Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/A/algoquesinqueresultara.pdf
que así al pronto tuviese que estar muy definido mostrara, en una primera impresión que ya desarrollaría yo cuando me hubiese soltado, un perfil que pudiera gustarle y, halagado, pues que sabido es que el halago es arma bastante eficaz para, por aquello de la vanidad de la que incluso las almas más excelsas pueden ser presa, me abriera él la suya e, imbuida la mía de él y de su experiencia y saber hacer
– ¡Eso es absurdo! — mi madre, con esa manía que tiene de colocase a mi espalda y fisgar lo que escribo por encima de mi hombro.
– Absurdo por qué — pregunté irritado —. Estoy trabajando, intentando pensar, y tú, con esas intervenciones tan intempestivas… — resoplé, eché la cabeza hacia atrás a ver si me destensaba y encendí un cigarrillo — ¿Qué pretendes con esa actitud tan de… Acoso y derribo, diría yo.
– Ahí hay algo que, no sé, pero a mí me parece que abrir una interrogación y no cerrarla queda raro.
– He cambiado el tono, ¡si te fijaras!; el tono no era es mismo al inicio de la frase que al terminarla — y le explico, aunque no sé para qué pierdo mi tiempo con ella —: No es fácil plasmar por escrito las inflexiones de la voz.
– Bueno, quizá tengas razón, pero…
– ¿Qué pero vas a sacarte de la manga ahora?
– Oh, ninguno, pero…
– ¿Lo ves?
–Lo de la vanidad, digo, ese tipo de suposiciones tan infundadas y lo de imbuirte… ¿Qué garantías tienes de que ese individuo sea vanidoso? ¿Qué seguridad de acertar a imbuirte del espíritu de alguien a quien, por otra parte, apenas conoces?
– Claro que lo conozco. Jugábamos juntos en el parque, su madre y tú hacíais punto y hablabais de recetas de cocina?
– Sí, ya; y después fuisteis juntos al Ramiro de Maeztu, pero, luego… Erais uña y carne, nunca supe qué pasó para que os distanciarais.
– Yo tampoco — repliqué con sequedad y (escribí) apagué el ordenador y lo cerré.
– ¡No tan deprisa! — esta es Manolita, cuando le enseño los folios, que como llevamos tanto tiempo tratándonos nos hemos tomado confianza y se ha vuelto un poco mi confidente —; antes de cerrarlo tiene que imprimir lo que lleva para que lo revise Lola.
– Ah, es verdad; pero, es que… mi madre me pone tan nervioso.
Y me dispongo a abrirlo.
– ¿El ordenador? — Manolita.
–Si… ¿No?
– No ahora, que me da pena si está inspirado, pero estoy a punto de cerrar, mi marido esta noche tiene guardia y, el niño… — y, recogiendo ya las sillas que va colocando boca abajo encima de las mesas —: y, su madre, que perdone que me inmiscuya en lo que no es de mi incumbencia, pero, su madre…
Y, mirándome muy seria entre silla y silla, que me convendría, sería saludable, saber establecer una cierta distancia con mi personaje.
Versaciones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.