Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/Q/queparaserex.pdf que, para ser exactos, eran perdices; si bien en puridad no fueron propiamente unas aves u otras las que determinaron que Diorante no fuese ya nunca más tomado en serio sino la circunstancia, meramente anecdótica y que habría pasado inadvertida, sin levantar ampollas, en otro momento cualquiera en que los ánimos no hubieran estado tan tensos por causa de aquel intempestivo capricho de la prima Juliana aquella tarde de domingo del fútbol. Nadie aparentó oírla, y todo el mundo siguió con lo que se estuviese trayendo entre manos sin mayor percance que la rotura de una copa de cristal de bohemia porque a Fuensanta ― si bien pretendió achacarse a que como estaba ya muy viejecita era normal ― las suyas le temblaron. Y porque nadie aparentó oírla tuvo aún Ovidio una posibilidad de salvarse; pero ella insistió, insistió en que no podía ser tan difícil que algún caballero galante de entre tantos como había por allí ― sin ni pensar en el propio marido que, como todos los maridos, se hacen los longuis cuando son sus esposas las que piden favores ― lo quitara de su vista; o lo tapase, al menos. Taparlo era una solución que aunque parezca increíble no se le había pasado por la cabeza a nadie y, tal vez por su abrumadora simpleza, fue por lo que se le ocurrió a un ser de tan pocas luces como Julianita y por lo que Ovidio, que tampoco es que fuese un dechado de ingenio, no supo escapar de la debacle. Porque Felipe se colocó, sí, delante, y allí estuvo cargando el peso del cuerpo en una pierna y luego en la otra y mirando por la ventana y leyendo a ratos algún libro que alguien se ofreció a acercarle y fumando algún cigarrillo aunque alguna de las tías más tiesas lo mirara con desaprobación, a él, y con insistencia a Calpurnia haciéndole gestos, con leves movimientos de cabeza y elevando una ceja, de “bueno, ¿qué pasa; no piensas protestar del humo o qué?”; pero Calpurnia se revelaba a veces como una criatura bastante imprevisible… hasta que, por fin, pasó la tarde. Y una vez pasada ya no habría por qué haber vuelto sobre el tema nunca más y ni la copa que rompió Fuensanta se echaría de menos porque buscaron una cristalería de guardia y la repusieron aquella misma noche; pero como siempre hay a quien le gusta dejarse llevar por la nostalgia y decir aquello de “¿os acordáis cuando…?”, y antes o después en todas partes aparece un buen día en que se presenta sin estarlo esperando ese alguien, llegó por fin el día y, bueno, ahí estaba Ovidio para decir aquello de que «pero por más que Felipe se esforzase, imbuido de la personalidad de don Ildefonso hasta los tuétanos, por ponerse en el lugar del abuelo no es ya que no diera ni con mucho la talla sino que, lo que era aún peor, no tapaba, “y eso que nos afanábamos todos por ayudar ― decía tronchándose de risa ― y un pelín más acá una pizca más allá y que se mantuviese erguido a ver si así”, los animales ensangrentados muertos». Dado que el abuelo, acérrimo creyente, estaba implicado de algún modo en los hechos, se quiso ― quisieron, los más benevolentes y por respeto a sus canas ― dejarlo pasar como una tontada, una niñería sin más trascendencia que el doble sentido, inocente en todo caso, del juego de palabras; pero una facción bastante más intransigente alzó su voz, por boca de su representante legal, aduciendo que el tema era harto más grave de lo que parecía a simple vista porque, en el revuelo, se estaba obviando que Julianita no cedió y, no cediendo y habiendo por tanto de encontrar solución como además estaba encinta ― Ursina, tan culta, utilizaba este término en vez de “embarazada” ― y “no vayamos a tener un disgusto tan frágil como es y, encima, primeriza” no quedó más remedio que… – ¡Pues, joder ― Purificación, que qué mala lengua tuvo siempre ―, se quita y ya está! Que puede parecer mentira poniéndose la tía Melinda como se ponía, tan elegante a la hora de conjuntar este par de zapatos con aquel vestido o el carmín de los labios con los pendientes de coral o rubíes, tan al filo de lo abiertamente borde cuando… – ¿por qué, vamos a ver, tengo yo que decir esas palabras tan… gruesas? –pues porque ― se le respondía ―, entiéndelo, Purificación es alguien tan ocasional, tan rara ella, que no merece la pena ir a buscarla y que, luego, lo mismo ni entre… ¿qué trabajo te cuesta? Terminaba entonces por ceder, aunque de mala gana, y: –Vale: se quita el puto cuadro y ya está ¡Joder! – ¿Te das cuenta qué fácil, pedazo de tontuela? –Ya, ya…― y, rehecha de su momentáneo mal humor ―: Venga: poneros… ― aunque, con un puntito de sarcasmo ―: que ya veréis vosotros qué fácil también. Etiqueta: De entre los papeles de un baulito chino. Categoría: Telas de araña
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.