http://valentina-lujan.es/Dbre10/y%20la%20premonici%F3n.pdf
y la premonición de que se avecinaban unos problemas que mal encarados y peor dispuestos, liderados con mano de hierro y profusión de proclamas y arengas pronunciadas con voz campanuda por el que parecía (a la vista de su envergadura y dimensiones) el más temible de perfectamente, fue a muy pocos pasos de la consola del fondo del pasillo flanqueada a su derecha por el paragüero y a su izquierda por la aspiradora —, si las cosas estuvieran siendo como debían ser y como siempre, la menor posibilidad de hacerse un hueco (ni aun pequeño) en un barrio que de toda vida se había llamado “residencial” por algo tan sencillo, en primer lugar, como el que nosotros dispusiéramos desde la más remota de las antigüedades conocidas del derecho a nuestra forma peculiar e intrínseca de dar nombre a las cosas propias o ajenas y, en segundo lugar, porque…
— ¿Por qué, Susana? — ¿O es que no era capaz de llevar dos lugares, tan comunes, por otra parte (o de lo contrario no se le habrían ocurrido jamás), en la cabeza?
Pero, y la señorita Susi — Susana, desde ya y en cursiva (para irse ejercitando en la terriblemente ardua labor de no engañarse) — bien lo sabía, nuestro mundo se desmoronaba a pasos agigantados no dejando lugar ni dando pie (a la señorita Susi le resultaba muy penoso el elegir, por eso cuando había dos opciones se quedaba con las dos) más que a doblegarse y claudicar si bien, y en este aspecto era Susana del todo inflexible, ella se había mostrado dócil y dispuesta (o, bueno, sólo dócil) a hacerse cargo de lo uno o de lo otro pero no de ambas cosas habiendo, como había, una multitud de desaprensivos que jamás habían asumido responsabilidad alguna amparándose en el ardid del todo fútil de que los otros, los emprendedores y bien educados, lo harían mejor, o peor, o como fuera, pero seguro que de la manera que más grata pudiera resultar a los ojos de El Señor, que era el sobrenombre con que nos solíamos referir al principio y al fin de todas las cosas dejando, sistemáticamente y con obstinación digna de un encomio mucho mejor del que se le alcanzaba a reconocer a duras penas, para mañana el buscar una denominación para todo cuanto (en una especie de cajón de sastre al que ni los más aguerridos se animaron nunca a meter mano) quedaba entremedias, entreverado, mezclado, salpicado de pequeñas briznas de algo denso y pegajoso consignado en el memorándum como “cotidianidad” que resultaba — por más tesón que se aplicase a la tarea — muy difícil de arrancar.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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