Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/prosa/hombreatado.pdf Había un hombre atado a una estaca que no tenía ojos y en sus zapatos estaba escrito el código civil, en otro idioma, de un país desconocido interpretado alegremente al violín por otro hombre no atado, ni por causas ajenas a la voluntad última de su bella y por ende enormemente voluble esposa fallecida en circunstancias extrañas años atrás ni, en este caso en concreto, a nada ni a nadie que, a su vez y con intermitencias harto irregulares unas veces e imprecisas otras que oscilaban entre la más deliciosa de las espontaneidades y el más tedioso y monocorde de los rigores científicos, hubiera debido en circunstancias menos dramáticas imaginar jamás nada tan ridículo como el verse involucrado en la necesidad de literalmente desgañitarse pretendiendo no rodilla en tierra y ramo de flores en ristre a la señorita de las serpientes, que aun con el atenuante de sus innegables encantos no era su estilo ni entraba ni podría nunca entrar en sus planes por una simple cuestión de espacio vital, en primer término, ni en la obligación ineludible de meter en las cabezas de sus convecinos conceptos tan abstrusos como que si tan cierto era que como que por causa de que un triángulo fuese rectángulo el cuadrado de su hipotenusa tendría indefectiblemente que ser igual a la suma de los cuadrados de los catetos del citado rectángulo podría serlo el rumor de unas olas que en nuestras latitudes y por causa de que éramos todos gentes de tierra adentro eran desconocidas pero que, por qué no, estarían a buen seguro y en algún lugar por lejano o inimaginable que pudiera resultar para nuestras mentes, batiendo palmas de contento si las cosas salían bien o, a sí mismas, en retirada con desorden y enorme estrépito si volvían a salir mal y fracasaban de nuevo en el empeño de derribar aquel odioso acantilado tan terco; pero se veía, en el espejo del fondo de la sala, reflejado fielmente y hasta el más mínimo detalle frente a la maldición que lo exponía a la mirada torva de unas gentes que, aun sin motivos bien traídos y mejor argumentados — como puede verse en la exposición detallada más arriba de los hechos — desconfiaban sistemáticamente de él atribuyéndole culpas, inexactitudes y desórdenes que, en una opinión de la que empezaba a dudar que fuese suya, en absoluto le correspondían pero no se decidía en su irresolución a rechazar. Etiqueta: Entelequios Categoría: Prosa
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.