Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/L/larespues9c.pdf no parece, en un principio, que pueda resultar problemática; no tiene uno y como muy bien sabrá a estas alturas de nuestra historia todo el mundo más que llegar y decir una sarta de sandeces encaminadas ― eso, mire usted, si que conviene el tenerlo presente si es que no queremos (y nosotros no queríamos, pero ahora la historia ha cambiado de manos y a saber qué quieren ustedes tan caprichosas como son las modas) que se nos descuelgue algún capítulo que se quedaría por ahí perdido y, bueno, no es que importe, todas las historias auténticas están plagadas de tantos capítulos perdidos como días vividos a lo tonto en que maldita la falta que hizo que se levantase el que los viviere de la cama; pero esas licencias las otorga la realidad y sólo la realidad, en tanto que la ficción es mucho más tacaña y, una vez que has abierto el ojo y puesto los pies en el suelo, todos tus actos y tus gestos, hasta los más cotidianos y espontáneos, incluso tus pensamientos más secretos, han de ceñirse a criterios enormemente rígidos de coherencia o, por lo menos, de incuestionable utilidad ― a no perder el hilo que a modo de cordón umbilical nos mantenga vinculados cueste lo que cueste, contra viento y marea, al hecho de todo punto insoslayable de que éramos algo que, por cierto, la última vez que alguien lo mencionó no dio problemas y no porque la más corpulenta de las Fuenfría, o de las Soriano o de las Navarrete, o la más aficionada a las películas musicales de las Gorgondiola o acatarrada de las Olmedo olvidara o se negase a decir que pero, bueno, eso es muy elástico; que quien tenga curiosidad por comprobarlo no tiene más que teclear en cualquiera de las versiones anteriores a esta o incluso en alguna de las posteriores y ahí podrá ver con sus propios ojos cómo en efecto, cuando les correspondió comparecer y hacer uso de la palabra, lo dijeron puntualmente y sin trastabillar, de corrido y sin que les diera la tos ni uno de esos tontos ataques de risa que la ponen a una tan en evidencia ni nada de nada. Y porque no parece problemática es quizás por lo que uno (o una) se confía, para empezar, y para seguir ― puede tal vez que bajo los efectos de la tensión acumulada ante el temor de omitir sin quererlo un punto o una coma o una inflexión de la voz del todo determinante ― , se relaja una vez superado el duro trance de largar de un tirón una parrafada que, vale, no es el soliloquio de Hamlet ni la mitad de triste, pero tiene su gracia y, sin quererlo, se queda un poquito traspuesto (“traspuesta”, para ser exactos porque quien haya tenido la curiosidad de teclear en cualquiera de las versiones anteriores a esta o incluso en alguna de las posteriores habrá también visto de paso que quien se quedó ahí sentada era “ella”) de manera que , esperando ― un ratito corto primero y más largo a medida que iba cayendo la oscuridad y avanzando una noche que por alguna razón incomprensible pero sin la menor duda de enorme peso no terminaba de cerrarse del todo por más que los técnicos repasaron resortes, y desmontaron y volvieron a montar cerraduras, y sellaron orificios y grietas y antiquísimos conductos que, si estaban ahí, pues por algo sería, sí, pero que aspasen al que tuviese pajolera idea de cuantísimos lustros no haría que habían sido clausurados ―, se quedó como venimos de decir dormida. ¿Había ocurrido algo semejante alguna vez? Nadie sabía. No se podía negar sin embargo ― ni responder con un evasivo “no sé” porque ahí estaba la señorita Oriana más implacable que la más tirana de todas las ficciones exigiendo no saltarse “que os conozco, ningún enlace de la versión que os he dado, ahí lo tenéis, arriba del todo, la 9a, como modelo” ― que, a unos oídos más que a otros, habían ido llegando siempre con cuentagotas ciertos fragmentos de leyendas trasmitidas de generación en generación, como se deben trasmitir las leyendas, pero en un estado de conservación tan lamentable y relatados en lenguas tan diversas y por voces, a veces, gangosas y quebradas de abuelos venerables al amor de la lumbre de chimeneas de esas que presiden salones fastuosos con arañas, cuadros, tapices, porcelanas y alfombras turcas, persas o afganas y, otras, entre estornudos y moqueos de menesterosos al desamor de gélidos eriales, que ― como sucedería a cualesquiera otras obras de arte que se precien de tales ―, al verse sometidas a cambios tan bruscos de temperatura, humedad y traducción no siempre literal ni simultanea, no pudieron soportar el paso del tiempo y, bueno… ahí estaban, sí, pero a ver quién era el guapo que sabía recuperarlas, remozarlas, desempolvarlas, despojarlas de tantas capas de invención... Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.