Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/aunquenose.pdf
No lo sé.
Porque, al marido, por ejemplo, sí; a Ramírez sí lo conozco un poco, o, si alguna vez me despisto porque ando con preocupaciones en la cabeza, no tengo más que bajar a la cafetería a eso de las nueve y veinticinco, y, allí, de pie en la barra, veré al individuo que desayuna porras y en el que no tuve la perspicacia de fijarme en el momento en que me hubiese resultado conveniente, y me diré a mí mismo ‟¡ah, claro, es que es el otro!”, y recordaré de inmediato que Ramírez es el del croissant, aunque sin tenedor ni cuchillo ni traje sino con su uniforme de subalterno que le confiere, con sus galones y sus botones dorados, ese aspecto de militar con mucha graduación, si bien, para no inducir a equívoco al lector y pueda pensar que es Ramírez persona de talante adusto o severo, he de aclarar que es un hombre muy cordial, o, recuérdese como prueba de ello, cómo me invitó a su casa, a comer, apenas él llegado para hacer la suplencia de Gutiérrez.
Al marido sí, pero a los niños muy poco; y a los suegros no más aparte de lo de la papiroflexia del anciano y la simpatía de la abuela por el pequeño, mucho más que por el mayor, que salta a la vista.
De los padres, si es que aún viven, y que es muy posible porque Sonia debe de andar por los treinta y cinco, no sé nada y, no, seguro, porque tenga ella algún interés en ocultarlo, que por qué habría de tenerlo, sino porque no se ha terciado nunca en las conversaciones el mencionarlos; y es lástima porque, de entre todas las posibilidades que mi amigo me ofrece, pienso que estos serían los que mejor, y con más fundamento, aportasen matices y aspectos de su yo.
De amigos o compañeros de colegio no sé tampoco nada; y de enemigos, aunque no sé tampoco nada aunque, en este caso sí, cabe la posibilidad de que alguno tenga, o ‟alguna”, mejor dicho, porque el asunto del pelo mojado pudiera, sabiéndolo llevar (y si no sé mi madre podrá echarme una mano, como ve tantos seriales), dar mucho juego y mucho morbo, y eso suele enganchar mucho a los lectores, lectoras, mejor, que los hombres, además de leer menos, suelen preferir o bien ensayos o tratados sesudos (los intelectuales) o, los que solo buscan pasar el rato, las novelas de acción.
Pero en de qué vaya a ser mi novela es algo en lo que todavía no nos hemos parado a considerarlo ni mi amigo ni yo; o, en realidad, mi amigo. Mi amigo que es, como si dijéramos, mi dios o mi creador.
Pero, vamos, que, y centrándome en qué a mí me ocupa, no tengo ni medio claro a cuál de entre todos elegir ni, metidos (por ahondar más en la herida, que me tiene en un sinvivir) en el laberinto de la confusión en que me encuentro, quién es mi amigo, que tampoco eso lo sé, porque echando cuentas, y barajando fechas datos, y memorizando cómo estaban colocados los pupitres, y desde dónde llegaba la luz de la ventana, y a aquella señorita que no me acuerdo de cómo se llamaba de pelo tan lacio — y ojos bonitos, porque eran bonitos, de color, sí, bonito su color azul, y grandes, también, pero de azul desvaído que hacía que la mirada resultase apagada, mortecina —, no termina de encajarme que el chico gordito del que todos se reían fuese jamás mi amigo, y no porque fuese un poquito gordo, que a mí eso no me habría importado ya que, aunque lo traté poco, me caía muy bien porque siempre estaba de buen humor, sonriente como si no le importasen sus burlas (y que siempre pensé que de verdad no le importaban), y teniendo, siempre que la ocasión la requiriese, a flor de labios la frase ocurrente, aguda e incisiva pero jamás sarcástica o hiriente; pero que fuese amigo mío no termina de encajarme porque, como digo, al no concordar su presencia en mi recuerdo con la disposición de los pupitres, ni con desde qué ángulo entraba la luz por la ventana, ni con el pelo de la señorita de los ojos azules tan lacio, más me inclino a pensar que, aunque me habría gustado ser su amigo, estaría siendo mayor, o de otra clase, o el recuerdo de alguien que estuviera pensando en otra cosa y, éste, mi amigo de ahora con el que hablo y me pregunta, estuviese pensando, precisamente, que qué casualidad, en ese otro alguien a quien, como no conocí, podría por qué no tomarme la libertad de imaginar…
Pero, como tampoco eso sé, no ya muy bien sino ni tan siquiera regular, cómo lo haré, corto en “imaginar” — con sus tres puntos suspensivos, que ahí están — en la esperanza de que otro día, si las musas se muestran favorables, estaré más creativo.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.