vista de que las probabilidades a favor de comprender eran dos — y no había, téngase en cuenta , razones de suficiente peso para denegar ni lo uno ni lo otro — y que a favor de no comprender se disponía nada más que de una , avenirse gustara o no gustase a admitir que sí, que se comprendía, iba a resultar lo más sensato. La conclusión era, y nadie con un mínimo de sentido común lo podía poner en tela de juicio, enteramente incuestionable tanto si se decidía conformarse con una mayoría simple como si se optaba por, puestos en plan de sacar punta a todo, la absoluta. Y, naturalmente, no se ponía; ni en tela de juicio ni sobre la mesa. Pero, y he ahí un matiz que merece la pena no desdeñarse, tampoco en cuarentena el contemplar el riesgo que implicaría el reflexionar acerca de cuál estaría siendo el panorama si contra todo pronóstico hubiese quedado una puerta abierta a la eventualidad del “pero”; un “pero” que podría muy bien, si es que la asamblea expresaba su deseo de que así se hiciera, adornarse de los característicos tres puntos suspensivos que se utilizan cuando se está dejando algo, pues eso, en suspenso. Es decir, algo que podría quedar más o menos así: Pero… ¿cuál estaría siendo la situación si la tal credibilidad no se hubiera otorgado, o se hubiera otorgado pero no a las insinuaciones, o sí a las insinuaciones pero no de la del sexto 3 sino de la del octavo 2, tan diferentes aunque no mucho menos malévolas? La pregunta causaría su impacto, desde luego, esquivando grácil y limpiamente el escoyo de estar siendo nada más una hipótesis ; pero cuando ya hubiera alguien con la respuesta a punto, preparada en posición de salida al borde mismo del filo de la lengua, se destacaría entre la concurrencia un Otro argumentando que el meollo de la cuestión no era ese sino el considerar con toda la frialdad de que fuese posible hacer acopio si existía alguna probabilidad todavía no contemplada, por remota que fuese, de que por causa de algún error de inscripción en el registro el verdadero inquilino de la vivienda que siempre había servido para identificar a aquella señora de cabello rubio y edad indefinida pudiera estar siendo un caballero o, aunque esto ya pudiera considerarse con un poco más de acaloro sin incurrir en desacato, la del octavo 2 una criatura angelical incapaz de caer en tamaña vileza. Se terminaría a la vista de tantos inconvenientes admitiendo que, aun con su liviandad a cuestas, más valía atender a las razones que apuntaban a que lo más aconsejable iba a ser otorgar credibilidad; a lo que fuera y, si no era mucho pedir, sin rechistar y punto. Punto, y sólo uno; y final. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144317693
El despertador de la señorita Susi (8)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/Eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, investidos de todo el esplendor de su poderío — y ataviados no del chándal un poco raído con el que practicaban footing los días de fiesta por la mañana en el parque, ni del batín con borlas y las zapatillas de franela a cuadros con que podía verlos la sirvienta mientras se desayunaban en los días de labor sentados a la mesa de la cocina (eran unos hechos cercanos, familiares, que en la intimidad gustaban de la sencillez y de aspirar los aromas de los fogones en los que se empezaban a cocinar ya de buena mañana platos suculentos un poco, tal vez, en exceso especiados) sino del traje Armani confeccionado a la medida y de los zapatos italianos reservados para los actos solemnes — todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor — aunque este particular hubo de quedar por lo pronto en suspenso ante las airadas protestas (que se admitieron, por cierto, contra todo pronóstico y en el acta está por si alguien tiene la curiosidad de echarle un vistazo) de los que adujeron que no era a las apariencias a lo que estábamos juzgando — habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es (y quién no ha vivido la experiencia alguna vez) el que un despertador no funcione. No según las apariencias, por tanto y sí empero por el mucho empeño que pusieron en insistir (porque insistieron, aunque no se reflejó en el sumario por entender que podía resultar reiterativo) los que aducían, ni debido o desencadenado por algo tan genérico “como lo es (la frase fue repetida hasta la saciedad en todos los idiomas y diferentes tonos, por activa y por pasiva, en los mercados y en los colegios y en las iglesias, por voces tan disonantes cual pudieran serlo las de las verduleras o las de las profesoras de primera enseñanza o las de los clérigos; omitiendo, empero, lo de la experiencia y pasando, asimismo, por alto quién la había vivido y quién no porque nos hallábamos, no convenía olvidarlo, ante un acontecimiento de trascendencia universal y no era cosa de andar deteniéndose en minucias ni en ésta o aquella anécdota personal) el que un despertador no funcione” sino por algo tan infinitamente más concreto como vino a resultar el serlo el que el despertador personal de la señorita Susi se negase a cumplir su cometido justo aquella mañana en que tenía el señor Cremades que pegarse un madrugón de padre y muy señor de la tía soltera de la del tercero ; fallecido, se comprendía, por mucho que el señor Cremades se comportara como si tal cosa — tratándolo con exquisita cortesía cuando llegaba en punto y con algo menos de amabilidad, pero jamás de manera incorrecta, cuando lo pillaba con el pie cambiado —y saliera por la puerta de atrás porque con la ventana (un quinto piso de techos altísimos) no cabía el poder contar. Y es que — todo el vecindario lo sabía — el despertador personal de la señorita Susi era muy caprichoso, según unos, y según otros tan sólo lo bastante difícil de manipular como para permanecer inmutable ante las cortas habilidades de los más torpes. Ella, a pesar de todo, en treinta y cinco años no podía decirse que tuviera ni la menor queja de él; ni la más insignificante de las quejas y, eso lo declararía la señorita Susi allá dónde fuese necesario declararlo sin perjuicio de que “otros” — Susi, la señorita, siempre pronunciaba este “otros” con un algo de tonillo despectivo, aun sin dejar de admitir muy para lo más celosamente guardado de sus adentros que sus derechos tenían por más que, para ella, se convirtieran en “reveses”— estuvieran haciendo correr determinados e irritantes bulos alusivos a su algo más que dudosa procedencia porque, murmuraban, su abuelo — un infame negrero, además, por otra parte; decían también — lo habría adquirido, seguro, en algún baratillo o fuera nadie a saber si no, incluso, de contrabando y sin ningún tipo credenciales, ni documentación, ni garantías, ni nada de nada. Pero, empezaba a temerse a estas alturas Susi, la señorita — el reloj de la biblioteca terminaba de marcar tan puntual como solía las 4:59 P.M. —, que no le iba a merecer la pena preparar un alegato sesudo y bien estructurado a favor de su viejo despertador porque hoy tampoco la iban a citar a tiempo. Se limitó, pues, a mirarlo con expresión desolada, musitar un apenas audible “¡cómo lo siento!”, y arrojar el borrador a la papelera. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305164336100
