El despertador de la señorita Susi (4)
05/14/2023
2305144316177

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http://valentina-lujan.es/Dbre10/cuyo%20marido.pdf
Una señora que pasaba muy malos ratos porque el marido, un bendito que por otra parte la adoraba, era sin embargo un tipo tan enormemente distraído y hasta extremos tan insospechados que aun pese a quererla como a las niñas de sus ojos se pasaba la vida equivocándose de esposa y, cuando la acompañaba a comprarse guantes o sombreros y salía del vestidor de los grandes almacenes alguna otra señora, él, en su despiste, le decía que estaba muy guapa aunque no fuese verdad — como era un hombre tan bondadoso — y la señora, entonces y sobre todo si no era verdad y ella plenamente consciente de no ser muy agraciada, le devolvía una sonrisa agradecida y le decía un poco ruborizada “es usted muy amable”.
Preguntaba él, extrañado aun en su despiste, que por qué lo trataba de “usted” después de tantos años y, ella, entonces, le respondía que precisamente por haber pasado tantos años desde que se vieran por última vez antes de que él se marchara a América a hacer fortuna no estaba segura de que fuera correcto el tutearlo porque bien podría ocurrir que hubiera él cambiado de estado.
Reía él entonces, divertido, con esa risa un poco estrepitosa con que ríen los hombres bondadosos entrados ya en años y algo gruesos, y le decía que había que ver si no era poco bromista; y que eso era lo que más le gustaba de ella, su sentido del humor y aquella manera suya tan encantadora de…
La esposa, que lo había reconocido entre la multitud por aquella su risa un poco estrepitosa, se acercaba, pedía disculpas muy seria y muy correcta a la desconocida explicando “es que este marido mío es terriblemente despistado” y se lo llevaba del brazo regañándole entre dientes por esa “tonta costumbre que tienes, Aniceto, de pegar la hebra con todas las mujeres feas que te vas encontrando”.
Cuando la desconocida era guapa todo resultaba bastante menos confuso y menos engorroso para la esposa porque, cuando el marido se equivocaba, la señora guapa lo miraba despectiva y se daba la media vuelta; y a la salida del vestidor allí se lo encontraba ella, la esposa, parado sin hacer payasadas ni un ridículo del todo innecesario y fuera de lugar porque, como ella argumentaba cargada de toda la sensatez que podía adornar a una dama de su edad tocada con semejante sombrero, “nosotros, Aniceto, estoy convencida de que ya hemos hecho y con creces todo el ridículo que el destino nos tuviese deparado el realizar”. Y que ya era hora de ceder el paso a las nuevas generaciones, que venían apretando y era seguro que — porque el proceso evolutivo de la especie humana es irremisiblemente así — el perseverar y querer competir era batalla perdida de antemano porque ellos, los jóvenes, tanto más preparados gracias a los adelantos modernos y a las técnicas docentes cada día más punteras, nos darían, a todos nosotros, ciento y raya con su saber hacer unos ridículos que, “créeme, Aniceto”, dejarían en mantillas a todos los ridículos hechos, con tanta tenacidad y tanto esfuerzo, por todas las generaciones pasadas de las que no somos más que un pálido, muy pálido reflejo.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña

Literary: Other
amanda cuervo

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2305144315866
El despertador de la señorita Susi (22)
05/14/2023
Alicia Bermúdez Merino
http://valentina-lujan.es/E/eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundos antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la obligase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad, pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta mesa ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión algo mermadas por causa de… ¿qué habíamos dicho? – Sordera — repuso una mujer corpulenta de la segunda fila —; y discúlpeseme el ser tan concisa y no expresarlo de un modo más delicado... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2306224659351
Esperando un ratito corto
06/22/2023
Valentina Luján
http://valentina-lujan.es/S/sequesentadaespe.pdf esperando un ratito corto primero y más largo a medida que iba cayendo la oscuridad y avanzando una noche que, por alguna razón incomprensible pero sin la menor duda de enorme peso, no terminaba de cerrarse del todo por más que los técnicos repasaron resortes, y desmontaron y volvieron a montar cerraduras, y sellaron orificios y grietas y antiquísimos conductos que, si estaban ahí, pues por algo sería, sí, pero que aspasen al que tuviese pajolera idea de cuantísimos lustros no haría que habían sido clausurados. ¿Había ocurrido algo semejante alguna vez? Nadie sabía. No se podía negar sin embargo que, a unos oídos más que a otros, habían ido llegando siempre con cuentagotas ciertos fragmentos de leyendas trasmitidas