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y, ella, Susi, en lo alto de la escalerita plegable para colocar, a su vez, los zapatos que terminaba de quitarse en la segunda balda del armario…
Pero se detuvo, ahí arriba, asaltada por una nueva desazón porque… ¿te has quitado, Susi, los zapatos, en la segunda balda del armario?
Bajó de la escalera, buscó la libretita y el bolígrafo, y anotó:
Desazones 1
Y trató de hacer memoria, ordenar sus recuerdos no supo así en un primer pronto si mejor por tamaños o por colores y, en un segundo pronto que le llegó tarde y a medio vestir y despeinado, por demorar el tener que hacer frente al espejo — ¡otra vez el maldito espejo! — las muecas de sorpresa que acompañarían, a modo de séquito, a cada uno de los elementos que tuviesen a bien comparecer ya fuera por propia iniciativa o arrastrados, malamente y por los pelos, por alguno de sus mayores, de ella, viejos prejuic…
Ya, pero, ¿cómo de viejos?
Yo creo que va a ser mejor, por llevar un orden, me parece a mí, pero tú verás, que los coloques por fechas.
¿De emisión o de caducidad?
¿Los recuerdos o los prejuicios?
Me dejas pensativa. No sé qué decirte. Porque… ¿Cuándo caduca un recuerdo?
¿Cuándo caduca un prejuicio?
Y se queda pensativa, ella, yo, también, porque… ¿qué va primero? ¿Cuál depende de cuál? ¿tira el uno del otro o el otro del uno? ¿Se anulan? ¿forcejean? ¿son amigos? ¿enemigos? ¿cómplices?
Pero el espejo le, me, devolvió tan sólo esa raya, muesca, vertical en el entrecejo no supo, supimos, supieron, si de contrariedad o de no saber, él tampoco, contestar.
Se dio la vuelta, irritada. Llevas ahí toda la vida, mirándome, espiándome; y, a la hora de la verdad, a la hora de devolverme el favor de haber ido, poco a poco, es verdad, confiándote todos mis secretos, la respuesta es un encogimiento de hombros…
No volveré a mirarte a la cara. Que lo sepas.
Bueno. Yo te buscaré.
Y se marcha. Pero yo me quedo, en la oscuridad del cajón cerrado de los recuerdos rotos, disparejos, enredados los unos con los otros sin el menor criterio, como en los sueños que, al despertar, dejan un no sé qué regusto ambiguo dulce a veces, amargo otras.
No me cambies de tema.
Tus prejuicios ¿cómo de viejos son?
No me acuerdo ¿Cómo puedo saber cómo y dónde nació un prejuicio? ¿Cómo creció ni quién ni cómo ni con qué lo nutrió?
Y esta sensación de vivir sin rumbo.
¿Por qué no pruebas a reírte un poquito del mundo?
¡Es todo tan ocasional! ¿Verdad?
Tan efímero, sí ¿Y los olvidos?
Menos; los olvidos menos. Se quedan ahí, atrincherados en su desaparición.
No pretendo filosofar. Lo que digo es que… si los pusieras en orden…
No los tengo. No están.
Siempre están. Los olvidos no se extinguen, nunca mueren.
Dijiste no querer filosofar.
Ah. Se me había olvidado.
Mentirosa. Un olvido no puede olvidarse…, de sí mismo.
¿Y de ti?
Eso ya es otra cosa.
Ríete un poquito del mundo. Anda ¿Por qué te tomas tan en serio algo a lo que tú no importas nada?
En eso, mira, puede que tengas razón.
No me asustes. No quiero tener algo tan necio.
¡Qué absurdo es todo!
Sólo un vacío. En la boca del estómago.
Prueba. Hazme caso. A reírte un poco.
A mirar con otros ojos.
A caminar con otros pasos.
¿Mirar adónde?
Nunca hacia atrás.
¿Adónde miras tú?
Al espejo. A veces. Cuando se deja.
Estoy cansada.
¿Quieres que lo dejemos?
Sí. Esto no conduce a ninguna parte.
¿Y que conduce, sí, a alguna parte?
Vivir. Respirar. Seguir adelante.
Para llegar, ¿adónde?
Te estás poniendo triste.
Sácame de aquí.
Para llevarte, ¿dónde?
Contigo, nada más. Y que salgamos de este tormento de no ser tan sólo una.
Pero yo no quiero perderme en ti.
Yo me perderé en ti.
Tontería. Terminaría por encontrarte siempre en nuestro mundo, tan pequeño.
En una oscuridad tan grande.
Desolación.
Desamparo.
Terminemos por hoy. Cuanta las palabras y cerramos.
Seiscientas setenta y cuatro.
Seiscientas setenta y ocho.
Seiscientas ochenta y dos.
¡Basta!
Seiscientas ochenta y siete.
¿No acabaremos nunca?
Seiscientas noventa y cuatro.
Eres incombustible.
Setecientas.
Mira, cuenta redonda.
Era, pero la terminas de joder.
Podemos llegar a ochocientas, si quieres, por aquello de…
¿Para seguir diciendo estupideces?
¡Setecientas veintitrés!
¿Cuántas nos faltan?
Setenta y dos.
Cinco lobitos tiene la loba.
Por el camino verde que va a la ermita.
No. Una frase
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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