Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/B/alteregocontiunorep.pdf
… el resto lo dejo en sus manos y en su saber hacer, con el ruego de que una vez superado el escollo (tan insalvable para mí, pero tan sin duda sencillísimo juego de niños para usted porque, de lo contrario, dígame, si es tan amable y antes de marcharse, cuál estaría siendo su papel) recapacite acerca de su decisión de abandonar y más cuando, dada su profesión (que no podría haber otra por cierto más acorde con las habilidades que requiere para su desempeño la labor que estoy encomendándole) estoy convencido de que es la persona ideal para hallar el punto de equilibrio entre nuestros respectivos órdenes de prioridades.
− No, si, recapacitando, tal vez… Ya le digo que es lo que se me ha venido a la cabeza. Pero siempre se está a tiempo de rectificar, a menos que no sea demasiad…
No, claro. Si se pasa es más complicado, con la sal…
− Con la salvedad, es justo lo que pretendía decir, de que si, pese a mi forma que reconozco un poco precipitada de replicar usted considera posible que, entre los dos, saquemos adelante algo que no sea un pestiño…
No tiene necesariamente por qué serlo. Salta a la vista que es usted persona perspicaz, intuitiva, y si en algún momento se excede en, por ejemplo, el almíbar…
− En eso precisamente no creo que haya peligro de que me exceda. Soy, según dice mi madre, persona bastante adusta…
¡Pero eso es estupendo!
− ¿Ser adusto?
No. Tener una madre con la que poder dialogar… Yo, desgraciadamente, me quedé huérfano muy niño.
− Vaya, cómo lo siento. Pero no crea que dialogamos mucho, que en cuanto nos ponemos a hablar surge la discusión…
¡Ah, qué envidia me da usted! No se imagina cuánto me gustaría tener mi propia madre para entablar discusiones.
− No. Si tampoco entablamos tantas, no se vaya a creer. Que en cuanto la cosa se pone fea y no sé por dónde tirar y temo perder los papeles… Porque mi madre, se lo aviso, es muy nerviosa, muy voluble, se va de una cosa a otra, lo mezcla todo, que tan pronto me reprocha el no llevar la camisa y la corbata conjuntadas como el no haberla acompañado con el coche al dentista una tarde de invierno que verdaderamente diluviaba pero… Total que, por lo de los papeles, ya le digo, la dejo con la palabra en la boca y agarro la puerta y…
Se marcha. Sale de la habitación a grandes zancadas, da un portazo con gesto airado y, con el ceño fruncido ya en el pasillo… o en el jardín si su casa, ¿o estamos en la de su madre?, tiene jardín…
− Estamos en la mía. Debe de haber venido a visitarme bajo el pretexto de que ando algo griposo y, como no sé cuidarme según ella que dice que siempre he sido un inútil… Pero no tengo jardín; nada más, si es que le sirve, un balcón o bueno, una terraza, pero pequeña, con unas jardineras y unas petunias…
Pues a esa terraza, que siempre ofrece más posibilidades que un pasillo de contemplar el horizonte, las nubes de tormenta, los tejados, las montañas a lo lejos si tiene usted la suerte de vivir en un piso alto y no como yo que vivo en un tercero interior. A esa terraza sale usted y…
− Pero entonces no doy el portazo. Que las puertas son de cristales, y de un humor horrible comprenderá que es posible que lo dé demasiado fuerte y se rompan.
Ello abriría nuevas posibilidades, que habría que recogerlos, maldecir de la mala suerte, ir a buscar la escoba o llamar a la doncella…
− No tengo doncella.
Bueno, pues no la llame. Salga a la terraza y, con dedos nerviosos, saque un cigarrillo del paquete de tabaco que lleva en el bolsillo de la chaqueta del pijama…
− ¿Qué le hace pensar que estoy en pijama?
Que está usted enfermo, tiene gripe.
− Ah. Es verdad.
Pero usted, sabiendo que con ello irritará a su madre que permanece pensativa en la habitación contemplando absorta las llamas anaranjadas y rojizas de la chimenea…
− Tampoco tengo chimenea.
Pues que su madre ni piense ni mire las llamas. Usted fume, aunque sólo sea por fastidiarla. Y ya está.
− A usted le parece muy fácil, pero…
¿Qué, que no fuma? Había pensado que, como antes, cuando no estábamos en la calle…
− No, si eso sí. Pero al sacar el paquete del bolsillo me percato de que los cigarrillos se me han terminado.
Espachurre entonces el paquete vacío entre sus dedos y arrójelo lejos de usted, fuera de sí, o entre si lo prefiere porque no tenga ganas de golpear a algún transeúnte en plena calva…
− O a alguna mujer con moño o con sombrero.
Podría ser. Pero si le va a dar a usted, con su manía de adornar, por describírmela de los pies a la cabeza, que las señoras con sombrero suelen llevar guantes, y zapatos y bolso a juego, y un broche con forma de papagayo en la solapa del abrigo, y zapatos de tacón alto y fino, va a ser mejor que, como le digo, regrese al interior de la habitación y siga discutiendo con su madre o, en fin, usted verá, que cabe por qué no la posibilidad…
(continúa)
Alter
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.