Esperando un ratito corto
06/22/2023
2306224659351

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http://valentina-lujan.es/S/sequesentadaespe.pdf
esperando un ratito corto primero y más largo a medida que iba cayendo la oscuridad y avanzando una noche que, por alguna razón incomprensible pero sin la menor duda de enorme peso, no terminaba de cerrarse del todo por más que los técnicos repasaron resortes, y desmontaron y volvieron a montar cerraduras, y sellaron orificios y grietas y antiquísimos conductos que, si estaban ahí, pues por algo sería, sí, pero que aspasen al que tuviese pajolera idea de cuantísimos lustros no haría que habían sido clausurados.
¿Había ocurrido algo semejante alguna vez?
Nadie sabía.
No se podía negar sin embargo que, a unos oídos más que a otros, habían ido llegando siempre con cuentagotas ciertos fragmentos de leyendas trasmitidas de generación en generación, como se deben trasmitir las leyendas, pero en un estado de conservación tan lamentable y relatados en lenguas tan diversas y por voces, a veces, gangosas y quebradas de abuelos venerables al amor de la lumbre de chimeneas de esas que presiden salones fastuosos con arañas, cuadros, tapices, porcelanas y alfombras turcas, persas o afganas y, otras, entre estornudos y moqueos de menesterosos al desamor de gélidos eriales, que ― como sucedería a cualesquiera otras obras de arte que se precien de tales ―, al verse sometidas a cambios tan bruscos de temperatura, humedad y traducción no siempre literal ni simultanea, no pudieron soportar el paso del tiempo y, bueno… ahí estaban, sí, pero a ver quién era el guapo que sabía recuperarlas, remozarlas, desempolvarlas, despojarlas de tantas capas de invención irreflexiva, incluso burda a ratos, como amenazaban con asfixiarlas y, desnudas, mostrarlas ante sus asombrados congéneres.
El guapo no podía ser otro, en opinión de lo más granado de la juventud femenina aún casadera e incluso de las solteronas más definitivamente perdidas para la causa ― y con una ventaja que dejaba a Tristán, pese a que también tenía su público porque como decía doña Nucia siempre habrá un roto para un descosido, a la altura del betún ―, que el primo Orlando; pero el primo Orlando, tal vez por aquello de que no se puede tener todo, era un verdadero manazas.
Simpático, ocurrente, ingenioso; un dechado en fin de perfecciones en lo tocante al intelecto, pero, con sus manos de artista tan bonitas, un zarpas en toda la extensión de la palabra.
Así que aunque todo el mundo pensara en él, que se pensó, a nadie se le hubiera debido pasar por la cabeza proponerlo como adalid de una empresa tan… no digamos “imposible” caso de no querer pasar por pusilánimes de esos que se ahogan en un vaso de agua, sugirió Cayetana la del quinto ― por buen nombre, también, para algunos, “la de Sobradillo", un tal Wenceslao ― pero sí “un poquito complicada”.
Complicada porque algunas tardes, sin que hubiese habido el menor indicio de que las cosas fuesen a torcerse, los planes se desbarataban y Eulalia no decía ¡Caramba!, o no salía o lo hacía muy despacio y sin arrojar lejos de sí con enojo lo que tuviera en la mano, o no daba un portazo, o respondía a la del cuarto dos sin darse cuenta o pasaba, muy sonriente - diciendo “buenas tardes” y todo - por delante de la del tercero uno que, más servicial y dispuesta aun si cabe que la otra, no es ya que anduviera por las escaleras por si acaso sino que salía a sentarse al descansillo, con su silla plegable, y allí se pasaba las horas por si caía la breva de que fuese ella, ella tan insignificante, ella “¡yo, Señor, tan poquita cosa!” - exclamaba con los ojos humedecidos por la emoción - quien tuviese el insigne honor de ser la empujada; o no se encerraba en el despacho de don Román o, tanto si don Ramón estaba solo como si se encontraba atendiendo a algún paciente, no se atrincheraba ella, Eulalia, en la despensa sino que se quedaba allí, muy erguida bajo la claraboya esperando a ver qué decidíamos.

