Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/U/untextunpoc.pdf un texto un poco largo que recorrí de arriba a abajo de un tirón sin leer — una docena de páginas se puede denominar “texto largo" no si se lo compara con El Quijote o La divina comedia, desde luego, pero sí si se le contempla a las cuatro de la madrugada sabiendo que el despertador sonará a las siete y cuarto —; así que me quedé con la copla de que era la versión 10 de algo y me marché a dormir. Y yo ― que aunque no eran las cuatro eran sí las tres y veinte y mi despertador sonaría no a las siete y media sino a las seis y cuarto ― también. Y dormí. Recuerdo, como en una nebulosa en mitad del torbellino de situaciones y emociones encontradas que es mi vida, que dormí profundamente aquella noche y que, ya de mañana ― no sabría precisar si tras el desayuno o una vez depositado el niño o quizá dos en el colegio, o si quien los llevó fue mi marido; o después de haber rezado los maitines o firmado, según en qué circunstancias y en nombre de razones que no quise con el día que me esperaba analizar si eran mejores o peores, un despido; pero no importa mucho — o quizás por la tarde porque muy bien pudiera ser que la mañana la emplease en buscar mi muñeca o mis sandalias o en atender a un individuo apresurado que me entregó determinadas pertenencias, me senté, ya más calmada, frente al ordenador. - ¿Dónde estábamos? – me pregunté, dando la primera calada al primer cigarrillo sosegado del día, mientras esperaba a que le viniese (al ordenador) “el alma al cuerpo”, como yo digo. Al fin le vino. Le vino al ordenador el alma al cuerpo, pero no a mí el punto en que me quedase cuando lo apagué de madrugada. Tenía una vaga noción de cierta copla ― sin música, pero mi oído es francamente malo ― que hablaba de algo referente a cierta versión 10; tenía, también, algo más claro, que la copla en cuestión no era mía… Y busqué. Busqué afanosamente por las páginas que, junto con la dirección de mi banco, y la de la cartelera de los cines, y la del Google Earth que había abierto para buscar el hospital más próximo al que llevar (por lo del cólico) a mi prima, y alguna otra de cosillas curiosas que me gustan o indecentes ― que me disgustan, pero no sé ya cómo decirle a mi marido que a ver cómo diablos las bloquea “mi amor” ― porque me gusta ser amable aunque esté francamente molesta ― “que ya sabes cómo son los niños”, se habían ido almacenando poco a poco en el historial. Pero no la encontraba. Me puse tan nerviosa que me empezó a picar todo el cuerpo; y me entraron calores, y llegué a estar tan de veras sofocada que hasta sentí que me estorbaban las tocas… Y me sobresalté. Me sobresalté porque caí de repente en la cuenta de que las monjas no fuman… ¿verdad? Y sé que me debatí por unos instantes entre apagar el cigarrillo o arrancármelas; y que al final me decidí por una de las dos opciones o, ante la duda, por ambas, y que seguí tecleando como una verdadera loca hasta que… ¡la encontré! Y aquí está Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.