El despertador de la señorita Susi (13)
05/16/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/S/secalonueva.pdf y ella, Susi, hasta los huesos de un dolor intenso que, lo supo enseguida, no estaba en el cuerpo; no en el cuerpo sino en algún lugar de un tiempo que no acertó a recordar haber habitado nunca más allá de alguna intuición remota, poco fiable, de ambiguas perplejidades embozadas, o incluso sin rostro, que la persiguieran esgrimiendo amenazantes desvaríos que, sin llegar a aterrarla, a punto estuvieron de, en más de una ocasión o al filo de algún declive tan taimado del que no sospechó en un primer intento de estúpida cordura que fuese a engullirla, hacerla retroceder y, sin volverse, convencida como estuvo siempre de que es más fácil subir que bajar, emprender una huida hacia atrás que la devolvería, vomitada y viscosa, sobre la alfombra que, maldita fuese, había cepillado a fondo aquella misma mañana porque, se reprochó útiles de limpieza en ristre, jamás tuviste el don de la oportunidad. Eso, mira, es verdad; las 146 palabras que te han llevado a conclusión tan… no encuentro la palabra que encaje, pero sáltatela, son una sarta de despropósitos sin sentido ninguno, pero, que jamás tuviste el don de la oportunidad… O sí, o a veces, tantas como tantos de los días que, pudiendo decirse que no sirvieron para nada, tan sin rumbo, tan vacíos, terminan por desembocar en instantes que, joder, mereció la pena si fue para llegar hasta… No sé; pero en alguna parte está habiendo una trampa. ¿Tú crees? Te conozco bien. Sé por experiencia que tienes la costumbre, habilidad tal vez, de irlas pensando, las palabras, del modo y en el orden que, bajo su apariencia de arbitrario, vaya, aun al cabo de vueltas y revueltas en las que juegas por pura diversión a sentirte perdida, a conducirte a exactamente el punto que, ya, desde antes incluso de confesarte a ti misma que estabas llevando en la cabeza, tuviste en mente. Pues ahora mismo, si tan lista eres, estarás viendo que no tengo en ella nada más, o, si acaso, la idea de refugiarme en la satisfacción del deber cumplido, de no haber dejado pasar un día sin intentar pensar en algo que, como siempre, se quedara atrapado entre las líneas vacías tan llenas de silencios que no supimos ni tú ni yo plasmar. Y, sin embargo, estoy tan cansada como si hubiese hecho algo que, lástima, hubiese podido arrojar un total de… ¿Cuántas palabras? Antes de contestarte me da exactamente cuatrocientas. ¿Y después? Cuatrocientas nueve. ¿Y después? Cuatrocientas once. ¿No deberían ser cuatrocientas quince? Si te contestara serían cuatrocientas veintiséis. Pues entonces mejor que no contestes, o no terminaremos nunca. Vale. Tuya es la última palabra. Tuya. Tuya. Tuya. … Fin* * del fin de lo que se habría convertido en una eternidad en la que la señorita Susi prefirió no pararse a pensar porque, pensó, la desviaría de lo que tanto se esforzaba en pensar que fuese digno de ser escrito en su libretita nueva, recién comprada, que ahí seguía sin estrenar. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214377626
El despertador de la señorita Susi (27)
05/21/2023
Señorita Susi
http://valentina-lujan.es/E/envezdecomono.pdf en vez de como no debían ser y como nunca habrían sido si determinadas circunstancias en las que mejor ya ni pensar no se hubieran interpuesto en un camino que prometió — tan recto, tan imparcial y objetivo como parecía cuando salió adulador y obsequioso a nuestro encuentro; todo sonrisas melifluas e indicaciones que parecían inequívocas y tan claritas — conducirnos de un tirón como quien dice y, sin hacer más paradas que las imprescindibles para reponer unas fuerzas que (eso también lo prometió) nos faltarían sólo muy raramente y sólo en el caso de que nos apartásemos de él, derechitos a la Felicidad para, luego y una vez instalados todos lo más cómodamente posible habida cuenta de que ― y lo mencionó, por cierto, cuando tras haber recorrido un buen trecho que resultó no ser ni derechito ni llano (aunque de la no llanura no se presentaron alegaciones ni cargos porque, se entendió, aduciría retorcido como era que a ese respecto no había prometido nada) sino serpenteante y abrupto y pedregoso y cuesta abajo ― no nos daba toda la seguridad que quizás estuviésemos fervientemente deseando de que, tan cargados de expectativas y anhelos a su juicio (y que lo perdonásemos por su crudeza) tan absurdos y prescindibles como viajábamos, quedase espacio para que pudiéramos tumbarnos (o recostarnos al menos para estirar las piernas) y no quedase por tanto más remedio que esperar sentados a que saliera de sus aposentos porque, dijo también, la Felicidad suele hacerse esperar… Pero se interpusieron, las susodichas circunstancias, justo cuando ― y por causa precisamente de ellas ― había apenas terminado de pronunciar lo que habrían de ser (a la sombra de la lógica aplastante que se nos vino encima de improviso y por ventura ya que empezaba a hacer un calor sofocante) lo que, supusimos en nuestra inocencia, ya para siempre y en lo que de siempre viene llamándose ‟toda la expansión de la palabra” sus últimas palabras. ‒ ¡¡¡Ni se lo piensen!!! ‒ Exclamó una voz cercana. Y vimos, al levantar la vista, que provenía de una de las circunstancias, apenas adolescente y de pequeña estatura ella; pero tan entradita en carnes que una de las señoras musitó, como para sí “ahora es graciosa, pero como siga engordando no va a haber quien la quiera o esté, por lo menos, dispuesto a hacerse cargo de ella”. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144316139
El despertador de la señorita Susi (3)
