Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/alicia/porsuculpa.pdf
que en su opinión es casi siempre por la mía de manera que, como en esta ocasión no tenía por qué suceder nada excepcional, fue exactamente lo que hizo aquella mañana que tuve que quedarme en casa porque me levanté con vértigos y, mientras movía con la cucharilla el poleo que me había preparado, volvió a la carga de que si es que yo me había creído…
– ¿Que soy tonta, o qué?
– Ya se lo expliqué, Lola — respondí con voz mortecina y los ojos cerrados, postrado en el sillón de orejas y rígido, sin poder mover la cabeza porque me ponía a morir —; llegué tarde y cansado sin ganas más que de tomar un yogur o una fruta y meterme en la cama, y se ve que, distraído…
– No me cuente milongas. Lo hizo adrede.
– ¿Cómo iba a hacer adrede algo tan absurdo?
– ¿“Cómo”, con lo retorcido que puede ser usted cuando se pone?
− ¿Retorcido? ¿Yo soy retorcido? ¿Usted no es retorcida?
− No — respondió con sequedad, poniendo la comida a Indalecio —; y, esto, se va a acabar.
− ¿Hay que ponerse así? — Yo, alarmado.
− Casi no quedan pipas.
− ¿Las pipas no son de Manolita?
− No sé — respondió sin girarse —; me ha puesto tan nerviosa que a lo mejor me he confundido, pero pienso…
Y noté en su voz que estaba al borde de las lágrimas.
− Vamos, Lola — y no pude evitar ablandarme —; no piense cosas raras.
− No pienso cosas raras.
− ¿Por qué llora entonces?
− Porque lo de retorcida — respondió, secándose la cara con el dorso de la mano — Me ha dolido mucho. No vuelva, por favor, a decirme nunca jamás algo así.
− De acuerdo — yo —; pero, usted, y también por favor, no vuelva nunca más a hacerme baklava con pistachos.
− ¿A qué viene ahora eso?
− ¿No le he dicho jamás que los detesto?
− Nunca. Ni sé qué es baklava, ni había oído esa palabra en mi vida.
− Bueno, pues a lo mejor nunca ha surgido el tema. Pero detesto los pistachos.
− ¡Y dale con los pistachos! ¿Qué tengo yo que ver con no sé qué pistachos? Además — vuelve a ponerse un poco tirante —, sé perfectamente que he dicho pipas.
− Vale, Lola, pipas; pero el postre lo hizo usted ¿O no?
− ¿Yo? ¿Cuándo?
− El día de la ratatouille, ¿no se acuerda?
− ¿Acordarme? ¿Acordarme cuando no tengo ni idea de qué es ratatouille?
− De acuerdo, Lola; de acuerdo y vamos a dejarlo. Pero, por favor, no más pistachos.
− Sí, mejor lo dejamos; que me está volviendo loca con tanto disparate — y, caminando hacia la puerta —. Ahora tengo que marcharme.
Y con la puerta del despacho ya abierta se giró y:
− Pero tenía que decirle que pienso…
− ¡Lola! ¿Otra vez con eso?
− Otra vez, dice, cuando hace meses que lo compró por última vez.
Y que tampoco quedaba.
Y que pipas apenas para un par de días.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.