Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/E/esloquequicre.pdf
Es lo que quise creer entonces, cuando – y haciendo memoria detenidamente parece perfilarse una ligera noción de que fue entre unas acelgas aliñadas con aceite y limón y una cola de pescadilla con mayonesa –, hablando de cosas sin importancia o que por lo menos no me importaban a mí pero asintiendo a esto y a lo otro sólo por tratar de no amargarme con que había perdido todo mi di… (no, no mi dinero, o no todo por lo menos porque sólo llevaba como treinta pesetas, de las de entonces, cuando el percance del autobús; no mi dinero sino mi día), entero entre unas cosas y otras, allí, sentada como una tonta en el suelo no (aunque a punto estuve, tan cansada y con aquella sala de espera hasta los topes, pero un joven muy amable que acompañaba a su anciana abuela dijo “¡pero señora, por favor!” y me cedió su asiento) junto a la caja del microondas a la que evito siempre que me es posible el aludir por no mencionar los canelones, ni la sed tan espantosa que me dieron, sino fumando cigarrillos y tratando, usted lo tiene que recordar, de atar cabos, sino con la espalda apoyada junto a la pared contra el cenicero…
Pero me equivocaba porque, aunque mal y medio a trompicones, salta a la vista que recuerdo lo suficiente como para – por muy condescendiente que se sea o por lo menos lo fuese quien tuviera que juzgar si en rigor he terminado por olvidar o no – no dejar de reconocer que lo justo sería que el hipotético juez dijese “no, señora, no ha terminado”, y que me marchara a mi casa a seguir intentando conseguirlo del todo y, cuando estuviera segura de no recordar ya absolutamente nada, solicitar audiencia para un nuevo examen porque, dijo el juez, “aquí somos estrictos pero no tan chinchorros como para negar ni a usted ni a nadie una segunda oportunidad”.
Y llegué a mi casa a las tantas de la madrugada y bastante hasta la coronilla porque el marido es muy latoso pero, la verdad, bastante contenta porque no iba a tener que tocar la sartén ni fregar los cacharros y, además, porque el monedero estaba encima del aparadorcillo pequeño de la entrada. Y no con treinta pesetas, de las de entonces, sino con cuarenta y una con cincuenta...
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.