05/14/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/Q/cuandoalsalir.pdf cuando al salir, de puntillas y procurando no ser visto para evitarse el dar unas explicaciones engorrosas que arrojarían una mancha de deshonor sobre su apellido y su familia ― aún la política, que no quería ni pensar en su cuñada (no la mujer de su hermano, una artista plástica de mente portentosamente abierta, sino la hermana de su propia mujer, de mente herméticamente cerrada a comprender que hay que saber adaptarse a los tiempos y a las circunstancias ― se encontró con la pequeña de las Maluenda que comentó, sin en apariencia dar a la cosa mayor importancia, que la sorprendía su presencia porque ― “pensé que lo informarían con tiempo”, dijo ― la señorita se fue a la cama “anoche muy resfriada y con algunas décimas, por lo que es de comprender que no estuviese en condiciones de…”. La Maluenda, tal vez por cortedad o apuro de dejar traslucir que sabía, al igual que todo el vecindario, la situación en que los avatares de la vida lo habían puesto, no terminó la frase; pero él, que conocedor a su vez de la apurada situación económica por que atravesaba la madre del pequeño del séptimo no quiso ni oír hablar de que dejase de acudir a prestarle sus servicios, respondió con la mayor naturalidad de la que supo hacer acopio que no, que hoy no venía de casa de la señorita, que venía de casa del abogado, que le había avisado su freidora ― “y que buen extravío que me ha hecho, y perdone que me desahogue con usted, que no tiene la culpa de nada (dijo), pero habiendo quedado como quedamos en que cenaría una ensalada se le antojaron de buenas a primeras un par de huevos fritos con patatas y, como me ha dicho que le avisara antes de marcharme pues aprovecho para quejarme, y espero que usted sea comprensivo y me perdone, pero es que tengo que hacer dos trasbordos y, encima, la boca de metro de cerca de mi casa la cierran a las diez menos veinte y mire usted si tiene algún reloj mano, ¡que qué tonterías digo, precisamente usted!, las horas que son” ― de que tenía una vista a, precisamente, primera hora. ‒ Pues eso sí que es raro ― replicó la Maluenda ― porque al abogado tuvieron que ingresarlo de urgencia, ayer, que sería a media tarde, con un dolor fortísimo que es, según dicen, una peritonitis. ‒ Así, las cosas ― suspiro, en parte aliviado, el señor Cremades ―, y como según venimos de ver usted y yo los dos juntos y en buena armonía las mentiras tienen las patas muy cortas, creo que lo que procede es reconocer la verdad y confesarle que el error ha sido mío, que con tanto como lleva uno en la cabeza se me olvidó que Luis Angelito no tiene ya hoy que ir al colegio como han empezado las vacaciones de Semana Santa. ‒ ¿Y que ha pasado? ‒ Pues lo que tenía que pasar, Florita. Lo que tenía que pasar y, lo peor, es que creo que se ha enterado la madre. ‒ Pero ella es una mujer muy discreta. No creo que vaya a decir ni palabra. ‒ No, ya, si eso sí. Lo que me hace sentir mal, y esta es otra verdad que voy a confesarle a usted pero con el ruego encarecido de que no llegue a oídos de mi cuñada, que estaría encantada de proclamar a los cuatro vientos que soy un idiota, es que ella, la madre, me pidió muy compungida que no lo hiciese más. Y ahora, por culpa de un error estúpido, se va a enterar de que lo he hecho. ‒ Ah ¿Entonces la señorita no le preocupa? ‒ La señorita es bastante generosa y me deja perfecta y absoluta libertad de, a partir de las 5:45 como tiene esa manía de madrugar, hacer con mi tiempo lo que me venga en gana y sacarme un sobresueldo… en negro, claro. Pero, en el caso de Luis Angelito… Porque, usted sabrá comprenderme, por mal que en la vida vengan dadas uno tiene sus principios, su sentido de la ética al que por nada de este mundo se puede ni se debe renunciar. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214374496
El despertador de la señorita Susi (20)
05/21/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/V/volvioacoloc.pdf y, ella, Susi, en lo alto de la escalerita plegable para colocar, a su vez, los zapatos que terminaba de quitarse en la segunda balda del armario… Pero se detuvo, ahí arriba, asaltada por una nueva desazón porque… ¿te has quitado, Susi, los zapatos, en la segunda balda del armario? Bajó de la escalera, buscó la libretita y el bolígrafo, y anotó: Desazones 1 Y trató de hacer memoria, ordenar sus recuerdos no supo así en un primer pronto si mejor por tamaños o por colores y, en un segundo pronto que le llegó tarde y a medio vestir y despeinado, por demorar el tener que hacer frente al espejo — ¡otra vez el maldito espejo! — las muecas de sorpresa que acompañarían, a modo de séquito, a cada uno de los elementos que tuviesen a bien comparecer ya fuera por propia iniciativa o arrastrados, malamente y por los pelos, por alguno de sus mayores, de ella, viejos prejuic… Ya, pero, ¿cómo de viejos? Yo creo que va a ser mejor, por llevar un orden, me parece a mí, pero tú verás, que los coloques por fechas. ¿De emisión o de caducidad? ¿Los recuerdos o los prejuicios? Me dejas pensativa. No sé qué decirte. Porque… ¿Cuándo caduca un recuerdo? ¿Cuándo caduca un prejuicio? Y se queda pensativa, ella, yo, también, porque… ¿qué va primero? ¿Cuál depende de cuál? ¿tira el uno del otro o el otro del uno? ¿Se anulan? ¿forcejean? ¿son amigos? ¿enemigos? ¿cómplices? Pero el espejo le, me, devolvió tan sólo esa raya, muesca, vertical en el entrecejo no supo, supimos, supieron, si de contrariedad o de no saber, él tampoco, contestar. Se dio la vuelta, irritada. Llevas ahí toda la vida, mirándome, espiándome; y, a la hora de la verdad, a la hora de devolverme el favor de haber ido, poco a poco, es verdad, confiándote todos mis secretos, la respuesta es un encogimiento de hombros… No volveré a mirarte a la cara. Que lo sepas. Bueno. Yo te buscaré. Y se marcha. Pero yo me quedo, en la oscuridad del cajón cerrado de los recuerdos rotos, disparejos, enredados los unos con los otros sin el menor criterio, como en los sueños que, al despertar, dejan un no sé qué regusto ambiguo dulce a veces, amargo otras. No me cambies de tema. Tus prejuicios ¿cómo de viejos son? No me acuerdo ¿Cómo puedo saber cómo y dónde nació un prejuicio? ¿Cómo creció ni quién ni cómo ni con qué lo nutrió? Y esta sensación de vivir sin rumbo. ¿Por qué no pruebas a reírte un poquito del mundo? ¡Es todo tan ocasional! ¿Verdad? Tan efímero, sí ¿Y los olvidos? Menos; los olvidos menos. Se quedan ahí, atrincherados en su desaparición. No pretendo filosofar. Lo que digo es que… si los pusieras en orden… No los tengo. No están. Siempre están. Los olvidos no se extinguen, nunca mueren. Dijiste no querer filosofar. Ah. Se me había olvidado. Mentirosa. Un olvido no puede olvidarse…, de sí mismo. ¿Y de ti? Eso ya es otra cosa. Ríete un poquito del mundo. Anda ¿Por qué te tomas tan en serio algo a lo que tú no importas nada? En eso, mira, puede que tengas razón. No me asustes. No quiero tener algo tan necio. ¡Qué absurdo es todo! Sólo un vacío. En la boca del estómago. Prueba. Hazme caso. A reírte un poco. A mirar con otros ojos. A caminar con otros pasos. ¿Mirar adónde? Nunca hacia atrás. ¿Adónde miras tú? Al espejo. A veces. Cuando se deja. Estoy cansada. ¿Quieres que lo dejemos? Sí. Esto no conduce a ninguna parte. ¿Y que conduce, sí, a alguna parte? Vivir. Respirar. Seguir adelante. Para llegar, ¿adónde? Te estás poniendo triste. Sácame de aquí. Para llevarte, ¿dónde? Contigo, nada más. Y que salgamos de este tormento de no ser tan sólo una. Pero yo no quiero perderme en ti. Yo me perderé en ti. Tontería. Terminaría por encontrarte siempre en nuestro mundo, tan pequeño. En una oscuridad tan grande. Desolación. Desamparo. Terminemos por hoy. Cuanta las palabras y cerramos. Seiscientas setenta y cuatro. Seiscientas setenta y ocho. Seiscientas ochenta y dos. ¡Basta! Seiscientas ochenta y siete. ¿No acabaremos nunca? Seiscientas noventa y cuatro. Eres incombustible. Setecientas. Mira, cuenta redonda. Era, pero la terminas de joder. Podemos llegar a ochocientas, si quieres, por aquello de… ¿Para seguir diciendo estupideces? ¡Setecientas veintitrés! ¿Cuántas nos faltan? Setenta y dos. Cinco lobitos tiene la loba. Por el camino verde que va a la ermita. No. Una frase Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305154330736
