Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/D/deladignidadylagran.pdf Creo que todas las personas nos forjamos en la mente un qué deseamos o esperamos de nosotras mismas, nos imaginamos e imaginamos este mundo en el que vivimos, y nos hacemos la ilusión de lograr un lugar, una pequeña parcela de identidad en él. Aspiramos a ser amados, a ser respetados, a ser admirados; y para ello entendemos necesario que esté habiendo en nosotros algo amable, o respetable, o admirable. Y nos esforzamos en ser cada día un poquito… eso que solemos denominar “mejores”. No sé qué motivo pudo tener la creación — o ese algo desconocido (y tan imaginado por todos y de formas tan distintas) que todo lo creó — para perpetrar un serecillo tan despreciable como es el parásito intestinal; ni sé tampoco que son los (o las) Proglótides; pero entiendo que el que yo no sepa su “para qué” no invalida ni desvirtúa el “por qué” se les asignó esa función tan despreciable. Y sin embargo cumplen su función, y la cumplen bien, a pleno rendimiento, y hasta sus últimas consecuencias, y sin equivocarse ni lamentar su condición de miserables. Las personas no queremos algo así para nosotras. Las personas queremos dignidad y dignidades. Todas queremos pertenecer a la ralea de lo deseable, de lo que debe ser. Pero, pensemos en una persona indeseable; en alguno de esos seres que consideramos escoria que no vale nada. ¿Y si fue creado para ser despreciado y despreciable, para jamás ser admirado, ni amado, ni respetado? ¿Y si su fin último es ser el chivo expiatorio (o eso otro que se llama cabeza de turco y no sé si significa lo mismo) al que otros, los demás, desprecien, y no amen, y no admiren ni respeten? Los humanos vivimos presos y esclavizados por nuestra “humanidad” acicalada de nuestra inteligencia y nuestra razón; y ponemos nuestras metas en ser “buenos seres humanos”. ¿pero y si más allá de ese “qué somos” y qué suponemos que es nuestro destino o nuestro logro existe un otro “algo”, otro lugar jamás pensado u otro criterio jamás pergeñado por nuestro pensamiento? ¿Cómo podemos saber ni asegurar, nadie, que nuestra verdadera grandeza no esté consistiendo precisamente en ser lo que somos (sin tal vez quererlo y nadando incluso, incautos o soberbios, a contra corriente de nosotros mismos) hasta las últimas consecuencias? Así, el que no es amado, el que no es respetado, el que no es admirado… ¿Qué daño estaría recibiendo del que ni lo amó ni respetó ni admiró? Tal vez, en ese otro lugar, el ni amado ni respetado ni admirado en este mundo se partiese las tripas a reír — si ese “otro lugar” existiese (aunque sin tripas, claro, que para tripas y parásitos y defecaciones y podredumbres y toda otra serie de guarrerías con este mundo es suficiente) — celebrando, loco de contento, haber cumplido a plena satisfacción la misión para la que fue creado. Ah, y agradecido a quienes ni lo amaron ni respetaron ni admiraron. Y, su Creador, orgulloso de él y dándole palmaditas en la espalda: “Has cumplido, estarás a mi diestra”. 3 de julio de 2012 Etiqueta: Admistiquios Categoría: Prosa
Registrado en Safe Creative
Código: | 2304204095885 |
---|---|
Fecha: | 20-abr-2023 10:03 UTC |
Autor: | Alicia Bermúdez Merino |
Licencia: | Todos los derechos reservados |
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.