Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/A/anoche.pdf La noche pasada volví a soñar contigo, Sánchez. Por alguna razón ya no eras mío — en el sueño creo que pensé que te había dado, o regalado a otras gentes, aunque no estoy segura — y estabas en un lugar que me recordó las proximidades del andén de la estación de tren de Manzanares de cuando yo era niña, que a ambos lados tenía (o yo al menos la recuerdo así) una extensión de tierra y una valla al fondo. Tú estabas allí, cerca de la valla, lamiéndote tranquilamente tumbado junto a unos montones de madera, o ladrillos; eras un poco más pequeño de lo que fuiste en realidad de adulto (cuando te soñé el noviembre pasado también eras más pequeño) y tenías el pelo corto, como cuando te lo cortaban en la peluquería cuando te llevaba a bañar, y no llevabas collar ni correa. Te miré, pero con bastante indiferencia, como si no fueras tú, o como si no fueras un animal; te miré casi como si fueras una persona que se basta a sí misma, que ni la necesito ni me necesita. Y al yo mirarte me miraste tú, a los ojos, como me miraste siempre y como siempre miráis los perros (los gatos, no, o no todos, o no siempre, que a veces miran a las personas como si les resultaran transparentes), con tus ojos tan tristes. Pero no te moviste, sólo me miraste a los ojos y seguiste lamiéndote, como si no me conocieras. Luego — en los sueños las cosas son así — ya era otro día y yo estaba en casa, muy parecida a la casa de siempre en la que he vivido toda mi vida y en la que viviste tú, pero había algo, no sé qué, que era diferente. Era por la mañana y yo me movía descalza por el pasillo; entonces pensé que si te llamaba vendrías, corriendo, aunque estuvieras en la estación de Manzanares; aunque estuvieras lejos tú me oirías, y echarías a correr, y en un instante estarías ahí, y habrías sabido encontrar el camino. Y dije Sánchez, en mi sueño, en voz bastante baja como si estuvieras cerca; y saliste corriendo de la habitación del fondo, como si de verdad no estuvieras lejos, y viniste hacía mí y me miraste y entonces ya si me conocías y me mirabas muy atento, y estabas feliz a pesar de tus ojos tan triste. Apoyado en el quicio de la puerta de mi habitación había uno de mis botines negros, no sé por qué lo había dejado allí, me agaché para recogerlo y llevarlo al armario, donde tengo la costumbre de amontonar el calzado que cuando lo quiero siempre aparece desparejado; pero el sueño terminó justo en ese gesto. Y me desperté con la sensación de que el sueño terminaba bien (es decir seguía bien) y que todo volvía a la normalidad, y que tu seguirías ya siempre conmigo, y que ya no necesitarías nunca más correa ni collar (que quizás cuando viviste los necesitabas menos de lo que yo creía, tan temerosa siempre de que te pudiera ocurrir algún accidente, que no conociste por mi culpa qué es andar suelto) porque sólo con escuchar mi voz vendrías. 2 de abril de 2012 Etiqueta: Admistiquios Categoría: Prosa
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Código: | 2304164062323 |
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Fecha: | 16-abr-2023 17:24 UTC |
Autor: | Valentina Luján |
Licencia: | Todos los derechos reservados |
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.