Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/trans/Cualquieradelainfi.pdf
que habíamos tenido antes de que la desgracia descendiese sobre nuestras cabezas sumiéndonos en una mendacidad de la que iba a resultarnos muy difícil salir en tanto no asumiéramos uno por uno la verdad de qué nos estaba pasando y lográsemos hacer comprender a todos los demás — incluso a don Sisenio el cura, que nos había dado la espalda muy alarmado y ya ni quería venir a jugar con el abuelo y los otros temeroso, tal vez, de que no le fuésemos a dar de merendar — que no, que no nos habíamos vuelto ni más pobres ni menos menesterosos de lo que ya fuésemos; que el problema no era ese y que no habían entendido mal.
–Eso ya lo sabemos — repuso mamá en cierta ocasión sin inmutarse sirviendo, aquella noche, con naturalidad encantadora, un cucharón de mazamorrilla en cada plato —; pero habrás de convenir en que, habiendo dicho, llanamente, “una mentira”, todo estaría resultando más auténtico, no tan de cartón piedra.
Y me miraba acusadora, como si yo fuese “el” culpable, yo quien no había sabido evidenciar con las palabras, con sus palabras, la verosimilitud del mundo en que nos movíamos y nuestras situaciones respectivas; el papel, en una palabra ― “a ser posible”, no dejaba de encarecer doña Telma aunque, y eso que algunos tenían una capacidad de síntesis digna de encomio, podían ser algunas veces hasta diez o doce ― que cada uno estábamos desempeñando dentro de él.
Papá, entonces y justo ahí salvo que estuviera siendo Ciriaco de el Valle tan despistado, solía decir indefectiblemente “bueno”.
–Bueno — papá posando porque, a veces, cuando, por poner por caso, el monótono transcurrir del cada día se quebraba con algún acontecimiento que quedase muy, muy fuera de lo usual, se transformaba en un ser pensante y sintiente y, aquella noche, ya porque mamá estuviese algo alterada por culpa del tío Astolfo, o incluso del tío Emiliano, como era tan sensible, o ya porque distraída con sus cosas pelase patatas de más o pusiera agua de menos el caso fue que la mazamorrilla salió tan espesa que era imposible comerla con cuchara y, por eso, papá pudo posar el tenedor en el borde del plato con perfecta sensatez y, con todo el aplomo que la ocasión requería, proseguir —: dadle tiempo y se irá soltando, como nos hemos ido soltando y acostumbrando todos; nadie nace enseñado y hemos de tener en cuenta —consideró, contemplando caviloso el plato y retomando el tenedor — que esto es nada más el principio.
–Vaya, ¡cómo lo siento! — Mamá, mirando también su plato con cara de enorme desolación —, pero es la primera vez que... En fin, procuraré...
– ¡Pero, chiquitina — la abuela, pobre, con aquella lengüecilla —, todos cometemos fallos!, pequeños errores, algún acto que no armoniza con la esencia de nuestro propio ser que confunde no sólo a los demás sino a nosotros mismos...
–Oh — mamá, de súbito calmada y arrancándole suavemente de las manos el conejo que había hecho con la servilleta y, había de suponerse, enorme dificultad —, eso es evidente, pero, aun así...
–Aun así — Quiteria que de forma inexplicable «tan parlanchina» como, por utilizar uno de los eufemismos muy del gusto del tío Emiliano, acostumbraba mostrarse, hoy permanecía silenciosa y con la mirada perdida en Dios sabe qué punto de luz de los muchos que iluminaban, aquí y allá, la lujosa estancia en que habitaba inundándola hasta el último rincón al extremo, inusitado, de que algún ángulo no del todo muerto pero casi se desperezaba bostezando ruidosamente al sentir el roce leve, suave, de la mano de la abuela intentando con ademán demasiado brusco para una complexión tan endeble no dejarse arrebatar su obra de arte volvió en sí con un pequeño respingo rompiendo con un hilo de su voz más bien chillona el hechizo del lugar y poniendo en su sitio la jarra del agua que alguien había colocado encima de la lavadora cuando, nadie lo podía ignorar a aquellas alturas, ahí iba de siempre la barra de pan apuntando, a continuación —: no pasa nada por no ser en todo momento y absolutamente a tope lo que debe darse por hecho que se puede llegar a ser…
Y, devolviendo el conejo a las manos de la abuela que — si la lograbas convencer de que era un juego, ¡angelito! — hipaba llorosa, que cuando se coloca el listón...
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.