Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/S/soloesunsue.pdf
Yo por lo menos no podía, pero ― aunque imagino que huelga decirlo, musitó, como distraída; porque imaginaba que yo, «usted», dijo, y que a muy poquito perspicaz que fuese, me habría dado cuenta ya yo sola porque (y no puedo evitar el repetirlo, tan acomplejada y por tan torpe que me he tenido siempre) a ella no se le despintaba «con nada más echarle la vista encima» (aquí debo hacer otro inciso y explicar que soltó una risita, aunque siguió mirando para otra parte, como distraída, y rectifico diciendo «bueno “las”, para hablar con propiedad») cómo era quien estuviera teniendo enfrente «y usted, que lo veo yo» no debía de tener un pelo de tonta ― él, que mala persona no era (y quería que yo lo entendiese) aunque hubiese estado tal vez encantado de poder mortificarla o de chincharla (y repitió “chincharla” y añadió «sí, “chincharla” es exactamente lo que dijo») un poquito por lo menos, era sí del todo incapaz de inventar algo así.
Por eso quiero que usted lo entienda. No sé si por lealtad ― a ella, claro; a él no lo conocí y no podría asegurar personalmente si era o no era capaz o incapaz de tal o cual ― o por justificar mi propia… ¿ingenuidad?, ¿lo calificaría usted de “ingenuidad”? Pero no me conteste, luego diría que me ayudó y pretendería que los méritos fuesen a medias. Lo cambiaré yo misma por “credulidad” y… ¡pero acuérdese de darle luego al botón ese de borrado!; no quiero que aparezcan palabras que no he pronunciado jamás… ¿Por dónde iba? No me lo diga.
Así que permanecí en silencio.
Permanecí con la boca cerrada, incapaz de encontrar argumento ninguno mediante el que poderla persuadir, hacerla entrar en razón de que aquello era un auténtico disparate…
– Una verdadera locura.
– Oh ― me sobresalté ―; ¡yo no he dicho eso!
– Pero lo parece ― se giró, entonces, quitándose las gafas con gesto muy lento; y agregó despacito ―: ¿Verdad?
Y se me quedó mirando, con el ojo derecho, entornado el izquierdo; luego suspiró, se volvió a poner las gafas y parpadeó y, mirándome ahora sí con los dos ojos, dijo que aquella panda de inútiles había subestimado… “no sabría decirle ― dijo; y que bien que lo sentía pero «espero que sepa ponerse en mi lugar» (cerrando los dos ojos y llevándose con gesto muy cansino una mano a la frente) porque ya estaba hasta medio mareada con tanto lío ― si a Encarnación Corcuera o a Georgina”; pero que, de eso sí estaba segura, en lo que íbamos a llamar aunque fuese nada más para entendernos entre nosotras algo que se queda en el aire porque después de discurrir un rato no se decide a llamar de ninguna manera (que deberá ir en cursiva porque al espiar por encima de mi hombro le gustó y dijo «llámelo así mismo, por ejemplo») había algo que… bueno: la tenía, dijo, “vamos a decir un poquito intranquila”.
– ¿“Algo que se queda en el aire porque después de discurrir un rato no se decide a llamar de ninguna manera”? ― Indagué, con una cierta cautela.
– Eso es ― Desabrochando ella, y volviendo a abrochar, uno de los puños de su blusa.
– ¿“Entre nosotras”? ― Aventurándome, un paso más, en mis pesquisas.
– Sí ― Había desabrochado el otro puño y se disponía a, con lentitud crispada, hacerle un doblez.
– ¿“Para entendernos”? ― Ahondé.
– Exacto ― Y volvió a estirar el puño y, con más dificultad que el otro aunque pensé “eso debe de ser porque sea zurda”, se afanó en abrocharlo.
– ¿Está segura?
– ¿Piensa ― espetó brusca, dejando de pelear con el botón y mirándome, fijamente, de nuevo con un solo ojo ― repetir así, de dos en dos, todas las palabras que yo he dicho pero en orden inverso?
– Oh, pues… No me había dado cuenta, pero… ― me paré diciéndome “no irás a perder tú también la calma, ¿verdad?”; y recuerdo que también yo la miré y, como ella, sólo con un ojo también; y que en lugar de defenderme protestando que algo que se queda en el aire porque después de discurrir un rato no se decide a llamar de ninguna manera tiene veintiuna le contesté con mucho aplomo “lo puedo intentar de tres en tres”.
– ¡Eso ― dijo, volviendo a uñetear con su ojal y su botón ―: hágame burla encima!
Abrí los dos ojos, un poco avergonzada; y pensé decirle que lo había hecho sin mala intención pero, considerando que eso pudiese poner las cosas peor, dije, en el tono más amable que supe encontrar “es que, en fin, intente comprenderlo”.
– ¡Pero si lo comprendo! ― Había logrado abrochar el botón y, mientras tiraba de los piquitos del puño que se quedaban un poco levantados ―: Ya estoy acostumbrada.
Luego, coincidiendo con el momento exacto en que los piquitos del puño habían quedado como ella los quería, dijo “aunque creo que no me acostumbraré nunca”. Y que “pero, bueno”; cruzando los brazos y echándose un poco aovillada hacia delante, como si se acunara a sí misma…
– Lo que necesito que entienda ― decidí zanjar ― es que yo no puedo...
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.