http://valentina-lujan.es/U/unamujercorpulenta.pdf
de la segunda fila que, en buena lógica y no entrando a cuestionar — como no se iba a entrar a la vista del letrerito que advertía de “sólo personal autorizado” que por suavizar tensiones había venido a remplazar a la calavera con dos huesos cruzados que había estado en ese mismo sitio desde que el mundo había dejado de serlo, no del todo, pero sí de unas apariencias que, aunque disimulando su malestar para no verse abandonadas a su suerte y terminar por perderse por completo, encajaron muy mal la expropiación (que tildaron de “expolio” aunque nada más por lo bajo y entre dientes porque, y eso lo reconocían, violencia no la hubo) y se sentían tan molestas que no dejaban de rebullirse como si les picara todo un cuerpo del que por causa de su condición carecían — que su localidad fuese auténtica, adquirida legalmente en la taquilla y no a través de reventa en cualquier chiringuito clandestino y chapucero (de esos que hacían imitaciones idénticas a los originales pero sin control alguno sobre la numeración y, así, pasaba lo que pasaba), hubiera en buena lógica de haber tomado asiento entre la muchacha delgadita (que, se recordará , nos puso al corriente del carácter difícil de Calpurnia) y la prima referenciada en ese mismo 1 (el pequeñito de abajo) pero, ya porque llegase con la sesión empezada o porque su corpulencia le dificultase abrirse paso entre la multitud, se dejó caer exhausta allí, donde buenamente la pilló el primer mazazo del juez (de una instancia, cabe puntualizar, que a saber si al paso que llevábamos sería por fin la última de una serie combinada de algoritmos de Euclides y de Dijkstra o, sencillamente, de guarismos y caracteres alfabéticos de la que casi nadie llevaba ya la cuenta) dado con energía y un solo golpe seco al objeto de mandar callar, entre Trinidad Bustos y Uhlkthñ que, la una por tener la fiesta en paz para una vez que (tan dominada por una madre enormemente posesiva que alegaba querer nada más protegerla) salía, y el otro concentrado en dar el salto a la palabra y a su serie de sonidos que por no dilatarnos en explicaciones prolijas se pueden ver aquí, le hicieron sitio no se supo si de buena o de mala gana pero sí que sin ofrecer demasiado de una resistencia tan repartida que ya no daba más de sí ni de ninguna de sus homónimas que, tan parecidas, se ofrecieron pensando que nadie lo notaría salvo en el caso de que el examen se hiciera muy a fondo.
Pero se hizo a fondo, y no colaron pero no porque les faltase un mínimo de condiciones, que reunían y con creces, sino, precisamente y por culpa de un exceso de celo al que aun a sabiendas de que podía perjudicarlas les resultaba imposible renunciar, eran resistencias infinitamente más obstinadas de lo que se pedía en la convocatoria.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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