Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/E/elrelojporel.pdf
El reloj por el que habitualmente me regía era el de la radio, digital ella, donde la hora aparecía en dígitos negros sobre fondo verde fosforito; pero el sábado por la noche se escacharró. Primero no sabía que el problema estuviese en la radio. El diferencial saltó — bueno, lo que toda la vida se llamó fundirse los plomos— a última hora de la noche. Oí un chasquido fuerte y seco, bastante cerca de mí, y mi casa se quedó a oscuras, y la televisión se calló y la pantalla del ordenador se marchó y yo — de esas cosas tontas que se hacen — tanteé a ciegas la mesa para localizar mis gafas y, con ellas puestas, buscar una vela y un mechero. Me sorprendió bastante que aun con gafas todo lo que mis ojos distinguían era la escasa claridad de las farolas que lograba atravesar los cristales bastante, por cierto, sucios. Pero no me las quité, detrás de mis gafas me sentía protegida frente a cualquier amenaza de las tinieblas. Traté de recordar dónde podía haber una vela, pero de inmediato entendí que me iba a ser más práctico tratar de localizar el mechero que, seguro, estaría encima de la mesa y, seguro también, mis manos tantearon pero yo desprecié cuando todo mi afán se centraba en encontrar las gafas. Y sí, encontré el mechero. Encontré el mechero y lo encendí, y a la débil luz de su pequeña llama adiviné la vela en una de las estanterías polvorientas en las que se amontona algunos centenares (pocos, no más de cuatro o cinco) de libros que en su mayoría ni he leído ni pienso leer…
Encendí la vela, salí de la habitación con cuidado de que al salir yo no se colara un gato y caminé unos pasos hasta el diferencial o, para entendernos, los plomos de toda la vida. Y allí estaba, saltado, quiero decir hacia abajo, el pitoche ese que va aparte y es más gordo y, de los más pequeños — de esos que hay que saberse este es de los enchufes, este es de los interruptores, y otros dos que tengo que uno es de los enchufes con eso que se llama toma de tierra y están en la cocina porque son de la nevera y la caldera y, el otro (pitoche de los pequeños) que no sé de qué es — también hacia abajo el que ya había saltado hará cosa de un par de meses y, para hacerme yo la vida fácil, le puse previsora y a rotulador enchuf.
Repuse los dos y, bueno, ya sabía algo. El problema estaba o en algún enchufe o en algo enchufado.
La tele funcionaba, el ordenador funcionaba, todo funcionaba y, en la pantalla verde fosforito de la radio pestañeaban los cuatro dígitos — todos en cero, claro — de la hora que, me dije, luego pondría valga la redundancia en hora, cuando consultara el librito de instrucciones que explica cómo se hace. Y seguí haciendo solitarios hasta que cosa de media hora después los plomos se fundieron de nuevo, pero esta vez y para mayor comodidad, sólo saltó el diferencial de los enchufes, el gordo no, así que sin mayor problema y sin tantear sobre la mesa ni buscar vela ni mechero, lo repuse y seguí con los solitarios.
Cuando ya me iba a acostar me percaté de que la pantalla verde fosforito de la radio no estaba verde sino negra, y que no había dígitos que pestañeasen, y que al apretar el botón para que hable ella se quedaba callada; así que quise desenchufarla — no sé por qué, la verdad, porque si total no funcionaba — y fue al tirar del enchufe cuando soltó un nuevo chasquido y un destello que dejaron a continuación la casa a oscuras.
Repuse los pitoches, el grande y el pequeño, y me llevé la radio a probarla en otro enchufe en el que tampoco funcionó. Así que enrollé el cable al aparato y ahí está, es espera de que me acuerde de bajarlo al contenedor de la basura.
En fin, que ya no tenía reloj ni radio, que ya no hablaría para ayudarme a conciliar el sueño.
Dormí mal, acostumbrada como estoy a dormir escuchándola dormí mal. Y porque dormí mal debió de ser por lo que cuando salí de la habitación para ir a buscar el otro reloj — porque tengo otro, sí, que funciona con una de esas pilas que son como del grosor de un dedo — y vi la hora pensé que me había levantado muy pronto.
Me puse a lo de los solitarios echándole (al de la pila) ojeadas de vez en cuando y pensando (porque algunas veces pienso algo) que la mañana avanzaba despacio; pero no me extraño porque las mañanas — y más las de domingo — suelen avanzar despacio para todos y, de manera especial, para las personas solitarias.
Hasta que llegó un momento en que consideré que la lentitud era excesiva y fue entonces cuando se me ocurrió mirar la hora en la pantalla del ordenador, ahí, tan cerca, en la esquinita de abajo a la que no había prestado atención tan absorta en los solitarios. Estuve vigilando un rato para terminar comprobando que una media hora en la pantalla eran no más de un par de minutos en las...
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Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.