Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/tocuanhabi.pdf
Con la dificultad añadida, además, de que al tratarse definitivamente de la de abajo, la tacita de harina y el bizcocho quedaban suprimidos para ser remplazados por el vestido de organdí desteñido de rojo de la niña y… he ahí el problema, el maldito “centrifugado” que el chiquillo no hallaba forma ― y eso que estamos hablando del mayor, con su inteligencia tan despierta y habituado como estaba a expresar con sus pequeñas manos conceptos tan complejos como “disparatados” e, incluso, “abstrusos” o aun “subyacentes” ― de trasmitir al abuelo ni aun de forma muy somera (y por más que la vecina se aviniese a restar algo del dramatismo que en verdad tuvo el percance, habida cuenta de que la propia damnificada consintió en pasar por alto el agravante de que la prenda causante del desaguisado era ni más ni menos que un edredón, “¡con lo que eso chorrea!”) o reducida, en el mejor de los casos, a la mínima expresión que, en su extrema pequeñez, aun con la buena voluntad del muchacho y poniendo la máquina al máximo de revoluciones no habría servido ni para centrifugar un pañuelito del moco con el que, al menos, enjugar las lágrimas de la fisioterapeuta cuando, afligida y consternada ante la perspectiva de dejar de prestar un servicio tan humanitario como el que venía realizando con su trabajo de proporcionar una mejor calidad de vida al anciano, se echó a llorar a lágrima viva protestando, con voz entrecortada “porque es una profesión que requiere muchísima abnegación, ¿o se han creído ustedes que atender a viejos decrépitos y latosos es moco de pavo, eh?; para que venga a resultar que todo ha sido tan sólo una farsa”.
– No ha sido una farsa — tratando, con su natural afable Ramírez, de serenarla preguntándole si quería un terrón de azúcar o dos en la tila —, no ha sido una farsa sino un cúmulo de circunstancias sumamente lamentables…
– ¿“Lamentables”? — Su madre —, ¿se puede calificar de “circunstancias lamentables” el que tu padre, tanto como ha padecido, pobrecito mío, y yo con él, esté ahora mismo hecho una rosa?
– No, mamá, si eso sí. A lo que me estoy refiriendo es a todo este desafortunado peregrinar para el que nos metió en canción doña Isidora; que para al remate no encontrar a la chica no nos habría hecho falta ninguna andar toda la noche por ahí, pateando calles.
– Una chica — Sonia — que visto lo visto lo mismo hasta ni jamás existió; y yo, como una tonta, que tentada estuve de dejarme embaucar, queriendo hacerme creer que, si era yo, tan mona…
– ¿Tú? — Su marido.
– Sí, yo.
– ¿Y cuándo fue eso?
– Oh, “¿cuándo fue eso?”. Me acuerdo perfectamente; una tarde que andaba yo de limpieza, con los guantes de goma…
– Pues entonces — Ramírez — debería acordarme yo también.
– Pero como nunca te fijas, ni atiendes, ni me haces caso…
– Vamos, vamos — el señor barbilampiño que fuese alguna vez vecina de al lado, aunque bastante más afable , que hoy había venido no a pedir harina sino a devolver unos zapatos de tacón color pistacho — no discutan por algo que ya pasó y que no fue, en realidad y en definitiva, más que una trastada de críos…
–… hecha — intervino con voz potente y paseando a grandes zancadas por la pequeña estancia el señor Ramírez padre —, por añadidura, con la mejor de las intenciones.
– Sí, claro — en un tonillo reticente la abuela, que ya se sabe que no bebía precisamente los vientos por el chico mayor —; una intención buenísima.
Y, al menor — que se presentó en pijama a pedir un vaso de agua y, una vez allí, con todos nosotros hablando a la vez, llevado él de la costumbre que adoptan tantos hermanos pequeños de imitar a sus hermanos mayores se puso a hacer muecas y jerigonzas con sus manitas para hacer la traducción al abuelo —, le alborotó con mimo el remolino de la coronilla y lo conminó con dulzura a “pero deja eso, mi cielo, ¿no ves que ya no hace falta?”.
Y, como para sí doña Celedonia y en tono contristado, que había que ver qué lástima con tantas aptitudes como se le veían al niño y lo que prosperaba, que podía de mayor haber hecho de ese lenguaje su profesión y colocarse en el congreso de los diputados, a traducir desde ese cuadradito que sale en la esquina de abajo en los televisores las discusiones de los parlamentarios.
Sergio Escalante
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.