Sobre la obra
http://valentina-lujan.es/alicia/quefpapondif.pdf
que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando como integrante de uno de los grupos ― mientras el señor Ramírez, en el otro, merendaba el vaso de leche con galletas que su esposa, tan ocupada que tuvo que decirle que no tenía tiempo de acordarse de Einstein pero que, le prometía, tan pronto tuviese un momentito se acordaría de él, o de Mendeléyev o de Max Planck o de cualquier otro científico (o literato, o pintor, o astronauta o ciclista) que él le pidiese ― de personas, tantos como hay por el mundo y de tantas personas, regresando de las puertas de las que, por debajo, alguien ha deslizado un sobre, sin destinatario ni remite que, ahora, de regreso al punto y lugar del que partieron, llevan en las manos preguntándose, absortos, por qué ha de ser con ese sobre y no con cualquier otro objeto, con el que tienen que devanarse los sesos discurriendo cómo continuar con un relato en el que ― a elegir, ya metidos en problemas (y que dicen, los que no los tienen, que intentando resolverlos se ejercita la imaginación) ― o han perdido el hilo o se han atascado.
Y yo, como las desgracias nunca vienen solas ― y que no entiendo yo por qué tienen que ir en pandilla, como las colegialas de excursión, cuando una sola, sin uniforme ni horario lectivo ni respeto hacia la profesora que quiere instruirla en ser una desgracia fuera de lo común y memorable, se las apaña estupendamente para amargar la vida a quien se le presenta o, dicho con más propiedad, a quien se presenta ella, así, de buenas a primeras, con desenvoltura y desparpajo encantador sin ni haber te deferencia de avisar ―, sin Lola, y sin mi amigo, y sin mi madre, y sin mi tía, y sin Indalecio y sin Manolita y sin, ni siquiera, la camarera antipática dándome a entender, con mucho golpear de sillas patas arriba sobre las mesas, que vaya ahuecando el ala porque es hora de cerrar.
Así que, careciendo de excusa y no teniendo apoyo moral sobre el que sostenerme (y que pueda él soportarme aunque sea mal), no tengo más remedio que seguir llenando páginas porque esa es (no sé quién lo dice porque estoy completamente sólo y aquí, en mi escritorio, sin saber qué escribir) la misión, insoslayable, única y casi diría (ya digo que no sé quién) sagrada del escritor por más que, una y mil veces, pierda el hilo o se atasque, como una maldición, o, bueno, dos.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.