El despertador de la señorita Susi (11)
05/15/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/pero%20s%ED%20lo%20bastante%20buenas.pdf pero sí lo bastante buenas como para que no fuese una verdadera lástima el tener que ver — y se vería, a juzgar por el ritmo acompasado aunque demasiado rápido que iba tomando el paso de los acontecimientos — cómo por causa de una muy marcada tendencia (apenas incipiente, desde luego, por el momento al menos) a lo que prometía terminar convirtiéndose en lo que se debería de llamar llegado el caso y sin ambages sencillamente “obesidad” que amenazaba de manera taimada y en la sombra, el encanto voluptuoso de la juventud se arruinaba antes de tiempo en unas muchachitas tan encantadoras en las que, además, tanta ilusión depositaran sus progenitores. Y es que, se murmuraba, las buenas razones nunca deberían ser concebidas, ni engendradas, por un desafortunado encuentro entre la petulancia y el desconocimiento; pero quién podía poner puertas — aducían los bienintencionados en su deseo de disculpar el vergonzante desliz — a un campo tan extenso cual lo es el de las pasiones y, más, las bajitas, que se cuelan por cualquier resquicio tan menudas e inquietas que no hay forma de hacer carrera de ellas… Todo esto no era, sin embargo, más que palabrería de los que gustaban deleitarse construyendo metáforas los días de fiesta por la tarde en vez de, como hacían sus vecinos menos necios, embelesarse jugando al mus o mirando el futbol en el bar sin hacer absolutamente nada que pudiera servir para algo menos ni mucho peor que aquellas necias construcciones de las que se mofaban y, riéndose, preguntaban que dónde estaban los cimientos y las vigas; y que había que tener la cabeza sobre los hombros para comprender la inutilidad de entregarse a hazañas tan extravagantes y de tan escasa consistencia. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305164337237
El despertador de la señorita Susi (15)
05/16/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/S/sequitolas3.pdf y, ella, Susi, el bolso y el abrigo de encima de la cama pensando en hacerla y ordenar un poco la habitación que, si las musas se mostraban propicias, sería grande, espaciosa y bien iluminada, con sus cortinas y su descalzadora y su alfombra y su coqueta y su… Eso, mira, para arrancar puede valer. Con unos cuantos metros cuadrados bien descritos y un ventanal hermoso… ¿Quedaría bien que entrara el sol? Yo echaría las cortinas. ¿De qué color? Si empezamos con pijadas… No me importa empezar con pijadas. Con pijadas y cuantas más mejor se pueden llenar unas cuantas páginas, y, luego, ya… Bueno, pues de flores. A mí me apetecen más blancas y, encima de la coqueta… ¿Qué pondrías encima de la coqueta? Unos guantes largos, un collar de perlas, un juego de tocador de cristal de murano, un cepillo de plata… No sé si voy a poder yo con tanto lujo. ¿Qué quieres entonces? Algo sencillito, sin demasiados adornos ni descripciones que me obliguen a pararme en cada detallito. Quiero ir directamente al grano. ¿En la mejilla de una adolescente? Pobrecita, con lo que las adolescentes sufren cuando tienen un grano. Pues de pimienta, o de café, o de arroz o de mostaza. No me distraigas con bobadas. Quiero algo interesante, estrenar de una vez la libretita, pero sólo con algo que pueda atrapar el interés del lector tan pronto le eche la vista encima. Un asesinato. Un muerto en la primera página dicen que engancha mucho. Ya, pero, así, de buenas a primeras y hasta a lo mejor sin conocerlo no me veo yo con muchas ganas de matar a nadie. Y para que luego, encima, resulte que, por lo que sea, me cargue por error a un pobre hombre que ni sabe de qué va la cosa ni tiene la culpa de nada. Pues una mujer. Una mujer muerta luce mucho, sobre todo si es guapa. Y no te digo nada si además está desnuda y tiene una melena muy larga, desparramada sobre la alfombra con las uñas y los labios pintados. Te he dicho que no quiero adornos. Pues sin pintar. La matas, la desnudas y ya está. ¿Y luego qué? Luego vendrá alguien, el marido, la asistenta, el amante, y se la encontrará. No puede ser tan difícil encontrar una mujer muerta en una alfombra… No; si sí. Si a la vista debe de saltar, seguro. Pero, así, en lo que digamos la vida cotidiana, a mi me parece que es más difícil encontrarse una mujer muerta y desnuda que una aguja en un pajar. Si ves tantos inconvenientes podemos pensar otra cosa si quieres. Creo que lo que es por hoy no tengo ganas de pensar más. Damos la sesión por terminada, tú te quedas aquí, contando despacito y con buena letra las palabras, y yo me voy a fregar los cacharros, o a duchar, o a alguna parte fuera de este círculo vicioso del que no sé cómo salir maldita libretita de los (…) que me está destrozando los nervios. Y la señorita Susi apagó la luz pensando que, antes o después, mañana sería otro día. Y durmió, según contaría luego la leyenda, toda la noche de un tirón. ¡La leyenda de la señorita Susi! Un título prometedor. Sí. Y terminó de fregar los cacharros, y se secó las manos en el trapo de cocina, y regreso a su butaca para seguir pensando qué escribir sin decir nada que fuese ni la verdad ni la mentira suya ni las verdades ni las mentiras de otras gentes. Eso sería estupendo. ¿Escribir historias de gentes sin historia? ¿De gentes sin pasado ni futuro? ¿Sin recuerdos ni proyectos? Etiqueta: El despertador de sa señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144316375
