Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/C/cualquicos.pdf
― ¿“¿Cualquier cosa”, ha dicho?
La señorita Alejandra se tomaba a veces la licencia de no saber si le iba a merecer la pena manifestarse, abiertamente, y expresar su desacuerdo más rotundo o si, por el contrario, sería más prudente el echar mano de alguna otra discrepancia menos categórica y manifestarse ― sí ―, abiertamente ― también ―; mostrarse y dejarse ver y oír y a lo mejor hasta tocar… o, bueno, eso ya lo decidiría, sin remilgos ni ñoñeces ― de acuerdo ― pero sin dar un cuarto al pregonero.
No le parecía a ella que pudiera ― ¡ante ningún tribunal de este mundo ni del otro! Había llegado a decir puesta en pie y en tono muy dramático, aunque ya hacía mucho tiempo ― defenderse que fuera semejante cualquier cosa, en puridad, de entre todas las parrafadas que el aspirante ha de encarar para labrarse un nombre, una ni de las más cortas ni de las más fáciles de recordar y repetir, así, de un tirón.
― Eso dependerá, Alejandra ― hubo quien trató entonces de meterle en la cabeza ― de desde dónde estés partiendo.
― ¿Y desde dónde va a ser? ― replicó, con un punto de sarcasmo.
― Quiero decir de dónde vengas.
― ¡Ahí iba yo!
― Alejandra, por favor, defínete…
― Vale: me quedo.
― Pues, hala: ¡desde “Pruebas ¡” … Y punto.
La señorita Alejandra enderezó sus lapiceros y frotó la goma de borrar sobre una esquinita en blanco de la hoja del cuaderno que tenía delante; y ya parecía que iba a ponerse en pie cuando, al percatarse tal vez de que sus recuerdos no eran todavía del todo nítidos, repasó si la tapa del tintero estaba bien enroscada y, no contenta aún, borró el encerado.
Entonces ya sí se puso en pie y, tras aclararse la voz, se lanzó al fin:
―Podría suponerse sí capaz, aun al menos competente de los candidatos ― esto lo recordaba con absoluta claridad ―, de extraer una noción general de qué ocurre, dónde ocurre y quiénes son los que están tomando parte en la acción.
» No cabe sin embargo esperar, en modo alguno, que el postulante o neófito o novicio — el vocabulario de la señorita Alejandra no era pobre — arrostre con un mínimo de apostura el duro trance de, una vez localizado el lugar en que se están desarrollando los hechos y entrevistos mal que bien los rasgos tanto físicos como de carácter o de temperamento — o de personalidad incluso, concretaba, por más que haya personalidades tan complejas, decía, que resulte imposible vislumbrarlas no ya en una primera sino vigésimo segunda o septuagésimo quinta toma de contacto — de los que están tomando parte en ellos, tener que dar respuesta «sin más ayuda que sus exiguas habilidades; eso es verdad» —haciendo suya la entonación campanuda de quien ella suponía portavoz del tribunal — a la pregunta de dentro de qué ámbito del conocimiento o del estar o del saber o del sentir convendrá «pero no se quejará usted de que no le estamos dando mogollón de pistas y un amplio repertorio de encuadres para la solución que luego podrá enmarcar, usted mismo o misma, y mostrar a sus familiares y amigos lleno o llena de delectación» dar posada a la idea «"peregrina", reconózcalo... y terminemos de una vez con este embarazoso asunto ¡Por el amor de Dios!» — exhortaba al pipiolo, por boca de la señorita Alejandra el justiciero portavoz — que late, no ya tras las palabras o los gestos de quienes las dicen o los hacen, sino tras la intención de quien los colocó ante semejante papeleta».
Dejándose a continuación caer, más que sentándose, en su silla. Completamente exhausta.
―Es que, Fidela ― doña Dídima, haciéndole beber un sorbito de agua ―, las cosas no pueden tomarse tan a pecho como tú te las tomas.
― ¿Y cómo hay que tomárselas? — Fidela, recomponiéndose con un punto de enojo los bucles que le adornaban la frente.
¿Cómo había que tomarse, por ventura, y apurar hasta las heces el amargo cáliz de tener que contemplar, sin agarrarse un berrengue de aquí te espero ni subirse por las paredes, que aquel abogadillo de tres al cuarto tergiversara los hechos hasta el punto de en lugar de reflejar en las actas “un populacho enardecido, Ovidio, puede largar por su boca cuanto le venga en gana” limitarse, con su cara de tonto, a un cualquier cosa que, todo el mundo lo sabe, viene a ser no decir como quien dice “nada”?
Porque Fidela no era una meritoria de tantas, y si lo había sido alguna vez o no se acordaba ya nadie o, si alguien se acordaba, sería con muy poquito entusiasmo y nada más por aquello de que siempre, en todas partes, hay algo que «alguien tendrá que hacerlo, ¿no?».
Y eso, precisamente, era lo malo; lo malo al menos en opinión de don Lorenzo que no quería bajo ningún concepto y propinando un sonoro puñetazo a la mesa del comedor que se recordase a Fidela por obligación y con desgana.
―No es desgana, Lorenzo — tratando de hacerlo ser sensato doña Osoria, su esposa —; es que nosotros no estamos ya para estas cosas.
― ¿Que no estamos?
Y don Lorenzo, enardecido y echando...
Transgresiones
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.