Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/S/sequitolasgafas.pdf por primera vez, en el segundo renglón, del segundo párrafo, que lo anotó ella, Susi, también con su derecha en la libretita que siempre llevaba consigo mientras, con la izquierda, se quitaba el zapato del pie derech… Soltó sobresaltada el bolígrafo y recapacitó; ¿siempre llevaba ella consigo — se preguntó, llevándose a los labios distraída el cigarrillo que se quedase, mientras leía, apagado en el cenicero de cristal tallado, a pequeños rombos, que solía tener a mano sobre el último peldaño (el de arriba, se entiende) de la escalerita plegable que solía utilizar cuando, en las noches de invierno, se veía obligada a alcanzar el edredón que guardaba en verano en la balda de arriba del roper… Tanteó, sin apartar la vista de las gafas (del segundo renglón del segundo párrafo, que no se le perdieran), por sobre la mesa en busca del mechero para volver a encenderlo pero sobresaltándose de nuevo, porque, ¿estaba ella segura de haberlo puesto allí el último verano?, ¿no lo colocaría, en un despiste, en el altillo del armario pequeño del pasillo o, incluso y puestos a dudar, entrado ya el otoño por perez… Todo el mundo sabe, y la señorita Susi, siempre lo decía, “yo soy tan mundo como el que más”, también, que cuando un cigarrillo abandonado en un cenicero se apaga resulta difícil que vuelva a prender; y estaba insistiendo, con el mechero, intentando lograrlo cuando, otra vez sobresaltada, lo dejó caer sobre la mesa y, echando mano de nuevo de bolígrafo y libreta, anotó, en reglón aparte Sobresaltos 3 Se dejó caer en la butaquita que tenía a mano — “a culo”, se hubiese dicho ella con ese maldito condenado afán de hablar con precisión — diciéndose, quitándose el segundo zapato que… ¿era el derecho?... Ascendió con la vista por la página y comprobó que no, que ese se lo había quitado cuando se paró en seco preguntándose si estaría siendo del todo veraz al afirmar que, al hacerlo, llevaba siempre consigo la pequeña libretita de pastas rojas porque, recordó, la libretita la había comprado esa misma mañana y, los zapatos, al margen de que se tratase del derecho o del izquierdo, se los había quitado infinidad de veces a lo largo de su vida adulta sin que, que pudiera ella recordar al menos, estuviese sosteniendo siempre algo en la mano… ¿Derecha? Volvió a subir la vista pero ahí lo que encontró fue “veraz al afirmar” que, como no era lo que quería… − ¿De verdad, Susi, no quieres — otra vez sobresaltada que, por no hacer tachones, anotó, en renglón aparte Sobresaltos 4 en la misma libreta pero en distinta página (es decir, esta) reprochándose que por qué no lo anotaría… Y anotó: Reproches 1 cuando… ¿Dónde estaba ella? ¿Por dónde iba cuando? Cuando, cuando, cuando, cuando… ¿qué? Miró en derredor, como buscando, pista, indicio, asidero del que sujetarse para no perder pie y caer rodando, cual bola de nieve, desde lo alto de la confusión al remanso de la certeza turbia, sin brillo ni aristas, ascendiendo en espirales juguetonas diluyéndose o tal vez y mejor difuminándose en la atmósfera cargada de… este espacio cerrado, interior que… ¿Es tuyo, Susi? ¿Es, Susi, seguro tuyo —se preguntó —, este espacio interior cerrado en el que habitas? Y lo encontró, allí, en las noches de invierno, justo antes de verse obligada a alcanzar el edredón aunque, por pura lógica, tenía que estar habiendo todo un otoño de por medio entrado por pereza el cenicero, de verdad y cerámica ¿De dónde había salido el de cristal? De algún rincón de la memoria, se excusó, elusiva; hay tantos rincones olvidados por ahí dentro, tantos ángulos muertos esperando cristiana... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.