Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/querresnorre.pdf
– Que resultó no resultar porque resultó — le explico, porque quiero que entienda que si las cosas no han prosperado por esa vía no ha sido por causa de algo de lo que yo sea responsable — que, ella misma me lo confesó, había sido muchas cosas en esta vida tan destartaladísima que llevo, y que, alg…
– Algún día, cuando tuvieseis más confianza — sigue él, como si recitara, como si estuviese repitiendo de memoria algo requetesabido —, si vuestra relación no se iba a pique como se habían ido a la mierda tantísimos otros buenos principios… ¡sí yo le contara!... ¿Verdad? ― Me pregunta él a mí, como queriendo significar “¿es cierto lo que digo o no lo es?” ― Pero que siguieras, con lo tuyo, con lo suyo, que no lo quiero entretener que ya tiene usted hoy bastante lío porque fue una tarde…, lo recuerdas bien ― asegura, apuntando a los papeles con su índice mientras habla ― muy complicada, de mucha tensión y enormes dificultades técnicas por culpa de un avión que no te salía.
– Un sombrero ― rectifico.
– ¿Un sombrero? ― Él.
– Un sombrero, sí ― insisto ―; no me salía, pero era un sombrero.
– Como quieras ― él, como deseando zanjar el asunto de cualquier manera ―: un sombrero. Pero…
– Un sombrero samurái; concretamente.
– Tú sabrás ― él, un poquito impaciente, como contrariado –, pero… ¿Ya sabías hacer para entonces la pajarita y el dado? Porque yo no es que quiera desanimarte ― dice ― pero a mí me parece que el sombrero, samurái encima, para un principiante…
– Pues no sé… A lo mejor es que aprendo muy deprisa…
– Puede ser – concede, aunque me parece que de mala gana. Y zanja ―: te contaría, dijo, pero que una chica así, tan mona, y con aquellas botitas tan coquetas que tú le describías, le parecía que no… ¿Verdad, cariño?
– “Verdad, cariño” … ¿A qué viene ese sarcasmo?
– Ella; ella ― golpeando con el dedo él sobre los papeles. Y, algo irritado, me explica ―: ¡ella, al marido, desde lejos, que está en otra habitación y le habla, desde lejos, ella, con la mano en el picaporte de la puerta levantando la voz verdad, cariño…! ¿Es tan difícil escribir algo tan sencillo?
– No; claro ― yo.
– Pues entonces… ¡joder!
– Lo que no entiendo ― arguyo, un poco balbuciente porque a veces me pone nervioso ― es por qué hay que ponerse así.
– ¡Así o de cualquier otra manera! ― Responde, en el mismo tono ― Lo que quiero que entiendas es que…
– Está bien ― le digo ―; está bien…
– Al marido ― él otra vez ―, que se quedó un poco pensativo y terminó por decir “pues fíjate que yo diría que a mí me suenan”.
– ¿Te suenan ― ella, dice, arrugando con incredulidad la nariz y mirándome, dices tú, con cara de “no le haga caso” ―, te suenan de verdad unas botitas con… perdón: cómo ha dicho usted que eran?
– Con vueltas de piel, contesto ― escribes. Dice.
– “Vueltas de piel”, ella. Escribes ― dice ―, “cariño”.
– “Puede que un poco vagamente”, él, “pero sí, querida”.
– Tonterías…
– ¿Tonterías?
– Ella, hombre ― yo, que parece que lo voy pillando ―; ella dice “¡Tonterías!”...
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–Porque ahora ― dice ―, por aquello de que lo vas pillando y empiezas a tener las cosas claras, parece que me siento más animado.
Pero cuando muy pocos días después volvimos a vernos lo encontré deprimido.
– ¿Qué te pasa? ― le dije, cerrando la carpeta y dejándola a un lado.
– Nada ― repuso ― ¿Qué quieres que me pase?
– Nada…
– ¡Pues a ver si es verdad! ― contestó, con un algo de sarcasmo y pidiendo “a ver esos malditos folios” que hoy, dijo, tengo poco tiempo que perder.
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–Porque ahora ― dice ―, por aquello de que lo vas pillando y empiezas a tener las cosas claras, parece que me siento más animado.
Pero cuando muy pocos días después volvimos a vernos lo encontré deprimido.
– ¿Qué te pasa? ― le dije, cerrando la carpeta y dejándola a un lado.
– Nada ― repuso ― ¿Qué quieres que me pase?
– Nada…
– ¡Pues a ver si es verdad! ― contestó, con un algo de sarcasmo y pidiendo “a ver esos malditos folios” que hoy, dijo, tengo poco tiempo que perder.
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.