El despertador de la señorita Susi (6)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/de%20puntillas%20y.pdf de puntillas y con los zapatos en la mano a veces, con la hora pegada a los talones y la corbata colgada del codo, que ya se la pondría en algún semáforo porque la tía soltera de la del tercero era una señorita de una más que muy cierta — “¡pero que muuuuucho, oiga!”, solía echarle años de sobra (en su inconmensurable largueza ) y una “u” bastante larga la del cuarto (número 2) sin querer dar a entender, “entendámonos”, que es que “yo, mire usted, no es que quiera a ver si usted me entiende decir que” — edad más que terciada que no iba a entender cierto tipo de flaquezas de la carne de sus vecinos más ni mejor de lo que hubiera comprendido las de un marciano o las de cualquier otro de los seres impensables y extraños de los que, se venía rumoreando aunque nadie se atreviese a concederles crédito ni darles pábulo, poblaban nuestro sistema planetario; pero vaya si, y pese a que se la tuviese por una pobre vieja ignorante, entendía, aunque callase y dejara correr el agua porque, como ella decía, “¿qué sentido tendría que le cortara el paso no teniendo intención de beberla?”. – ¿Qué bebe entonces, vino? — Preguntaba mordaz la deslenguada de la de Correa. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2306084541308
El despertador de la señorita Susi (28)
06/08/2023
Señorita Susi
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert28.pdf Y ella, Susi —advirtiéndome, descendiendo bajando de lo alto de la escalerita (plegable, claro, que allí la dejamos colocando en la segunda balda del armario los zapatos que acababa terminaba de quitarse) que no encuentra necesario que cada vez que escriba ella especifique Susi porque de quién, si no, dice, estaríamos hablando— a poner objeciones aduciendo que si cuando hablamos no solemos decir descender sino simple y llanamente bajar no ve en absoluto necesario escribir descender tan sólo por estar escribiendo; y que de lo alto tampoco hace falta, porque, pregunta, de qué otra parte podría, ella, ni nadie, bajarse. – Vale, pero ¿quieres que empecemos así, con tachaduras, la libretita de pastas rojas recién estrenada? ¿Rojas? ¿Has dicho pastas rojas? – Rojas, sí; rojas he escrito. Rojas porque ese es desde que empezamos el color de las pastas rojas de la libretita de past… ¡Ya lo sé! De pastas rojas. Pero no me gusta; no me gusta que la libretita de patas roj… Mira, me has puesto nerviosa. No quiero que las pastas de mi libretita sean del mismo color que las del odioso librito de ese dictador repugnante. – ¿Qué dictador? Un chino —que dice que es muy famoso, pero que no se atreve a decirme el nombre Porque no sé cómo se deletrea, y no quiero más tachones. – ¿Y qué quieres que yo haga? Mirarlo en una enciclopedia. No tiene pérdida. Es muy famoso. – Digo con las pastas de la libretita. ¿Tengo que solucionarlo yo todo? —gruñe. Y que no es tan difícil, que las pastas sean de cualquier otro color, el que más rabia me dé, el primero que se me venga a la cabeza… Y, tras una breve pausa representada por los puntos suspensivos precedentes, que si ha llegado ya al suelo. – ¿Qué suelo? ¿Qué suelo? ¿Tenemos, por ventura, a mano o a pie algún otro suelo que no sea el suelo sobre el que se supone está posada la escalerita plegable de la que empecé a bajar desde el segundo renglón de esta misma página —y que haga el favor, por favor, de estar un poquito pendiente de esos pequeños detalles Porque, comprenderás —dice—, ni sería lógico ni tengo yo ganas de quedarme toda la vida ahí, ni arriba ni abajo ni… —Y, tras los puntos suspensivos delante justo del guion, que por dónde íbamos. – Terminas, justo, de llegar al suelo felizmente. Pues qué alegría. Pero te ha costao, ¿eh? — y, un poco irritada, que es una idiotez desperdiciar —mira, dice— una página y más, seguro, de media docena de renglones para llegar a un lugar tan previsible; y, con un leve respingo ¿Cómo que irritada? ¿Cómo que con un leve respingo? – Bueno, tampoco hay que ponerse así. Irritada, poco; y, el respingo, pues, aquí está, leve. Me importa un comino si poco si leve si que… Limítate a las palabras y en paz. – Pero es que, la entonación, los gestos, la expresión… Pues, siempre ayudan, ¿no? ¿Ayudan? ¿A qué ayudan? ¿A quién ayudan? – Pues… A ti. Te ayudan a ti; pero a… Pero —dice, y que le estoy tirando de la lengua – ¿Tirándote de la lengua? ¿Dónde está mi mano? ¿No has dicho que las expresiones ayudan? —Y si no le contesto que hay expresiones y expresiones y que ella es un tramposa repugnante es porque no tengo ganas de discutir. Pues, para callarse, ni una palabra y listo —Y que yo, en cambio, veinticuatro exactamente para decir lo mismo. Y, con las gafas —sin pausa—, ¿qué hago? – ¿Qué gafas? Pues las mías, mis gafas, que qué me toca. – ¿Que qué te toca qué? Ponérmelas… Quitármelas… En fin… Pensé que llevarías la cuenta — Y, como le digo que no tiene, que yo sepa o recuerde al menos, ningunas gafas Porque no te fijas. Recuerdo perfectamente que siempre se me olvida sacarlas del bolso — Y, cuando intento un pero Ni pero ni nada. Estoy absolutamente segura de que se me olvida siempre y, te diré más, la pitillera también — Y que a ver si voy a tener la desfachatez el morro, que ya lo arreglo yo antes de que lo vea aunque protestará por el tachón, de decirle que ni fuma ni tiene gafas; porque que haber, dice, entonces quién o cómo es ella, ni quién yo ni qué pinto si tampoco lo sé. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305164337299
El despertador de la señorita Susi (16)
05/16/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/S/sequitolasgafas.pdf por primera vez, en el segundo renglón, del segundo párrafo, que lo anotó ella, Susi, también con su derecha en la libretita que siempre llevaba consigo mientras, con la izquierda, se quitaba el zapato del pie derech… Soltó sobresaltada el bolígrafo y recapacitó; ¿siempre llevaba ella consigo — se preguntó, llevándose a los labios distraída el cigarrillo que se quedase, mientras leía, apagado en el cenicero de cristal tallado, a pequeños rombos, que solía tener a mano sobre el último peldaño (el de arriba, se entiende) de la escalerita plegable que solía utilizar cuando, en las noches de invierno, se veía obligada a alcanzar el edredón que guardaba en verano en la balda de arriba del roper… Tanteó, sin apartar la vista de las gafas (del segundo renglón del segundo párrafo, que no se le perdieran), por sobre la mesa en busca del mechero para volver a encenderlo pero sobresaltándose de nuevo, porque, ¿estaba ella segura de haberlo puesto allí el último verano?, ¿no lo colocaría, en un despiste, en el altillo del armario pequeño del pasillo o, incluso y puestos a dudar, entrado ya el otoño por perez… Todo el mundo sabe, y la señorita Susi, siempre lo decía, “yo soy tan mundo como el que más”, también, que cuando un cigarrillo abandonado en un cenicero se apaga resulta difícil que vuelva a prender; y estaba insistiendo, con el mechero, intentando lograrlo cuando, otra vez sobresaltada, lo dejó caer sobre la mesa y, echando mano