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y, ella, Susi, el bolso y el abrigo de encima de la cama pensando en hacerla y ordenar un poco la habitación que, si las musas se mostraban propicias, sería grande, espaciosa y bien iluminada, con sus cortinas y su descalzadora y su alfombra y su coqueta y su…
Eso, mira, para arrancar puede valer. Con unos cuantos metros cuadrados bien descritos y un ventanal hermoso…
¿Quedaría bien que entrara el sol?
Yo echaría las cortinas.
¿De qué color?
Si empezamos con pijadas…
No me importa empezar con pijadas. Con pijadas y cuantas más mejor se pueden llenar unas cuantas páginas, y, luego, ya…
Bueno, pues de flores.
A mí me apetecen más blancas y, encima de la coqueta… ¿Qué pondrías encima de la coqueta?
Unos guantes largos, un collar de perlas, un juego de tocador de cristal de murano, un cepillo de plata…
No sé si voy a poder yo con tanto lujo.
¿Qué quieres entonces?
Algo sencillito, sin demasiados adornos ni descripciones que me obliguen a pararme en cada detallito. Quiero ir directamente al grano.
¿En la mejilla de una adolescente?
Pobrecita, con lo que las adolescentes sufren cuando tienen un grano.
Pues de pimienta, o de café, o de arroz o de mostaza.
No me distraigas con bobadas. Quiero algo interesante, estrenar de una vez la libretita, pero sólo con algo que pueda atrapar el interés del lector tan pronto le eche la vista encima.
Un asesinato. Un muerto en la primera página dicen que engancha mucho.
Ya, pero, así, de buenas a primeras y hasta a lo mejor sin conocerlo no me veo yo con muchas ganas de matar a nadie. Y para que luego, encima, resulte que, por lo que sea, me cargue por error a un pobre hombre que ni sabe de qué va la cosa ni tiene la culpa de nada.
Pues una mujer. Una mujer muerta luce mucho, sobre todo si es guapa. Y no te digo nada si además está desnuda y tiene una melena muy larga, desparramada sobre la alfombra con las uñas y los labios pintados.
Te he dicho que no quiero adornos.
Pues sin pintar. La matas, la desnudas y ya está.
¿Y luego qué?
Luego vendrá alguien, el marido, la asistenta, el amante, y se la encontrará. No puede ser tan difícil encontrar una mujer muerta en una alfombra…
No; si sí. Si a la vista debe de saltar, seguro. Pero, así, en lo que digamos la vida cotidiana, a mi me parece que es más difícil encontrarse una mujer muerta y desnuda que una aguja en un pajar.
Si ves tantos inconvenientes podemos pensar otra cosa si quieres.
Creo que lo que es por hoy no tengo ganas de pensar más. Damos la sesión por terminada, tú te quedas aquí, contando despacito y con buena letra las palabras, y yo me voy a fregar los cacharros, o a duchar, o a alguna parte fuera de este círculo vicioso del que no sé cómo salir maldita libretita de los (…) que me está destrozando los nervios.
Y la señorita Susi apagó la luz pensando que, antes o después, mañana sería otro día. Y durmió, según contaría luego la leyenda, toda la noche de un tirón.
¡La leyenda de la señorita Susi!
Un título prometedor.
Sí.
Y terminó de fregar los cacharros, y se secó las manos en el trapo de cocina, y regreso a su butaca para seguir pensando qué escribir sin decir nada que fuese ni la verdad ni la mentira suya ni las verdades ni las mentiras de otras gentes.
Eso sería estupendo.
¿Escribir historias de gentes sin historia? ¿De gentes sin pasado ni futuro? ¿Sin recuerdos ni proyectos?
Etiqueta: El despertador de sa señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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