Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/contratar.pdf Que a mi amigo le pareció una decisión muy extraña puesto que, y me lo recordó, yo siempre me había negado a tener a nadie en casa que anduviese husmeando por mis cajones; yo le respondí que reconocía sin el menor empacho que había estado muy equivocado porque desde que ella había tomado las riendas del hogar todo estaba recogido y en orden, y la ropa planchada sin tener que andar ocupándome de llevarla y traerla de la lavandería, y las comidas a punto y bien condimentadas y, lo más importante de todo, Indalecio y Manolita muy contentos, que se les veía… – Un momento — me interrumpió él en este punto, alzando una mano; y mirándome con extrañeza — ¿Manolita?, ¿has dicho Manolita? – Sí — le contesté —, Manolita ¿Es que no te acuerdas de Manolita? – Pues la verdad es que no — y, en tono algo resentido —: Yo pensaba que teníamos suficiente amistad como para que me hubieses hecho partícipe de algo tan… – ¡Y te hice partícipe! — Exclamé —, ¿o es que no te conté lo de los expedientes? – ¡Ah, las petunias! — y rio, contento sin duda de caer en la cuenta de que no, de que la confianza que reinaba entre nosotros no había sido traicionada. – Sí — repliqué si bien, tras un leve carraspeo por hacerle notar que ciertas inexactitudes me molestan, puntualicé —: pero eran gladiolos. Y, porque no se crease esa especie de vacío que se produce en las conversaciones cuando alguna de las partes se ve cogida en falta, proseguí, de inmediato y dando a mi voz un tono dinámico: – El caso es, como te estaba refiriendo, que vino a verme al despacho aquella mañana, bastante temprano; y que Gutiérrez… – Ramírez — rectifica él. – No, no — yo —; Gutiérrez, Gutiérrez que había regresado de las vacaciones. – ¿Tan pronto? – ¿Pronto? — Exclamé —; ¿pronto con la cantidad de cosas ocurridas desde que se marchó? ¡Cómo se nota — añadí — que desde que delegaste en mí para ti la vida fluye sin sobresaltos ni quebraderos de cabeza cuando, para mí, en cambio… – No, hombre, si eso sí; y yo valoro todo tu buen hacer, toda tu dedicación en lo que vale, pero que… bueno, sí, se me ha hecho corto, la verdad… Además — había marcado una breve pausa y, mirándome con los ojos entornados, inquirió —, ¿qué va a pasar ahora con el señor Ramírez, y con los niños y con Camelia y… – Sonia — rectifiqué — y, en cuanto al señor Ramírez he de confesarte que dejó de ser un personaje clave en esta historia desde que rompió a hablar… – ¿Rompió a hablar? — Sorprendidísimo él —, ¿el señor Ramírez padre rompió a hablar? – Sí — admití, incómodo —; también a mí me resultó desconcertante, tanto que en un principio no supe darme cuenta y seguí atento a las manos del chico; pero fue Celedonia quien… – ¿Celedonia? – Sí, su esposa. Yo seguía tomando mis notas en el reverso de unas recetas primero — porque a instancias de Sonia que había protestado de que era un disparate y un desconcierto pretender el llevar todo lo que nos había sucedido aquella noche en la cabeza, pero no teniendo dónde porque con tanto ir y venir y peregrinar por los diferentes Cofee & Shop de la ciudad la carpeta se me había extraviado, le habíamos pedido prestado uno de sus cuadernos al niño mayor pero se negó a que se lo emborronásemos y tuvimos que echar mano del revés de facturas de gas y de teléfono — y, cuando no quedaban ya facturas ni recetas pero febril yo y emocionado seguía y seguía en, recuerdo, un trozo de papel que sacamos (recuerdo que fue la fisioterapeuta, tal vez porque son personas que han de saber reaccionar, como todos los sanitarios, ante cualquier tipo de emergencia) de entre las páginas de Nadie debería morir, de Frank G. Slaughter, fue cuando ella dijo “no se esfuerce, no hace falta que siga disimulando” y que, bueno, había que resignarse y admitirlo porque así eran las cosas pero, y déjame que te termine de contar — le dije yo a él (no a Celedonia) —, que me estás interrumpiendo todo el rato y así no hay manera de llevar el hilo, lo de la visita de aquella mañana y lo del móvil. – Está bien. Termina de contarme lo que quieras, pero que pongas punto final a la buena relación que habías entablado con esa familia y habiendo, además, progresado tanto en lo de la papiroflexia que hay que ver lo bonita que te quedó la grulla que me regalaste para mi sobrin… – Ya, sí, la grulla y el brontosaurio, que me salió también precioso. Pero ella vino a verme aquella mañana con el móvil… – ¿Camelia? – No sé qué te pasa hoy — recuerdo que terminé quejándome — pero te noto como que no te centras; habíamos quedado en que era Sonia. Pero no — y que a ver si por favor le quedaba claro, que ya estaba bien —; era Lola. Esta vez no abrió la boca y le pude referir por fin cómo vino aquella mañana, con su móvil y sus tacones y... Etiqueta: Versacionesdeunchup Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.