de nuevo de bolígrafo y libreta, anotó, en reglón aparte Sobresaltos 3 Se dejó caer en la butaquita que tenía a mano — “a culo”, se hubiese dicho ella con ese maldito condenado afán de hablar con precisión — diciéndose, quitándose el segundo zapato que… ¿era el derecho?... Ascendió con la vista por la página y comprobó que no, que ese se lo había quitado cuando se paró en seco preguntándose si estaría siendo del todo veraz al afirmar que, al hacerlo, llevaba siempre consigo la pequeña libretita de pastas rojas porque, recordó, la libretita la había comprado esa misma mañana y, los zapatos, al margen de que se tratase del derecho o del izquierdo, se los había quitado infinidad de veces a lo largo de su vida adulta sin que, que pudiera ella recordar al menos, estuviese sosteniendo siempre algo en la mano… ¿Derecha? Volvió a subir la vista pero ahí lo que encontró fue “veraz al afirmar” que, como no era lo que quería… − ¿De verdad, Susi, no quieres — otra vez sobresaltada que, por no hacer tachones, anotó, en renglón aparte Sobresaltos 4 en la misma libreta pero en distinta página (es decir, esta) reprochándose que por qué no lo anotaría… Y anotó: Reproches 1 cuando… ¿Dónde estaba ella? ¿Por dónde iba cuando? Cuando, cuando, cuando, cuando… ¿qué? Miró en derredor, como buscando, pista, indicio, asidero del que sujetarse para no perder pie y caer rodando, cual bola de nieve, desde lo alto de la confusión al remanso de la certeza turbia, sin brillo ni aristas, ascendiendo en espirales juguetonas diluyéndose o tal vez y mejor difuminándose en la atmósfera cargada de… este espacio cerrado, interior que… ¿Es tuyo, Susi? ¿Es, Susi, seguro tuyo —se preguntó —, este espacio interior cerrado en el que habitas? Y lo encontró, allí, en las noches de invierno, justo antes de verse obligada a alcanzar el edredón aunque, por pura lógica, tenía que estar habiendo todo un otoño de por medio entrado por pereza el cenicero, de verdad y cerámica ¿De dónde había salido el de cristal? De algún rincón de la memoria, se excusó, elusiva; hay tantos rincones olvidados por ahí dentro, tantos ángulos muertos esperando cristiana... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144315866
El despertador de la señorita Susi (22)
05/14/2023
Alicia Bermúdez Merino
http://valentina-lujan.es/E/eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundos antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la obligase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad, pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta mesa ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión algo mermadas por causa de… ¿qué habíamos dicho? – Sordera — repuso una mujer corpulenta de la segunda fila —; y discúlpeseme el ser tan concisa y no expresarlo de un modo más delicado... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214374427
El despertador de la señorita Susi (19)
05/21/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/U/unasaparienciasque.pdf que, engañosas como todas las de su calaña , se mostraban las muy ladinas predispuestas a dejarse ver de un perfil que, alegaban, daría una idea bastante aproximada de cómo no serían vistas de frente y a la luz implacable de los focos que, no de infección pero tampoco de vicio, propalarían hasta los últimos confines de lo razonable y de su radio de acción —o área de influencia si es que se daba la circunstancia de que el razonamiento no saliese redondo y, en consecuencia, el tan traído y llevado recurso del famoso 2 Pi R no sirviese o, aun sirviendo (dado que Pi fue siempre un número tan amable, solícito y bien dispuesto, que sin inmutarse en lo más mínimo ni en su entereza ni en su decimalidad se prestaba a participar en el planteamiento y hasta en la resolución de una variadísima gama de ecuaciones “entre las que nos encontraremos desde las más sencillas de primero y de segundo grado a otras tan complejas como las de Bernoulli y de Nernst que podéis ver en todo el esplendor de su máximo desarrollo aquí” ) no se pudiera aplicar por estar los examinandos careciendo de los conocimientos previos que no serían adquiridos hasta la hora siguiente y entiéndase como tal de cuatro a cinco una vez descontado el par de minutos o tres que los docentes perdían siempre por el camino entre la sala de profesores y el aula al que según el tablón de anuncios debieran dirigirse para impartir sus regañinas y, si el guión se ponía exigente y no quedaba otro remedio que complacerlo, algún que otro coscorrón —el supuesto, harto improbable, de que no tocara Ciencias Naturales o, bajo la ventana, el patriarca de la familia de cíngaros (que venían casi todas las tardes a colocarse con su escalera plegable y su cabra) el acordeón. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305214377572
El despertador de la señorita Susi (26)
05/21/2023
Señorita Susi
https://valentina-lujan.es/Dbre10/ylapremonic.pdf de que se avecinaban unos problemas que, mal encarados y peor dispuestos — esto recordaría, llegado el caso, haberlo barruntado con absoluta certeza, y que liderados con mano de hierro y profusión de proclamas y arengas pronunciadas con voz campanuda por el que parecía (a la vista de su envergadura y dimensiones) el más temible, también — vendrían a quitarle el sueño cuando, al final mismo de la página 5, las últimas palabras concretamente, que, ya por azares de la vida o por, tan sólo, haber tenido ella la previsión de haber hecho que alguna frase fuera más larga de manera que hubiesen saltado a la 6, sucedió de manera fatal, pero impensada, lo del extraño pálpito que, se preguntaría hasta el final de sus días — y el principio de sus noches, pensó no sin un punto de regocijo para sí porque, y eso había de reconocerlo y lo reconocía, en el momento en que acariciaba la idea de que tan pronto apagase la luz y cerrara los ojos se relamería, como un gato, soñando todavía despierta con “qué bien, en las próximas siete u ocho horas no voy a existir” —, en qué “estarías, Susi, sosa, pensando”. He hizo memoria, sí; si le pidieran juramento lo daría sin pestañear ni temor al infierno, pero no logró saberlo; no por qué ni pensando en qué — que era justo y por cierto y por desventura el problema que la traía a mal traer y de cabeza — había cometido un error tan estúpido. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2305144316030
El despertador de la señorita Susi (1)
05/14/2023
Amanda Cuervo