Etiqueta: Quienes somos
Categoría: Telas

Literary: Other
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de los papeles de un baulito chino
valentina luján
quienes somos
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Quiénes somos (versión 7)
06/22/2023
Valentina Luján
http://valentina-lujan.es/N/nopareversiete.pdf La respuesta a “¿Quiénes somos?” no parece, en un principio, que pueda resultar problemática; no tiene uno, o una, o un hatajo ― o una multitud por aquello de no ningunear a género alguno de especímenes ― más que llegar y decir pues yo o nosotros o nosotras somos Fulanito de Tal, o Perenganita de Cual, o estos/as o los/as otros/as o los/as de más allá e hijos/as, todos/as y cada uno/a, de nuestros/as respectivos/as padres/as... No, mira, ahí nos hemos equivocado, pero en un alarde de humildad y de saber no ocultar nue... Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
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El despertador de la señorita Susi (4)
05/14/2023
Amanda Cuervo
http://valentina-lujan.es/Dbre10/cuyo%20marido.pdf Una señora que pasaba muy malos ratos porque el marido, un bendito que por otra parte la adoraba, era sin embargo un tipo tan enormemente distraído y hasta extremos tan insospechados que aun pese a quererla como a las niñas de sus ojos se pasaba la vida equivocándose de esposa y, cuando la acompañaba a comprarse guantes o sombreros y salía del vestidor de los grandes almacenes alguna otra señora, él, en su despiste, le decía que estaba muy guapa aunque no fuese verdad — como era un hombre tan bondadoso — y la señora, entonces y sobre todo si no era verdad y ella plenamente consciente de no ser muy agraciada, le devolvía una sonrisa agradecida y le decía un poco ruborizada “es usted muy amable”. Preguntaba él, extrañado aun en su despiste, que por qué lo trataba de “usted” después de tantos años y, ella, entonces, le respondía que precisamente por haber pasado tantos años desde que se vieran por última vez antes de que él se marchara a América a hacer fortuna no estaba segura de que fuera correcto el tutearlo porque bien podría ocurrir que hubiera él cambiado de estado. Reía él entonces, divertido, con esa risa un poco estrepitosa con que ríen los hombres bondadosos entrados ya en años y algo gruesos, y le decía que había que ver si no era poco bromista; y que eso era lo que más le gustaba de ella, su sentido del humor y aquella manera suya tan encantadora de… La esposa, que lo había reconocido entre la multitud por aquella su risa un poco estrepitosa, se acercaba, pedía disculpas muy seria y muy correcta a la desconocida explicando “es que este marido mío es terriblemente despistado” y se lo llevaba del brazo regañándole entre dientes por esa “tonta costumbre que tienes, Aniceto, de pegar la hebra con todas las mujeres feas que te vas encontrando”. Cuando la desconocida era guapa todo resultaba bastante menos confuso y menos engorroso para la esposa porque, cuando el marido se equivocaba, la señora guapa lo miraba despectiva y se daba la media vuelta; y a la salida del vestidor allí se lo encontraba ella, la esposa, parado sin hacer payasadas ni un ridículo del todo innecesario y fuera de lugar porque, como ella argumentaba cargada de toda la sensatez que podía adornar a una dama de su edad tocada con semejante sombrero, “nosotros, Aniceto, estoy convencida de que ya hemos hecho y con creces todo el ridículo que el destino nos tuviese deparado el realizar”. Y que ya era hora de ceder el paso a las nuevas generaciones, que venían apretando y era seguro que — porque el proceso evolutivo de la especie humana es irremisiblemente así — el perseverar y querer competir era batalla perdida de antemano porque ellos, los jóvenes, tanto más preparados gracias a los adelantos modernos y a las técnicas docentes cada día más punteras, nos darían, a todos nosotros, ciento y raya con su saber hacer unos ridículos que, “créeme, Aniceto”, dejarían en mantillas a todos los ridículos hechos, con tanta tenacidad y tanto esfuerzo, por todas las generaciones pasadas de las que no somos más que un pálido, muy pálido reflejo. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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Title Esperando un ratito corto