de generación en generación, como se deben trasmitir las leyendas, pero en un estado de conservación tan lamentable y relatados en lenguas tan diversas y por voces, a veces, gangosas y quebradas de abuelos venerables al amor de la lumbre de chimeneas de esas que presiden salones fastuosos con arañas, cuadros, tapices, porcelanas y alfombras turcas, persas o afganas y, otras, entre estornudos y moqueos de menesterosos al desamor de gélidos eriales, que ― como sucedería a cualesquiera otras obras de arte que se precien de tales ―, al verse sometidas a cambios tan bruscos de temperatura, humedad y traducción no siempre literal ni simultanea, no pudieron soportar el paso del tiempo y, bueno… ahí estaban, sí, pero a ver quién era el guapo que sabía recuperarlas, remozarlas, desempolvarlas, despojarlas de tantas capas de invención irreflexiva, incluso burda a ratos, como amenazaban con asfixiarlas y, desnudas, mostrarlas ante sus asombrados congéneres. El guapo no podía ser otro, en opinión de lo más granado de la juventud femenina aún casadera e incluso de las solteronas más definitivamente perdidas para la causa ― y con una ventaja que dejaba a Tristán, pese a que también tenía su público porque como decía doña Nucia siempre habrá un roto para un descosido, a la altura del betún ―, que el primo Orlando; pero el primo Orlando, tal vez por aquello de que no se puede tener todo, era un verdadero manazas. Simpático, ocurrente, ingenioso; un dechado en fin de perfecciones en lo tocante al intelecto, pero, con sus manos de artista tan bonitas, un zarpas en toda la extensión de la palabra. Así que aunque todo el mundo pensara en él, que se pensó, a nadie se le hubiera debido pasar por la cabeza proponerlo como adalid de una empresa tan… no digamos “imposible” caso de no querer pasar por pusilánimes de esos que se ahogan en un vaso de agua, sugirió Cayetana la del quinto ― por buen nombre, también, para algunos, “la de Sobradillo", un tal Wenceslao ― pero sí “un poquito complicada”. Complicada porque algunas tardes, sin que hubiese habido el menor indicio de que las cosas fuesen a torcerse, los planes se desbarataban y Eulalia no decía ¡Caramba!, o no salía o lo hacía muy despacio y sin arrojar lejos de sí con enojo lo que tuviera en la mano, o no daba un portazo, o respondía a la del cuarto dos sin darse cuenta o pasaba, muy sonriente - diciendo “buenas tardes” y todo - por delante de la del tercero uno que, más servicial y dispuesta aun si cabe que la otra, no es ya que anduviera por las escaleras por si acaso sino que salía a sentarse al descansillo, con su silla plegable, y allí se pasaba las horas por si caía la breva de que fuese ella, ella tan insignificante, ella “¡yo, Señor, tan poquita cosa!” - exclamaba con los ojos humedecidos por la emoción - quien tuviese el insigne honor de ser la empujada; o no se encerraba en el despacho de don Román o, tanto si don Ramón estaba solo como si se encontraba atendiendo a algún paciente, no se atrincheraba ella, Eulalia, en la despensa sino que se quedaba allí, muy erguida bajo la claraboya esperando a ver qué decidíamos. Etiqueta: Quienes somos Categoría: Telas
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2305144317693
El despertador de la señorita Susi (8)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/Eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, investidos de todo el esplendor de su poderío — y ataviados no del chándal un poco raído con el que practicaban footing los días de fiesta por la mañana en el parque, ni del batín con borlas y las zapatillas de franela a cuadros con que podía verlos la sirvienta mientras se desayunaban en los días de labor sentados a la mesa de la cocina (eran unos hechos cercanos, familiares, que en la intimidad gustaban de la sencillez y de aspirar los aromas de los fogones en los que se empezaban a cocinar ya de buena mañana platos suculentos un poco, tal vez, en exceso especiados) sino del traje Armani confeccionado a la medida y de los zapatos italianos reservados para los actos solemnes — todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor — aunque este particular hubo de quedar por lo pronto en suspenso ante las airadas protestas (que se admitieron, por cierto, contra todo pronóstico y en el acta está por si alguien tiene la curiosidad de echarle un vistazo) de los que adujeron que no era a las apariencias a lo que estábamos juzgando — habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es (y quién no ha vivido la experiencia alguna vez) el que un despertador no funcione. No según las apariencias, por tanto y sí empero por el mucho empeño que pusieron en insistir (porque insistieron, aunque no se reflejó en el sumario por entender que podía resultar reiterativo) los que aducían, ni debido o desencadenado por algo tan genérico “como lo es (la frase fue repetida hasta la