https://valentina-lujan.es/Dbre10/adquiridoenningun.pdf cuando, y ella muy bien lo sabía, eso no era en absoluto cierto porque — y el abuelo se lo había relatado, y, bueno, no sólo a ella; no sólo a ella sino bajo declaración jurada y en audiencia — ellos, los dos, juntos y de común acuerdo, habían acudido una tarde (cuya fecha sin duda constaría en el expediente si alguien se tomaba la molestia de mirarlo) a un notario, y, él, él en persona , lo había relatado sosteniendo que eso era una burda patraña. Y, allí, en la notaría, no ya el abuelo sino él y con su propia voz , declaró haber sido adquirido al precio oficial y de mercado reseñado en (y todo el mundo que haya firmado un triste e insignificante testamento sabe lo que eso cuesta) contrato firmado por el susodicho abuelo y con consentimiento expreso, con su rúbrica y todo, del interesado que, por cierto y explicó — y exigió, para ir más lejos, que la explicación figurase en dicho documento; pero el notario dijo que lo que quisieran (el abuelo y él, que eran los que pagaban) pero que tuviesen en cuenta que como él cobraba por páginas redactadas con sus sellos y su “yo, el notario” y el relato de la parte contratada tomado desde sus inicios o, al menos, desde donde a él le había contado sus ancestros, se remontaba a, calculando a puro ojo, tres o cuatro siglos atrás, “ustedes verán pero va a costarles un ojo de la cara”; de manera que de común acuerdo desistieron —, no era ningún aficionado ni inexperto carente de título y las correspondientes credenciales (y que tenía un diploma con orla y todo, en el comedor de su casa, dijo también) sino descendente por línea directa y heredero y legatario de una insigne estirpe de muy rancio abolengo educada, generación tras generación, para realizar su trabajo de forma totalmente personalizada. Y, eso, requería no poca habilidad y, como es lógico, tenía su técnica y, por qué no decirlo, hacía necesario recurrir a ocasionales triquiñuelas dependiendo de la idiosincrasia del usuario porque, como muy bien sabrían tanto el letrado como el abuelo de la señorita, cada persona es un mundo y, así como unas necesitan o tienen suficiente con una musiquita suave, para otras hay que echar el resto y echar mano de la percusión y hasta prodigarse en violentos zarandeos que conllevan, a veces, una respuesta no menos violenta (aunque inconsciente, sí) por parte del… Así, por tanto, estaba él versado y era ducho, tanto en la utilización y manejo de todo tipo de instrumentos musicales — que igual te tocaba la armónica que el violín o el piano o el tambor y los platillos, “o, bueno, no igual (quiso puntualizar, atento a en nombre de la propia idiosincrasia suya ser preciso) pero para entendernos” — como en el ejercicio y práctica de toda una variedad de artes marciales porque, dijo, “colegas y hasta familiares tengo o, bueno, tuve, que terminaron muy, pero que muy mal y en paz descansen”. Y puso la señorita, Susi, el capuchón a la estilográfica no sin albergar — a regañadientes, que llevaba muy mal eso de hacer hueco en su ella, que ella llamaba “yo” con cabezonería, a elementos que pudieran desasosegarla — la duda, “razonable”, se dijo, pero impertinente y respondona, de que lo escrito estuviese bien, o mal, en su defecto, redactado. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (24)
05/21/2023
Señorita Susi
http://valentina-lujan.es/Dbre10/En%20vez%20de%20como%20no.pdf en vez de como no debían ser y como nunca habrían sido si determinadas circunstancias en las que mejor ya ni pensar no se hubieran interpuesto en un camino que prometió — tan recto, tan imparcial y objetivo como parecía cuando salió adulador y obsequioso a nuestro encuentro; todo sonrisas melifluas e indicaciones que parecían inequívocas y tan claritas — conducirnos de un tirón como quien dice y, sin hacer más paradas que las imprescindibles para reponer unas fuerzas que (eso también lo prometió) nos faltarían sólo muy raramente y sólo en el caso de que nos apartásemos de él, derechitos a la Felicidad para, luego y desde ahí y cuando los hechos se manifestaran abiertamente irreversibles, poder todo el mundo querer arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias disponibles y perfectamente catalogadas y etiquetadas, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que, en primer lugar y aun pudiendo como viene de decirse querer todos nada obligaba de manera inexcusable a que todos quisieran y, en segundo, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundo antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la forzase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta sala ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (25)
05/21/2023
Señorita Susi
http://valentina-lujan.es/U/unamujercorpulenta.pdf de la segunda fila que, en buena lógica y no entrando a cuestionar — como no se iba a entrar a la vista del letrerito que advertía de “sólo personal autorizado” que por suavizar tensiones había venido a remplazar a la calavera con dos huesos cruzados que había estado en ese mismo sitio desde que el mundo había dejado de serlo, no del todo, pero sí de unas apariencias que, aunque disimulando su malestar para no verse abandonadas a su suerte y terminar por perderse por completo, encajaron muy mal la expropiación (que tildaron de “expolio” aunque nada más por lo bajo y entre dientes porque, y eso lo reconocían, violencia no la hubo) y se sentían tan molestas que no dejaban de rebullirse como si les picara todo un cuerpo del que por causa de su condición carecían — que su localidad fuese auténtica, adquirida legalmente en la taquilla y no a través de reventa en cualquier chiringuito clandestino y chapucero (de esos que hacían imitaciones idénticas a los originales pero sin control alguno sobre la numeración y, así, pasaba lo que pasaba), hubiera en buena lógica de haber tomado asiento entre la muchacha delgadita (que, se recordará , nos puso al corriente del carácter difícil de Calpurnia) y la prima referenciada en ese mismo 1 (el pequeñito de abajo) pero, ya porque llegase con la sesión empezada o porque su corpulencia le dificultase abrirse paso entre la multitud, se dejó caer exhausta allí, donde buenamente la pilló el primer mazazo del juez (de una instancia, cabe puntualizar, que a saber si al paso que llevábamos sería por fin la última de una serie combinada de algoritmos de Euclides y de Dijkstra o, sencillamente, de guarismos y caracteres alfabéticos de la que casi nadie llevaba ya la cuenta) dado con energía y un solo golpe seco al objeto de mandar callar, entre Trinidad Bustos y Uhlkthñ que, la una por tener la fiesta en paz para una vez que (tan dominada por una madre enormemente posesiva que alegaba querer nada más protegerla) salía, y el otro concentrado en dar el salto a la palabra y a su serie de sonidos que por no dilatarnos en explicaciones prolijas se pueden ver aquí, le hicieron sitio no se supo si de buena o de mala gana pero sí que sin ofrecer demasiado de una resistencia tan repartida que ya no daba más de sí ni de ninguna de sus homónimas que, tan parecidas, se ofrecieron pensando que nadie lo notaría salvo en el caso de que el examen se hiciera muy a fondo. Pero se hizo a fondo, y no colaron pero no porque les faltase un mínimo de condiciones, que reunían y con creces, sino, precisamente y por culpa de un exceso de celo al que aun a sabiendas de que podía perjudicarlas les resultaba imposible renunciar, eran resistencias infinitamente más obstinadas de lo que se pedía en la convocatoria. