Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/V/vacas.pdf
Las vacas paseaban con el rostro desmayado por el llanto de los días sagrados que preceden al nacimiento de la duda ignorando, en su perezoso ir y venir ya del puede al quién sabe ya del nunca al quizás, si era vertido por los ochenta y seis mil cuatrocientos pares de ojos de sus respectivos pequeños y apresurados segundos o derramado por la torpeza de unas horas demasiado rotundas, lentas y poco versadas en el arte de una Terpsícore que se había declarado incapaz de hacerlas llevar el ritmo hasta el centro de la estancia en penumbra que, habiendo prometido ser placentera, empezaba, ahora precisamente, ahora que los rayos del sol ya no alumbraban y las diminutas lagunas saladas e iridiscentes se habían convertido en charcos negruzcos de aspecto grasiento, a dejarse sentir como larga y tediosa.
Una temprana, hora madrugadora que mostrase al principio un aire virginal algo descolorido en su cara lavada y sin otro aderezo que unos toques de alba, suspiró a lo que bajo los efectos de una combinación de fatiga y dos daiquiris imaginó el borde del desánimo y se quitó los tacones para, tras masajear sus pies, dejarse caer sobre lo que tan sólo era el primero de los hitos que advertían de la presencia sobrecogedora del abismo; pero ella no lo sabía.
¿Cómo sería la desesperación en toda su inmensidad?
Tenía alguna noción desdibujada no peor ni mejor que cualquier idea imprecisa ni menos o más inconcreta que tantos otros prácticamente despreciables rudimentos de un saber que había ido pergeñando a base de prestar oído a las más viejas cuando, sentadas en torno a la camilla una vez terminada la faena, conversaban refiriéndose historias verdaderas o inventadas de quién podría saber cuántas correligionarias extraviadas que, tildadas de ineptas para encontrar el camino de regreso, consideradas indignas de continuar ostentando su título y su rango, fueron dadas por perdidas.
5 de mayo de 2010
Deliquios
Prosa
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.