saciedad en todos los idiomas y diferentes tonos, por activa y por pasiva, en los mercados y en los colegios y en las iglesias, por voces tan disonantes cual pudieran serlo las de las verduleras o las de las profesoras de primera enseñanza o las de los clérigos; omitiendo, empero, lo de la experiencia y pasando, asimismo, por alto quién la había vivido y quién no porque nos hallábamos, no convenía olvidarlo, ante un acontecimiento de trascendencia universal y no era cosa de andar deteniéndose en minucias ni en ésta o aquella anécdota personal) el que un despertador no funcione” sino por algo tan infinitamente más concreto como vino a resultar el serlo el que el despertador personal de la señorita Susi se negase a cumplir su cometido justo aquella mañana en que tenía el señor Cremades que pegarse un madrugón de padre y muy señor de la tía soltera de la del tercero ; fallecido, se comprendía, por mucho que el señor Cremades se comportara como si tal cosa — tratándolo con exquisita cortesía cuando llegaba en punto y con algo menos de amabilidad, pero jamás de manera incorrecta, cuando lo pillaba con el pie cambiado —y saliera por la puerta de atrás porque con la ventana (un quinto piso de techos altísimos) no cabía el poder contar. Y es que — todo el vecindario lo sabía — el despertador personal de la señorita Susi era muy caprichoso, según unos, y según otros tan sólo lo bastante difícil de manipular como para permanecer inmutable ante las cortas habilidades de los más torpes. Ella, a pesar de todo, en treinta y cinco años no podía decirse que tuviera ni la menor queja de él; ni la más insignificante de las quejas y, eso lo declararía la señorita Susi allá dónde fuese necesario declararlo sin perjuicio de que “otros” — Susi, la señorita, siempre pronunciaba este “otros” con un algo de tonillo despectivo, aun sin dejar de admitir muy para lo más celosamente guardado de sus adentros que sus derechos tenían por más que, para ella, se convirtieran en “reveses”— estuvieran haciendo correr determinados e irritantes bulos alusivos a su algo más que dudosa procedencia porque, murmuraban, su abuelo — un infame negrero, además, por otra parte; decían también — lo habría adquirido, seguro, en algún baratillo o fuera nadie a saber si no, incluso, de contrabando y sin ningún tipo credenciales, ni documentación, ni garantías, ni nada de nada. Pero, empezaba a temerse a estas alturas Susi, la señorita — el reloj de la biblioteca terminaba de marcar tan puntual como solía las 4:59 P.M. —, que no le iba a merecer la pena preparar un alegato sesudo y bien estructurado a favor de su viejo despertador porque hoy tampoco la iban a citar a tiempo. Se limitó, pues, a mirarlo con expresión desolada, musitar un apenas audible “¡cómo lo siento!”, y arrojar el borrador a la papelera. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2306124571173
El despertador de la señorita Susi (31)
06/12/2023
Alicia Bermúdez Merino
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert31.pdf ni ella, aunque nada más fuese hoy y nada más por variar y llevar la contraria a la vieja costumbre —adusta, mal encarada y mentirosa, agazapada siempre tras la justificación de “es mi deber, entiéndelo”; y, sí, por supuesto que Susi la entendía a la perfección y a contracorrientes y mareas, “bajas o altas a ti qué más te da” y, sobre todo o el aparador en que guardase aquella vajilla de porcelana inglesa de la que nada más quedaba ya una taza y con el asa rota que utilizaba para una vez lavados y dejados secar ir echando los huesos de cerezas que algún día cuando tuviese tiempo y Loctite pegaría sobre aquella tabla que sobró después de armar el armarito del baño, por puro sentimiento (nada práctico, si, pero muy suyo) de ecuanimidad— el biquini de flores ni a tiro, “panda de harpías cuándo os veré arder en los infiernos” de las lenguas de fuego… – De fuego, no, Susana ¿No ves que va a ser mucho? Extranjeras, mejor, rectificó; alguno de aquellos idiomas que jamás aprendió y en los que imaginaba que se dirían cosas distintas, o con más palabras, o a lo mejor con menos, vete tu a saber, de las que se le hubiesen pasado a ella jamás por la cabeza si se hubiera decidido a hablar… – Aunque sólo sea al espejo del baño ¿No? Ni pensarlo. Los espejos, aun de baño, que tendrían que ser los más pudorosos, tienen la poquísima vergüenza de repetir todo, sí, pero siempre del revés. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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2306134577332
El despertador de la señorita Susi (38)
06/13/2023
Alicia Bermúdez Merino
