Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/A/abanicandosecon.pdf que no era tal sino un periódico deportivo en el que me inspiré ― no sé por qué, o sí quizás porque el hombrecillo del mono era, pese a su mediana estatura, bastante fornido y no por grueso, que no lo era, sino por musculoso y eso, junto con el color enrojecido, casi amoratado de su cara, me sugirió trabajo duro en un ambiente muy caluroso ― pero ella cerraba y abría haciendo, sin saberlo, el sonido característico de las varillas de los verdaderos al entrechocar y, a mí (supuse que sabiéndolo porque su tono parecía real, muy convincente), reproches por no haber inventado “otro tipo de historia ― dijo ―; de otras gentes que no fuésemos ni yo, ni mi marido, ni sus padres ni mis hijos ni… Pero en qué medida ni con qué argumentos, me pregunto …, y muchas veces me lo he preguntado desde que entro usted en nuestras vidas o, bueno, nosotros en la suya, tengo derecho alguno a…”. Y puse, por propia iniciativa, los puntos suspensivos, y cerré las comillas, y coloqué el punto final porque tuve la seguridad de que ella no iba a terminar la frase; pero… − No vaya tan deprisa ― había cerrado el bolso y puéstose de pie, pero volvió a sentarse y, en tono que denominaré “incisivo” porque no sé cómo calificarlo pero tan nuevo en ella, tan cargado de un no sé qué inquietante que me desasosegó ―: ¿O es que tampoco usted quiere saberlo? − ¡Pero claro que sí! Todo cuanto usted se pregunte yo me lo preguntaré. Si desea seguir hablando quitaré los puntos suspensivos, y volveré a abrir las comillas, y ese punto ya no será final… − De eso puede estar seguro ― y dejó escapar una risita ahogada, aunque muy audible, que no supe el porqué se me antojó malévola. − Y lo estoy ― repliqué sin querer dejar traslucir mi malestar; y mostrándole los renglones que escribí desde que guardara el abanico ―; mire, ya no es final. − Ni lo sería, jamás… ― parpadeó, y levantó la vista y la fijó por un instante en la fragua, y recordé que estábamos en el museo, y fui consciente de que ella estaba pálida ― pero usted, como todos, no quiere saberlo; prefiere seguir viviendo, si es que eso es vivir, en la ilusión de que… Y como está vez no sólo se puso de pie sino que echó a andar, que lo sé porque oí repiquetear en el pasillo los tacones de Lola, y mi amigo dijo “vamos a parar mejor aquí” aunque la cafetería no era la de siempre ni habíamos caminado tanto mientras él, impaciente, leía los folios esquivando a los transeúntes; y como además yo mismo prefería no seguir porque estaba asustado, coloqué, ahora sí, el punto final a estos… − Mira, casi tres folios ― dije en voz alta, mientras los barajaba ―; no está mal. − Pero estás ― mi madre, tan demoledora como siempre ― en un tris de echarlo todo a perder. − ¿Hoy viene solo? ― Aunque estaba en una cafetería distinta y no era la camarera de siempre. Y pedí un café y dejé los folios a un lado. Y no quise seguir escribiendo, temeroso de que mi madre tuviese razón. Etiqueta: versacionesdeunchup Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.