Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert28.pdf Y ella, Susi —advirtiéndome, descendiendo bajando de lo alto de la escalerita (plegable, claro, que allí la dejamos colocando en la segunda balda del armario los zapatos que acababa terminaba de quitarse) que no encuentra necesario que cada vez que escriba ella especifique Susi porque de quién, si no, dice, estaríamos hablando— a poner objeciones aduciendo que si cuando hablamos no solemos decir descender sino simple y llanamente bajar no ve en absoluto necesario escribir descender tan sólo por estar escribiendo; y que de lo alto tampoco hace falta, porque, pregunta, de qué otra parte podría, ella, ni nadie, bajarse. – Vale, pero ¿quieres que empecemos así, con tachaduras, la libretita de pastas rojas recién estrenada? ¿Rojas? ¿Has dicho pastas rojas? – Rojas, sí; rojas he escrito. Rojas porque ese es desde que empezamos el color de las pastas rojas de la libretita de past… ¡Ya lo sé! De pastas rojas. Pero no me gusta; no me gusta que la libretita de patas roj… Mira, me has puesto nerviosa. No quiero que las pastas de mi libretita sean del mismo color que las del odioso librito de ese dictador repugnante. – ¿Qué dictador? Un chino —que dice que es muy famoso, pero que no se atreve a decirme el nombre Porque no sé cómo se deletrea, y no quiero más tachones. – ¿Y qué quieres que yo haga? Mirarlo en una enciclopedia. No tiene pérdida. Es muy famoso. – Digo con las pastas de la libretita. ¿Tengo que solucionarlo yo todo? —gruñe. Y que no es tan difícil, que las pastas sean de cualquier otro color, el que más rabia me dé, el primero que se me venga a la cabeza… Y, tras una breve pausa representada por los puntos suspensivos precedentes, que si ha llegado ya al suelo. – ¿Qué suelo? ¿Qué suelo? ¿Tenemos, por ventura, a mano o a pie algún otro suelo que no sea el suelo sobre el que se supone está posada la escalerita plegable de la que empecé a bajar desde el segundo renglón de esta misma página —y que haga el favor, por favor, de estar un poquito pendiente de esos pequeños detalles Porque, comprenderás —dice—, ni sería lógico ni tengo yo ganas de quedarme toda la vida ahí, ni arriba ni abajo ni… —Y, tras los puntos suspensivos delante justo del guion, que por dónde íbamos. – Terminas, justo, de llegar al suelo felizmente. Pues qué alegría. Pero te ha costao, ¿eh? — y, un poco irritada, que es una idiotez desperdiciar —mira, dice— una página y más, seguro, de media docena de renglones para llegar a un lugar tan previsible; y, con un leve respingo ¿Cómo que irritada? ¿Cómo que con un leve respingo? – Bueno, tampoco hay que ponerse así. Irritada, poco; y, el respingo, pues, aquí está, leve. Me importa un comino si poco si leve si que… Limítate a las palabras y en paz. – Pero es que, la entonación, los gestos, la expresión… Pues, siempre ayudan, ¿no? ¿Ayudan? ¿A qué ayudan? ¿A quién ayudan? – Pues… A ti. Te ayudan a ti; pero a… Pero —dice, y que le estoy tirando de la lengua – ¿Tirándote de la lengua? ¿Dónde está mi mano? ¿No has dicho que las expresiones ayudan? —Y si no le contesto que hay expresiones y expresiones y que ella es un tramposa repugnante es porque no tengo ganas de discutir. Pues, para callarse, ni una palabra y listo —Y que yo, en cambio, veinticuatro exactamente para decir lo mismo. Y, con las gafas —sin pausa—, ¿qué hago? – ¿Qué gafas? Pues las mías, mis gafas, que qué me toca. – ¿Que qué te toca qué? Ponérmelas… Quitármelas… En fin… Pensé que llevarías la cuenta — Y, como le digo que no tiene, que yo sepa o recuerde al menos, ningunas gafas Porque no te fijas. Recuerdo perfectamente que siempre se me olvida sacarlas del bolso — Y, cuando intento un pero Ni pero ni nada. Estoy absolutamente segura de que se me olvida siempre y, te diré más, la pitillera también — Y que a ver si voy a tener la desfachatez el morro, que ya lo arreglo yo antes de que lo vea aunque protestará por el tachón, de decirle que ni fuma ni tiene gafas; porque que haber, dice, entonces quién o cómo es ella, ni quién yo ni qué pinto si tampoco lo sé. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.