Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/E/eldesper.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundos antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la obligase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad, pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta mesa ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión algo mermadas por causa de… ¿qué habíamos dicho? – Sordera — repuso una mujer corpulenta de la segunda fila —; y discúlpeseme el ser tan concisa y no expresarlo de un modo más delicado como “deficiencia auditiva”. Pero es que ando si se me permite la expresión un poco volada porque he dejado la lavadora puesta, y si nos detenemos en minucias terminará de centrifugar; y si no saco la ropa de inmediato se arrugará muchísimo. Así que, con todo el dolor de mi corazón y lamentándolo profundamente, me veo en la necesidad de intervenir, por ir... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.