Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/quemesalio.pdf
Que me salió bastante torcido pero el padre de Ramírez dijo ― por boca de su nieto el mayor, un chaval de unos diez años muy espabilado que me tradujo los gestos que el abuelo hacía porque el padre de Ramírez resultó ser mudo ―, que no me preocupara, que esto era nada más el principio pero, más adelante, que ya vería...
Que habría de ver, dijo, cómo día tras día me iba soltando y adquiriendo práctica, y la práctica me daría seguridad en mí mismo, y esa seguridad me pondría en camino de abordar, sin temor y lleno de alegría, empresas cada vez más complicadas, más ambiciosas si bien ― y que en eso no me equivocara, le insistió mucho al chiquillo por medio de movimientos muy vehementes de sus manos que él, el muchacho, me hizo llegar alzando la voz en tono excitado ― jamás y en modo alguno soberbias ni provistas de necia vanidad que envilecería su calidad e iría de forma lamentable e irreversible en contra del más elemental sentido ético que debe, siempre, regir todas las grandes obras salidas de la mano del Hombre con mayúsculas ; y que para mantener tan delicado equilibrio habría yo de permanecer siempre alerta, con mi mente y mis sentidos atentos a no dejarse engañar por modas pasajeras ni por efímeros intereses mundanos, ni por algo como en lo que tan fácil es caer en la tentación de dejarse comprar cual lo es el deseo desordenado de riquezas o de fama o de gloria.
Y habría seguido perorando el abuelo, sin duda, pues se le veía enormemente animado, en torno a virtudes tan dignas de encomio como lo deben de ser la humildad y la modestia o la generosidad y la largueza de no haber llegado puntualmente y como solía cada tarde ― según me informó la señora de Ramírez madre tras escucharse el timbre y anunciar “ésta debe de ser la fisioterapeuta” ― una señorita provista de un maletín cuyo cometido consistía en ejercitar las extremidades del anciano que, siempre allí, sentado en la butaca, corría serio riesgo de terminar del todo inmovilizado.
― Si quiere ― le sugirió a la señorita la abuela ― céntrese hoy más en la pierna; porque lleva toda la tarde de cháchara.
Y que “ya veremos si no va a tener luego agujetas”.
La señorita se mostró de acuerdo porque, explicó, la conversación y, más aún, el prodigarse en extensos discursos cuanto más floridos mejor, era, en casos como el del señor Ramírez padre, una gimnasia buenísima que convendría practicase a diario y, así, ella podría dedicar más atención a las extremidades inferiores porque “y a pesar de que el día es tan soleado ― pues parece ser según explicó que los días lluviosos inciden negativamente sobre determinadas dolencias ― no hemos de perder de vista que estamos en otoño” y que las notaba ella, dijo, muy agarrotadas.
Antes de marcharse ― le conté a mi amigo con tan sólo intención de prolongar en unas cuantas líneas mi relato ― indicó que habida cuenta de que diabético el señor Ramírez no lo era le podían dar agua azucarada para las agujetas; pero que si el mismo ejercicio que las había producido se repetía al día siguiente irían remitiendo paulatinamente y él, mi amigo, se mostró entusiasmado porque así, dijo, me sentiría yo al acudir a aquella casa cada tarde lejos de cohibido por estar quién sabe si molestando ― tímido y un poco acomplejado “como eres” ― reconfortado por estar colaborando con mis visitas a una mejor calidad de vida para el anciano aunque esto, lo último, lo del entusiasmo de mi amigo, no me animé a escribirlo porque si bien es verdad que valoré, y en mucho, lo muy satisfecho de mí mismo que me sentiría por mi buena obra no pude, sin embargo, esquivar el sentimiento de culpa que me asaltó al considerar que sí, que eso podía estar muy bien, pero que mi generosidad, mi buena obra, quedaría ensombrecida por el hecho de que mi verdadera intención era, por encima de todo, el tener las manos y la mente ocupadas jugueteando con algo que ― y teniendo, pese a todo, que dar gracias a Dios porque si en lugar de una servilleta para hacer que me interesase por la papiroflexia , cuando lo del hámster, hubiera tenido a mano cualquier otra cosa que me alentara a alguna actividad más extravagante la situación habría sido bastante más irresoluble; pero a Dios gracias, ya digo, fue una humilde servilleta ― ahora, y de la manera más irreflexiva del mundo, me podía estar poniendo ante el brete, tan enojoso, de no ya barquitos...
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.