Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/E/quelejosde.pdf
que, lejos de antojárseme así a un primer golpe de vista sospechosos de acarrear — esta vez sí a mí, quiero decir a “mí no” o eso fue lo que creí — otros nuevos, interpreté como mis salvadores porque, y ahí se veía claramente, esta página (es decir, la inmediatamente anterior, de la que yo vengo de poner la indicación de “seguir leyendo”) estaba escrita en primera persona por una tal Afrodita.
Como además resultaba también evidente que los quebraderos en cuestión y por tanto el archivo que los contenía — que no los contenía, para decirlo con propiedad, ya que en él no se especifica cuáles son ni de qué naturaleza — estaban siendo la continuación de un “algo” iniciado por ella misma, éste, este archivo inmediatamente anterior y recién encontrado, se convertía en una pista muy esclarecedora de que el maremágnum en que me hallaba inmerso estaba teniendo un origen que o bien ella misma conocía o, en el peor de los casos, sabía de dónde y a su vez el tal origen partía.
Entendí también — instruido como ya estaba yo por mi propia experiencia — que sencillo del todo no iba a ser ya que rastrear hacía atrás no me era posible, y seguir hacia adelante conducía a un único archivo final, final de una serie de archivos del que tan sólo había constancia (pero eso ya era mucho tal y como andaban las cosas de enredadas) de que pertenecía al diario de Valentina.
Por eso digo que entendí que sencillo no iba a ser, pero que también me dije que — también, para esto, instruido por mi propia experiencia — sabía que con paciencia y con estar alerta, atento a llevar un minucioso registro de todos los archivos en los que Valentina apareciese, terminaría haciéndome con una especie de dossier o expediente, desordenado, claro, sí, pero de documentos todos relacionados entre sí que me llevarían (con paciencia, ya digo, pero me llevarían) los unos a los otros a, una vez ordenados, conformar un todo coherente o por lo menos no exento de una cierta cohesión.
De modo que para saber al menos dónde terminaba el rastro coloqué — como podrá ver todo el que pulse en las palabras “esta página” del archivo anterior —, para recordármelo a mí mismo, la advertencia de que me encontraba en lo que denominé “final de serie”.
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.