Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/C/cureschimfra.pdf cuarto de estar con chimenea francesa la tía Bárbara se quedaba invariablemente pensativa y, sin cortarse ni un pelo a pesar de que Valeria acabase de criticar el color de sus uñas que llevaba pintadas ese día de rosa perla y “¡qué esmalte tan chabacano!”, se rascaba despaciosa, dubitativa, cavilosamente una mejilla antes de, con cierta cautela, preguntar —: pero no lo contaste, ¿verdad? –Sí lo conté ―. Sacándose los guantes. – ¿De veras? –Lo conté, si; lo conté ¿Qué pasa? Ponía entonces la tía Bárbara el grito en el cielo y decía que bendito fuese Dios. – ¡Bendito sea Dios! — llevándose las manos a la cabeza — Gertrudis podía, ciertamente, estar más o menos mediatizada... era bastante influenciable y tal vez Herminia estuviese en lo cierto, por don Anselmo y sus teorías; pero, en atención a su memoria, permíteme puntualizar que lo que ella equiparaba con la de los conjuntos no era la vida sino la realidad. – ¿Y qué diferencia hay con lo que yo he dicho? Y que si o es que había algo más real que la vida. A lo que Pascual, necio donde los haya, terciaba, acompañando sus palabras con una risita tonta, que la muerte. –Mucha diferencia. Y que a qué vida se estaba refiriendo, de qué vida estábamos hablando. –Pero... ¿cómo, cómo, cómo que de qué vida? Y que, por supuesto, de la única que tenemos. –“De la única que tenemos”, ¿eh? Y que la única para quién. Y que pues para quién iba a ser, y que pues para cualquiera y que maldita fuese ¡Maldita sea, sólo se vive una vez! Y, Pascual, que con la muerte pasa exactamente lo mismo, y, mamá, que ya estaba — decía, quitándose las gafas como siempre cuando se enfadaba — hasta la coronilla, que ya estaba bien. –Está bien, pero... –Ay, pero pequeña, mi tesoro, si no te digo a ti — y se las volvía a poner como siempre cuando se calmaba —; no te enfurruñes. Y que había que ver cómo te pones por nada y Pascual pero que..., pero, ella, que si no cerraba el pico y dejaba de enredar, te vas a la cama ahora mismo... ¡lo decía por mí!... [][][] Dijo Albertina. Albertina que, un poquito rabisquina que fue siempre, aun se rebeló con un insolente, descarado: – ¿Y Pascual qué? – ¡Y sin postre! – que aun sabiendo que la amenazada era yo cualquiera hubiese podido imaginar que le estaba hablando a él, tan cariacontecido, abrazado a su Código Penal sempiterno. – ¿Pero y Pascual? – ¡Que os calléis los dos! Y que si o es que o no veíamos que estaban hablando los mayor... pero “me callaré” me dije. Dijo. [][][] Y que la tía Bárbara la miró entonces como si se terminara de despertar o saliese de un trance del que regresaba sin comprender cuándo o dónde o para qué me habré pintado yo estas uñas y le preguntó, a ella, Albertina, si estaba segura de lo que terminaba de decir; y Albertina sin despegar los labios asintió con la cabeza que sí. Y se las miró, las uñas, Bárbara, y con la misma expresión un poco ausente insistió en « ¿seguro?». Y cuando Albertina volvió a asentir con cabeceos alzó ella la mano derecha para, con cuidado, muy levemente, dar un par de toquecitos con la del pulgar sobre el labio inferior para comprobar que el esmalte había secado bien. Y debió de ser que no lo notó del todo seco porque exclamó un casi lastimero « ¡oh; no!» y se quedó con las manos abiertas, en el aire, como sin saber qué hacer con ellas aunque, como no era Bárbara al parecer persona que se amilanara ni achicase ante la adversidad, se rehízo con bastante presteza y se puso de pie. Y recorrió con paso lento la distancia que la separaba de la niña para, acuclillada ante ella, prácticamente de rodillas y forzando con suavidad a que por efecto de la ligera presión ejercida por el reverso de su mano bajo la barbilla alzase a regañadientes la cabeza, en tono ahora decidido pero afable inquirir «¿y tenía que ser “ahora”?». Y Albertina volvió a cabecear. – ¿Justo “ahora”? Más cabeceos. – ¿Y “aquí”? Nuevos cabeceos. – ¿Justo “aquí”? Y hubiera vuelto Albertina a los cab… pero « ¡ya basta!»; pronunciado con autoridad por Basilia, que se acercó y la agarró por la muñeca y de un tirón la obligó a ponerse de pie. Ella dijo entonces «no: si ya veo». Y se miró otra vez las uñas; y otra vez dio un par de toquecitos leves con la del pulgar sobre el labio inferior; y como viese por lo visto que ahora sí estaban bien secas dijo que le parecía muy bien porque otros defectos tendría esta mocosa pero mentirosa no era aunque sí, y a la vista estaba, terriblemente terca y, además, era algo que hacía mucho tiempo que se venía viendo venir de modo y manera que no tenía por qué ser yo, ella, precisamente, que había de suponerse tenía que estar al cabo de la calle y bien... Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.