Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/G/pqroseramuyres.pdf
porque Rosarito era muy responsable y cuando le daban esas ventoleras de realismo no se contentaba mamá con dar órdenes sino que era la primera en arremangarse y ayudar, si era preciso, incluso a doña Loreto en la cocina pelando patatas y picando cebollas sin derramar más lágrimas que las imprescindibles y, todo, por hacerle más llevadero a la pobrecilla ― decía; porque Mariló era muy creativa y le gustaba adornar a Rosarito con toques, aquí y allá, de fortaleza y de ternura ― el hecho tan lamentable de tener que dejarse ver por todo el mundo con aquel gesto avinagrado que, no lo podía remediar, la deprimía terriblemente y hasta extremos tales que se hacía a veces incluso necesario parar aunque fuese nada más unos minutos y se calmase para, justo cuando la cebolla estaba exactamente pochada y bueno, pues ya veréis ― algún agorero ― como al remate se nos va a dorar “porque vamos a ver ― quejarse en un aparte siempre que no estuviéramos con los preparativos de alguna celebración con muchos invitados y las habitaciones abarrotadas de primas peleándose por esta pamela o tal o cual estola ― si hay una buena razón para que me haya ido a tocar a mí, precisamente, tener que arrastrar recuerdos tan tristísimos como los que me tienen amargada de la vida”.
Si había la tal razón, que alguien fuera a buscarla, y se la trajese. Ella, Loreto, la aceptaría de mil amores ― aseguraba ― y la guardaría con mucho cuidado entre la lencería, la más fina, para que no se le estropeara… o, casi mejor aún, la llevaría siempre consigo a todas partes lo mismo que el monedero o que las gafas, y al mercado y al cine, y a los funerales como si fuera un pañuelo, como los de doña Magdalena tan bien planchados y metido en la manga, así, para que no se le olvidase.
Ella entonces, Rosarito, nos contaba, trataba de animarla con “pues porque cada uno ha de cargar con su cruz” aunque si queréis que os sea absolutamente sincera ― no le importaba confesarlo ― lo que me parece que tenía que haberle dicho era aquello de… “bueno, ¿y qué querías si los Menéndez se marcharon a vivir a Murcia y nos quedamos sin una Piluca que llevarnos a la boca; eh?”.
–Pero, pequeña ― doña Telma, tan amante siempre de la concisión y atenta hasta extremos obsesivos de, a menos que fuera de todo punto ineludible, procurar y os lo ruego encarecidamente, por favor, que os centréis o me terminaréis destrozando los nervios no dispersarse ―, y contéstame con un escueto sí o no: ¿Se había lamentado ella de tener que hacerse cargo de los tres chiquillos?
Porque, de no ser así ― doña Telma se puso de pie, y caminó con paso lento hasta la ventana, y bajó de un solo tirón la persiana ―, de no ser así “tu respuesta, Rosarito, a mí me parece que ha estado muy, pero que muy… ― mas, como notase que la penumbra era un poco excesiva, la volvió a subir, esta vez despacito, cosa de cómo más o menos una cuarta ― acertada” pero, en el caso contrario…
Pero como la persiana se bajaba poco a poco, ella sola y sin aparente motivo, doña Telma probó primero con dos de los tomos más gruesos de la enciclopedia y luego con tres y hasta con cuatro hasta que, aburrida, sacó uno de los cajones de su mesa y… “¡persiana de los demonios!” y que mirase, le dijo, y que no la mareara porque estaba ella “hoy que no sé qué me pasa”.
Y sentándose un poco más tranquila que tiempo al tiempo; que no había necesidad alguna de precipitarse, ni motivos para desesperar. Y que ya veríamos como en la temporada estival, cuando vinieran los veraneantes, no nos faltaría “una” Menéndez, o Espinosa o Astudillo, que llenara el inmenso vacío que había dejado en nuestros corazones la de Molina cuando, después de tanto contemplarla y darle todo tipo de facilidades y proporcionarle lujos poco menos que asiáticos como era la muy condenada tan sumamente raspa, se descolgó con que lo sentía mucho pero que ella, de ser algo, sería Custodia porque “estoy hasta el mismísimo pico de la boina”, dijo, de ser siempre la que tenía que cargar con el mochuelo de ser la más protestona y la más irascible y la que más largaba.
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.