http://valentina-lujan.es/S/sequesentadaespe.pdf
esperando un ratito corto primero y más largo a medida que iba cayendo la oscuridad y avanzando una noche que, por alguna razón incomprensible pero sin la menor duda de enorme peso, no terminaba de cerrarse del todo por más que los técnicos repasaron resortes, y desmontaron y volvieron a montar cerraduras, y sellaron orificios y grietas y antiquísimos conductos que, si estaban ahí, pues por algo sería, sí, pero que aspasen al que tuviese pajolera idea de cuantísimos lustros no haría que habían sido clausurados.
¿Había ocurrido algo semejante alguna vez?
Nadie sabía.
No se podía negar sin embargo que, a unos oídos más que a otros, habían ido llegando siempre con cuentagotas ciertos fragmentos de leyendas trasmitidas de generación en generación, como se deben trasmitir las leyendas, pero en un estado de conservación tan lamentable y relatados en lenguas tan diversas y por voces, a veces, gangosas y quebradas de abuelos venerables al amor de la lumbre de chimeneas de esas que presiden salones fastuosos con arañas, cuadros, tapices, porcelanas y alfombras turcas, persas o afganas y, otras, entre estornudos y moqueos de menesterosos al desamor de gélidos eriales, que ― como sucedería a cualesquiera otras obras de arte que se precien de tales ―, al verse sometidas a cambios tan bruscos de temperatura, humedad y traducción no siempre literal ni simultanea, no pudieron soportar el paso del tiempo y, bueno… ahí estaban, sí, pero a ver quién era el guapo que sabía recuperarlas, remozarlas, desempolvarlas, despojarlas de tantas capas de invención irreflexiva, incluso burda a ratos, como amenazaban con asfixiarlas y, desnudas, mostrarlas ante sus asombrados congéneres.
El guapo no podía ser otro, en opinión de lo más granado de la juventud femenina aún casadera e incluso de las solteronas más definitivamente perdidas para la causa ― y con una ventaja que dejaba a Tristán, pese a que también tenía su público porque como decía doña Nucia siempre habrá un roto para un descosido, a la altura del betún ―, que el primo Orlando; pero el primo Orlando, tal vez por aquello de que no se puede tener todo, era un verdadero manazas.
Simpático, ocurrente, ingenioso; un dechado en fin de perfecciones en lo tocante al intelecto, pero, con sus manos de artista tan bonitas, un zarpas en toda la extensión de la palabra.
Así que aunque todo el mundo pensara en él, que se pensó, a nadie se le hubiera debido pasar por la cabeza proponerlo como adalid de una empresa tan… no digamos “imposible” caso de no querer pasar por pusilánimes de esos que se ahogan en un vaso de agua, sugirió Cayetana la del quinto ― por buen nombre, también, para algunos, “la de Sobradillo", un tal Wenceslao ― pero sí “un poquito complicada”.
Complicada porque algunas tardes, sin que hubiese habido el menor indicio de que las cosas fuesen a torcerse, los planes se desbarataban y Eulalia no decía ¡Caramba!, o no salía o lo hacía muy despacio y sin arrojar lejos de sí con enojo lo que tuviera en la mano, o no daba un portazo, o respondía a la del cuarto dos sin darse cuenta o pasaba, muy sonriente - diciendo “buenas tardes” y todo - por delante de la del tercero uno que, más servicial y dispuesta aun si cabe que la otra, no es ya que anduviera por las escaleras por si acaso sino que salía a sentarse al descansillo, con su silla plegable, y allí se pasaba las horas por si caía la breva de que fuese ella, ella tan insignificante, ella “¡yo, Señor, tan poquita cosa!” - exclamaba con los ojos humedecidos por la emoción - quien tuviese el insigne honor de ser la empujada; o no se encerraba en el despacho de don Román o, tanto si don Ramón estaba solo como si se encontraba atendiendo a algún paciente, no se atrincheraba ella, Eulalia, en la despensa sino que se quedaba allí, muy erguida bajo la claraboya esperando a ver qué decidíamos.

Etiqueta: Quienes somos
Categoría: Telas
Work type Literary: Other
Tags versiones, de los papeles de un baulito chino, valentina luján, quienes somos

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Identifier 2306224659351
Entry date Jun 22, 2023, 3:02 PM UTC
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Author. Holder Valentina Luján. Date Jun 22, 2023.

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