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y ella, Susi, hasta los huesos de un dolor intenso que, lo supo enseguida, no estaba en el cuerpo; no en el cuerpo sino en algún lugar de un tiempo que no acertó a recordar haber habitado nunca más allá de alguna intuición remota, poco fiable, de ambiguas perplejidades embozadas, o incluso sin rostro, que la persiguieran esgrimiendo amenazantes desvaríos que, sin llegar a aterrarla, a punto estuvieron de, en más de una ocasión o al filo de algún declive tan taimado del que no sospechó en un primer intento de estúpida cordura que fuese a engullirla, hacerla retroceder y, sin volverse, convencida como estuvo siempre de que es más fácil subir que bajar, emprender una huida hacia atrás que la devolvería, vomitada y viscosa, sobre la alfombra que, maldita fuese, había cepillado a fondo aquella misma mañana porque, se reprochó útiles de limpieza en ristre, jamás tuviste el don de la oportunidad.
Eso, mira, es verdad; las 146 palabras que te han llevado a conclusión tan… no encuentro la palabra que encaje, pero sáltatela, son una sarta de despropósitos sin sentido ninguno, pero, que jamás tuviste el don de la oportunidad…
O sí, o a veces, tantas como tantos de los días que, pudiendo decirse que no sirvieron para nada, tan sin rumbo, tan vacíos, terminan por desembocar en instantes que, joder, mereció la pena si fue para llegar hasta…
No sé; pero en alguna parte está habiendo una trampa.
¿Tú crees?
Te conozco bien. Sé por experiencia que tienes la costumbre, habilidad tal vez, de irlas pensando, las palabras, del modo y en el orden que, bajo su apariencia de arbitrario, vaya, aun al cabo de vueltas y revueltas en las que juegas por pura diversión a sentirte perdida, a conducirte a exactamente el punto que, ya, desde antes incluso de confesarte a ti misma que estabas llevando en la cabeza, tuviste en mente.
Pues ahora mismo, si tan lista eres, estarás viendo que no tengo en ella nada más, o, si acaso, la idea de refugiarme en la satisfacción del deber cumplido, de no haber dejado pasar un día sin intentar pensar en algo que, como siempre, se quedara atrapado entre las líneas vacías tan llenas de silencios que no supimos ni tú ni yo plasmar.
Y, sin embargo, estoy tan cansada como si hubiese hecho algo que, lástima, hubiese podido arrojar un total de… ¿Cuántas palabras?
Antes de contestarte me da exactamente cuatrocientas.
¿Y después?
Cuatrocientas nueve.
¿Y después?
Cuatrocientas once.
¿No deberían ser cuatrocientas quince?
Si te contestara serían cuatrocientas veintiséis.
Pues entonces mejor que no contestes, o no terminaremos nunca.
Vale. Tuya es la última palabra.
Tuya.
Tuya.
Tuya.
…
Fin*
* del fin de lo que se habría convertido en una eternidad en la que la señorita Susi prefirió no pararse a pensar porque, pensó, la desviaría de lo que tanto se esforzaba en pensar que fuese digno de ser escrito en su libretita nueva, recién comprada, que ahí seguía sin estrenar.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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