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (5)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/de%20Mar%EDa%20Eulalia.pdf de María Eulalia, la del séptimo, que cuando tras dejarle la casa literalmente patas arriba regresaba tan satisfecho del deber cumplido diciendo que Clotilde, la cocinera de don Atiliano, andaba retrasada {por culpa de un hojaldre para volovanes en los que no andaba muy ducha — y no debía descartarse, por tanto, advertiría a la concurrencia, que fuera sustituida por una de las sobrinas del tenedor de los libros del señor Pedreras —} pero omitiendo, astuto, la más mínima alusión a cuánto la del séptimo había protestado { y cuántas amenazas había proferido contra su persona poniendo, incluso, a Dios por testigo de que nunca más consentiría en que pusiera sus zarpas, “¡pedazo de Adán!”, en los cajones de su cómoda ni en sus mantelerías. – ¿Y qué quieres que haga yo, María Eulalia, si he de cumplir el cruel destino que me deparó mi suerte? — se excusaba.}, hubo, aun no queriéndolo, de renunciar a un discurso que llevaba tan bien preparado y — repárese en el detalle — a tres colores, por causa de tener que elegir entre seguir imperturbable su camino o detenerse — perturbado — a forcejear contra una Voluntad {no férrea del todo pero sí muy cabezona que, de repente y por sorpresa, le salió al paso al doblar una esquina espetándole sin contemplaciones “¡soy tuya!” y que, por tanto y sin desear en absoluto ella que pudiera sentirse acosado frente a declaración tan vehemente, lo invitaba a ir a la casa suya y, allí, tranquilamente, recapacitar juntos acerca de unos planes que si por causa de su intervención — “y conste que no quiero asustarte”, le dijo — se consumaban lo condenarían a de por vida tener que hacerse cargo y proveer de alimento y vestido a toda una patulea de resultados, quién sabía si no tremendamente engorrosos de encontrar, inherentes o consustanciales a “esa — y torció la Voluntad el gesto con disgusto — criatura tan dependiente y expuesta al capricho de flujos sometidos a muy diversas presiones”} que, si en verdad se creía tan suya como venía de proclamarse, no iba a dejarse arrinconar sin ofrecer resistencia y, por no andar perdiendo tiempo y energías, más le iba a valer escucharla. ─ ¿Qué piensas tú, Voluntad mía — le preguntó resignado—, que debo hacer ante semejante disyuntiva? ─ Pues tú verás — replicó ella —, que no quiero ser una Voluntad dominantona; pero yo que tú y ya que estás aunque sin saber por qué ni cómo en la oca de agua de los ángeles, que no es como comprenderás moco de pavo, aprovecharía para sin demora ahuecar el ala. Porque, le explicó, la susodicha o de Bernoulli, en el 35, venía “lo sé yo de buena tinta” — dijo — pisándole los talones. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (38)
06/13/2023
Alicia Bermúdez Merino
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert38.pdf Y el momento idóneo para al depositarla, la palabra, se entiende, habida cuenta de que la cosa, cualquier cosa, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas cosas perfectamente inocuas”; pero, la palabra, cualquier palabra, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad (se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. ¿O se había confundido y era justo al revés? Y quiso probar. Y quedó así: Y el momento idóneo para al depositarla, la cosa, se entiende, habida cuenta de que la palabra, cualquier palabra, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas palabras perfectamente inocuas”; pero, la cosa, cualquier cosa, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad ·(se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. Quedó así y ella considerando la posibilidad, confusa —Susi, no la posibilidad; que la posibilidad estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Y quiso probar. Y quedó así: Quedó así y ella considerando la cosa, confusa —la cosa, no Susi; que Susi estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Quedó así, y Susi entendió de inmediato que esto era ya una cosa muy otra porque, se dijo, quién, ni cuándo, ni por qué, elegiría elegirte a ti jamás. Aunque, por necesidad, tal vez… Sí, por necesidad tal vez. Siempre cabria (deja por favor de conjugar, no seas cansina) la posibilidad de que por necesidad ella, Susi, fuese elegida aunque lo fuera para cualquier cosa. ¿Qué te parece? ¿Qué te parece que me podía, pudo, puede, podría, pudiera o pudiese jamás de todos los jamases parecerme? Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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Title El despertador de la señorita Susi (31)
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ni ella, aunque nada más fuese hoy y nada más por variar y llevar la contraria a la vieja costumbre —adusta, mal encarada y mentirosa, agazapada siempre tras la justificación de “es mi deber, entiéndelo”; y, sí, por supuesto que Susi la entendía a la perfección y a contracorrientes y mareas, “bajas o altas a ti qué más te da” y, sobre todo o el aparador en que guardase aquella vajilla de porcelana inglesa de la que nada más quedaba ya una taza y con el asa rota que utilizaba para una vez lavados y dejados secar ir echando los huesos de cerezas que algún día cuando tuviese tiempo y Loctite pegaría sobre aquella tabla que sobró después de armar el armarito del baño, por puro sentimiento (nada práctico, si, pero muy suyo) de ecuanimidad— el biquini de flores ni a tiro, “panda de harpías cuándo os veré arder en los infiernos” de las lenguas de fuego…
– De fuego, no, Susana ¿No ves que va a ser mucho?
Extranjeras, mejor, rectificó; alguno de aquellos idiomas que jamás aprendió y en los que imaginaba que se dirían cosas distintas, o con más palabras, o a lo mejor con menos, vete tu a saber, de las que se le hubiesen pasado a ella jamás por la cabeza si se hubiera decidido a hablar…
– Aunque sólo sea al espejo del baño ¿No?
Ni pensarlo. Los espejos, aun de baño, que tendrían que ser los más pudorosos, tienen la poquísima vergüenza de repetir todo, sí, pero siempre del revés.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
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Tags alicia bermúdez merino, el despertador de la señorita susi

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