Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/prosa/elnozeland.pdf
No es mi especialidad relatar hechos sucedidos en la realidad; me suelen salir un poco sosos, como que no plasmo bien la emoción o el sentimiento que despiertan. Pero esto es algo tan bonito que merece la pena intentarlo.
A saber:
Es el “paseador suplente” de mi perro Jerry.
Lo llamo suplente porque nada más viene cuando el paseador titular no puede.
Pero hace unos meses el titular me comentó que él, el neozelandés, se marchaba a vivir al sur, algún sitio de la costa en Andalucía.
Así las cosas, y que yo soy muy mía para las cosas mías y para nada quiero dejar a mi perro en manos extrañas, cuando el titular me informa de que en tal o cual momento no podrá venir le digo no “te preocupes” (aunque yo sí preocupada) y, armada de valor hasta los dientes —porque el Jerry es muy bueno; y como se suele decir, me quiere mucho; tanto que no consiente que se me acerque animal ni persona que él, en su cabeza canina, dé en pensar que pueda hacerme algún daño; y, en su celo protector, ya me ha derribado y llevado arrastras por la acera un par de veces— me encomiendo al Altísimo y a la calle que me voy con el Jerry.
El sábado pasado —hoy es lunes— me dijo el titular por la mañana “esta noche viene Nicholas” y, sin preguntar cómo es que estaba en Madrid, me quedé perfectamente conforme.
Y vino, sí; a última hora de la tarde.
– ¿No te habías ido a vivir a Andalucía? —le digo.
– Sí, compré una casa con mis padres; pero también tenemos todavía aquí y vengo de vez en cuando.
Y salió con Jerry y con Jerry regresó una hora después sin más novedad que el mostrar interés en si tendría yo una caja porque…
Echó mano de su móvil y me enseñó una foto.
– Esta paloma —explicó—, debe de tener un ala rota, porque la lleva arrastras, y anda pero no puede volar.
Yo, que tengo una tendencia casi enfermiza —alguna vez me ha intrigado esta manía, que he llegado a considerar si resultaría interesante hacerme psicoanalizar— a guardar cajas, botes, lo que sea, cualquier cosa que pueda taparse o cerrarse (si no puede taparse ni cerrarse no sé por qué pero ya no me interesa) en la idea de que, oye, y si algún día me viene bien para algo, ¿eh?, cuando tiro muchas otras cosas sin tanto miramiento dije, sí, tengo dos muy buenas en el trasterillo del sótano.
– ¿Dónde la has visto? —pregunté según bajábamos.
– Cerca — respondió y, en tono un poco impaciente, que como a cinco minutos andando (que calculé en mi caso hubieran sido unos veinte; él es muy alto, joven, de piernas largas) pero que, por el alrededor, había visto un gato merodeando…
– Oh…
Y se marchó presuroso con la caja y mi ruego de, por favor, ponme un WhatsApp contándome en qué queda la cosa.
Una hora después:
Foto de paloma muy campante, en la caja, en su casa, con recipiente con agua.
Y que le pusiera pan o algo. Le pedí.
– Claro — entendí; aunque a eso no contestó pensando, seguro “te debes de haber creído que soy tonto”.
Lo que sí me explicó es que “mañana” —domingo, a la sazón— o, si no estuviera abierto (que no estaría), el lunes (hoy) lo llevaría a algún centro de rehabilitación.
Domingo:
– ¿Qué tal la paloma? —mi WhatsApp.
– Está más tranquila —el suyo.
– Es posible que ahí, tranquila y quieta, en unos días se le suelde sola.
– Pero es que es en unos días cuando yo vuelvo a Andalucía, y no creo que de tiempo. Mañana la llevo (A un sitio en Majadahonda que conocía, porque una vez llevo un vencejo, pero no recordaba el nombre).
– Vale —muy tranquila yo, también, porque me dije “no te veo yo madera de dejar a la paloma abandonada a su suerte así como así”—, y me cuentas.
Hoy, hará un par de horas:
WhatsApp: Jajaja qué estoy literalmente 200 metros del centro de aves, y la paloma parecía muy animada, abrí la caja y fue volando
– ¿Pero volaba bien? —yo, por el teléfono.
– Perfectamente. Esto es un bosque. Arriba de un árbol.
Y que había visto a dos mujeres, también con una caja, y que le dijeron “pero a lo mejor no la cogen. Sólo aves salvajes. Abre la caja a ver si vuela”.
Y todo eso después de la peripecia de ir, venir, poder cogerla porque seguía en el mismo sitio (sin haber sido agredida por el gato), viajar en metro hasta Latina, y hoy, en tren hasta Majadahonda.
Y nos hemos reído.
– Pues, de haberlo sabido —le digo—, podrías haberte quedado en el Retiro, mucho más cerca-
– Ya, pero —y se ríe—, cómo podíamos saberlo…
***
Y a cuenta de esta historia me he quedado pensando en cómo a base de circunstancias...
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.