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert38.pdf Y el momento idóneo para al depositarla, la palabra, se entiende, habida cuenta de que la cosa, cualquier cosa, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas cosas perfectamente inocuas”; pero, la palabra, cualquier palabra, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad (se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. ¿O se había confundido y era justo al revés? Y quiso probar. Y quedó así: Y el momento idóneo para al depositarla, la cosa, se entiende, habida cuenta de que la palabra, cualquier palabra, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas palabras perfectamente inocuas”; pero, la cosa, cualquier cosa, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad ·(se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. Quedó así y ella considerando la posibilidad, confusa —Susi, no la posibilidad; que la posibilidad estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Y quiso probar. Y quedó así: Quedó así y ella considerando la cosa, confusa —la cosa, no Susi; que Susi estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Quedó así, y Susi entendió de inmediato que esto era ya una cosa muy otra porque, se dijo, quién, ni cuándo, ni por qué, elegiría elegirte a ti jamás. Aunque, por necesidad, tal vez… Sí, por necesidad tal vez. Siempre cabria (deja por favor de conjugar, no seas cansina) la posibilidad de que por necesidad ella, Susi, fuese elegida aunque lo fuera para cualquier cosa. ¿Qué te parece? ¿Qué te parece que me podía, pudo, puede, podría, pudiera o pudiese jamás de todos los jamases parecerme? Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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Title El despertador de la señorita Susi (4)
http://valentina-lujan.es/Dbre10/cuyo%20marido.pdf
Una señora que pasaba muy malos ratos porque el marido, un bendito que por otra parte la adoraba, era sin embargo un tipo tan enormemente distraído y hasta extremos tan insospechados que aun pese a quererla como a las niñas de sus ojos se pasaba la vida equivocándose de esposa y, cuando la acompañaba a comprarse guantes o sombreros y salía del vestidor de los grandes almacenes alguna otra señora, él, en su despiste, le decía que estaba muy guapa aunque no fuese verdad — como era un hombre tan bondadoso — y la señora, entonces y sobre todo si no era verdad y ella plenamente consciente de no ser muy agraciada, le devolvía una sonrisa agradecida y le decía un poco ruborizada “es usted muy amable”.
Preguntaba él, extrañado aun en su despiste, que por qué lo trataba de “usted” después de tantos años y, ella, entonces, le respondía que precisamente por haber pasado tantos años desde que se vieran por última vez antes de que él se marchara a América a hacer fortuna no estaba segura de que fuera correcto el tutearlo porque bien podría ocurrir que hubiera él cambiado de estado.
Reía él entonces, divertido, con esa risa un poco estrepitosa con que ríen los hombres bondadosos entrados ya en años y algo gruesos, y le decía que había que ver si no era poco bromista; y que eso era lo que más le gustaba de ella, su sentido del humor y aquella manera suya tan encantadora de…
La esposa, que lo había reconocido entre la multitud por aquella su risa un poco estrepitosa, se acercaba, pedía disculpas muy seria y muy correcta a la desconocida explicando “es que este marido mío es terriblemente despistado” y se lo llevaba del brazo regañándole entre dientes por esa “tonta costumbre que tienes, Aniceto, de pegar la hebra con todas las mujeres feas que te vas encontrando”.
Cuando la desconocida era guapa todo resultaba bastante menos confuso y menos engorroso para la esposa porque, cuando el marido se equivocaba, la señora guapa lo miraba despectiva y se daba la media vuelta; y a la salida del vestidor allí se lo encontraba ella, la esposa, parado sin hacer payasadas ni un ridículo del todo innecesario y fuera de lugar porque, como ella argumentaba cargada de toda la sensatez que podía adornar a una dama de su edad tocada con semejante sombrero, “nosotros, Aniceto, estoy convencida de que ya hemos hecho y con creces todo el ridículo que el destino nos tuviese deparado el realizar”. Y que ya era hora de ceder el paso a las nuevas generaciones, que venían apretando y era seguro que — porque el proceso evolutivo de la especie humana es irremisiblemente así — el perseverar y querer competir era batalla perdida de antemano porque ellos, los jóvenes, tanto más preparados gracias a los adelantos modernos y a las técnicas docentes cada día más punteras, nos darían, a todos nosotros, ciento y raya con su saber hacer unos ridículos que, “créeme, Aniceto”, dejarían en mantillas a todos los ridículos hechos, con tanta tenacidad y tanto esfuerzo, por todas las generaciones pasadas de las que no somos más que un pálido, muy pálido reflejo.
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Categoría: Telas de araña
Work type Literary: Other
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Entry date May 14, 2023, 1:37 PM UTC
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