Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/versaciones/lavecinadeal.pdf
de un hombre que todos, incluso yo, habríamos de, en un lejano futuro — como muy bien advirtiese una hermana de Sonia que estaba casualmente de visita — recordar haber, en un no menos remoto pasado, conocido y si es (o “fuese”, quiero precisar, dijo, y que para no adelantar acontecimientos) que pueda o pudiese denominarse “conocer” no saber de él mas que su nombre y su aspecto que, por otra parte, no tendría necesariamente que ser el mismo con el que lo hubiéramos visto por primera vez y recordado, ahora, de lejos y casi ya tan a la caída de la tarde prácticamente a oscuras y con los ojos tan cansados, aunque su vestimenta (algo más raída) y su sombrero (bastante más deteriorado) pudieran ser también como quien dice los mismos, sentado en la tercera fila de un anfiteatro junto a un ventilador, a su mano derecha, y la descalzadora de la bisabuela Nucia a la izquierda, en los albores de un amanecer que prometiese una radiante y luminosa mañana de primavera.
– Yo podría recordar a alguien así — dijo la ex señora de Ramírez (madre), que estaba de paso sólo para recoger sus cosas —, pero en algo parecido a un salón de sesiones, sin sombrero y con un traje de Valentino que parecía recién comprado.
– Pues, yo también — la fisioterapeuta que, ignorante de todas las novedades habidas en el cuartito de estar (cortinas de cretona floreadas cuarto piso interior sin ascensor) de lo que quedaba de los Ramírez, se había presentado, tan profesional, a desempeñar su trabajo —, y sentado, sí, pero en batín de seda con borlas y entre una mujer corpulenta de la segunda fila y un suazi propietario de una plantación de azúcar en Eswatini.
– Yo, sin embargo — el caballero barbilampiño que había venido, exprofeso, a devolver a Sonia los zapatos de tacón color pistacho —, también; pero de pie, de pie y entre la cocinera de un tal don Atiliano y un sujeto al que, a decir verdad, no presté mucha atención porque se trataba, según creo recordar, de un personaje secundar…
– ¡Perdón! — en tono de súbito vehemente y alzando la mano, la hermana de Sonia para, acto seguido y por lo bajo, en tono como ausente y sólo para sí —, perdón, perdón, perdón, un moment…, un momentito, un mom… — revisando, a golpecitos del bolígrafo que sostenía entre sus dedos, sus papeles.
– Porque, vamos a ver — expuso, tras un suspiro que parecía de alivio; y, apuntando con el susodicho boli a la llamémosle por abreviar y sin entrar en más pormenores señora de Ramírez a secas (madre, siempre, eso sí) —: La señora ha dicho que podría recordar… ¿No es cierto?
– Cierto —, asintió la interpelada.
– Aquí la señorita — por la psicoterapeuta —, no tengo más remedio que felicitarla, y la felicito, que no ha mencionado recordar para nada; si bien, y en estricta puridad, invitaría a albergar ciertas reservas porque, reconózcalo mi querida jovencita, para eso de Eswatini hay que tener una memoria pero que muy que muy…
Y que pero bueno, en fin para, y por último, al barbilampiño:
– En cuanto a usted, cabal… — se paró y carraspeó — cabalmente, según ha dicho, entre la cocinera de un tal don bueno qué más da y, creo recordar, ha dicho, ¿verdad?, un personaje secundario.
– Así es — adivinamos, por el movimiento de cabeza, que los labios no los despegó.
– Lo cree, pero no lo asegura; si estoy entendiendo bien.
Nuevos cabeceos.
Y ella, la hermana, a todos, puesta en pie:
– Voy a dar por buena y poner el okey a la inspección porque la señora (por Celedonia) podría recordar, sí, pero ha salido airosa por los pelos.
» La señorita (por la psicoterapeuta) lo ha esquivado con envidiable habilidad, si bien ese swatinosecuántitos, pues…
» Y, usted (por el barbilampiño), pues que también como que por los pelos porque ha estado en un tris de caer; pero cómo nada más lo cree, pues, también pues…
Y, a todos, en tono admonitorio pero amable, que tuviéramos presente, son órdenes de arriba, aquí les dejo una copia, que habríamos de recordar, sí, pero, y aquí lo pone bien clarito; si quieren se lo subrayo, en un futuro lejano, lejano y, nunca, bajo ningún concepto y pasara lo que pasase, antes.
Así que, y que por favor, por último y como última recomendación, que esa era la hoja de ruta y ella la encargada de velar que no se incumpliese y, es más, dijo, obligada por contrato firmado ante notario a imponer sanción reglamentaria a todo aquel que recordara antes de tiempo.
Luego, más relajados todos, tomamos un té con pastas y ellas, las hermanas, charlaron (a veces alegremente, a veces con nostalgia) de su infancia, de su adolescencia y de… tantas cosas, ¿verdad?, entre risas y lágrimas.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.