Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/Dbre10/Eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, investidos de todo el esplendor de su poderío — y ataviados no del chándal un poco raído con el que practicaban footing los días de fiesta por la mañana en el parque, ni del batín con borlas y las zapatillas de franela a cuadros con que podía verlos la sirvienta mientras se desayunaban en los días de labor sentados a la mesa de la cocina (eran unos hechos cercanos, familiares, que en la intimidad gustaban de la sencillez y de aspirar los aromas de los fogones en los que se empezaban a cocinar ya de buena mañana platos suculentos un poco, tal vez, en exceso especiados) sino del traje Armani confeccionado a la medida y de los zapatos italianos reservados para los actos solemnes — todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor — aunque este particular hubo de quedar por lo pronto en suspenso ante las airadas protestas (que se admitieron, por cierto, contra todo pronóstico y en el acta está por si alguien tiene la curiosidad de echarle un vistazo) de los que adujeron que no era a las apariencias a lo que estábamos juzgando — habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es (y quién no ha vivido la experiencia alguna vez) el que un despertador no funcione. No según las apariencias, por tanto y sí empero por el mucho empeño que pusieron en insistir (porque insistieron, aunque no se reflejó en el sumario por entender que podía resultar reiterativo) los que aducían, ni debido o desencadenado por algo tan genérico “como lo es (la frase fue repetida hasta la saciedad en todos los idiomas y diferentes tonos, por activa y por pasiva, en los mercados y en los colegios y en las iglesias, por voces tan disonantes cual pudieran serlo las de las verduleras o las de las profesoras de primera enseñanza o las de los clérigos; omitiendo, empero, lo de la experiencia y pasando, asimismo, por alto quién la había vivido y quién no porque nos hallábamos, no convenía olvidarlo, ante un acontecimiento de trascendencia universal y no era cosa de andar deteniéndose en minucias ni en ésta o aquella anécdota personal) el que un despertador no funcione” sino por algo tan infinitamente más concreto como vino a resultar el serlo el que el despertador personal de la señorita Susi se negase a cumplir su cometido justo aquella mañana en que tenía el señor Cremades que pegarse un madrugón de padre y muy señor de la tía soltera de la del tercero ; fallecido, se comprendía, por mucho que el señor Cremades se comportara como si tal cosa — tratándolo con exquisita cortesía cuando llegaba en punto y con algo menos de amabilidad, pero jamás de manera incorrecta, cuando lo pillaba con el pie cambiado —y saliera por la puerta de atrás porque con la ventana (un quinto piso de techos altísimos) no cabía el poder contar. Y es que — todo el vecindario lo sabía — el despertador personal de la señorita Susi era muy caprichoso, según unos, y según otros tan sólo lo bastante difícil de manipular como para permanecer inmutable ante las cortas habilidades de los más torpes. Ella, a pesar de todo, en treinta y cinco años no podía decirse que tuviera ni la menor queja de él; ni la más insignificante de las quejas y, eso lo declararía la señorita Susi allá dónde fuese necesario declararlo sin perjuicio de que “otros” — Susi, la señorita, siempre pronunciaba este “otros” con un algo de tonillo despectivo, aun sin dejar de admitir muy para lo más celosamente guardado de sus adentros que sus derechos tenían por más que, para ella, se convirtieran en “reveses”— estuvieran haciendo correr determinados e irritantes bulos alusivos a su algo más que dudosa procedencia porque, murmuraban, su abuelo — un infame negrero, además, por otra parte; decían también — lo habría adquirido, seguro, en algún baratillo o fuera nadie a saber si no, incluso, de contrabando y sin ningún tipo credenciales, ni documentación, ni garantías, ni nada de nada. Pero, empezaba a temerse a estas alturas Susi, la señorita — el reloj de la biblioteca terminaba de marcar tan puntual como solía las 4:59 P.M. —, que no le iba a merecer la pena preparar un alegato sesudo y bien estructurado a favor de su viejo despertador porque hoy tampoco la iban a citar a tiempo. Se limitó, pues, a mirarlo con expresión desolada, musitar un apenas audible “¡cómo lo siento!”, y arrojar el borrador a la papelera. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.