Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/perotuve.pdf
Pero tuve que esperar cuatro meses porque, cuando volví — le conté a mi amigo —, una chica que había muy mona pero tan nueva que le temblaban mucho las bandejas y me dio cortedad involucrarla en tanto lío como me traía, me dijo que la mía, mi camarera de siempre, había tenido un niño y estaba de baja por maternidad.
–¿Tuviste que esperar ― dice mi amigo ― cuatro meses para seguir escribiendo sólo porque no estaba la camarera de siempre?
–Pues claro. Esta, la nueva que se marchó en un coche rojo, no hubiera sabido de qué iba la cosa; y de ti nada más conocía la voz ¿Cómo habrías resuelto tú que pudiese ayudarme?
Y quiero pensar que me habría contestado algo, que me habría dicho cómo él lo hubiera él resulto si no nos hubiéramos visto interrumpidos, de repente — le cuento a Lola —, por los gritos de las señoras enjoyadas que jugaban al julepe cuando entró aquel tipo mal encarado, con sombrero, empuñando un revolver…
− Pero a mí — dice Lola, desde lo alto de la escalera porque está colgando una cortina que Grundtvig, tan joven y tan juguetón, había rasgado sin querer — me parece, y perdone, que era una pistola con cachas de nácar… Que no es que tenga demasiada importancia para el caso, pero el del revolver, repase sus papeles si quiere, era, si no recuerdo mal, y además encaja mucho mejor, uno de los personajes de la película del oeste.
−Y te viene, sí, a la memoria — mi amigo, ahora, mezclándose en silencio en mi cabeza su voz con la de ella —, un vago recuerdo de una tal Shirley que no sabes localizar en la vorágine de tanta gente yendo y viniendo, buscando, buscándose, tratando de integrarse, de encontrar su propio lugar y su propio papel dentro de lo que les ha sido asignado imaginar, por exigencias del guion, como su propia historia.
E Indalecio, con su voz tan inhumanamente humana, recita algo que, mañana, cuando le preguntemos, doña Gardenia identificará de inmediato como un fragmento del canto diecisiete, o del treinta y ocho, qué más da, del Orlando…
− Y, Lola, ya a pie llano mirando satisfecha su cortina — mi amigo, que parece estarse divirtiendo —, que si furioso.
− ¿Con Grundtvig? — yo — No, claro, le contesté ¿Qué sabe él? Además, si he de decir la verdad, creo que le estoy tomando cariño.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.