Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/m/micorazony.pdf
Como los peces se habían ido a los bocadillos del sermón de la montaña ya estábamos solos mi corazón y el mar comiéndonos, nerviosos y bastante cohibidos, las respectivas uñas y buscando ― él a su manera y yo a mi modo ― por entre las conchas de coquinas verdinegras arrastradas en su batir cansino hasta la orilla, un tema del que hablar o en torno al que, caso de no encontrarlo o de no haberlas, guardar algún silencio que no fuese a la larga, muy larga de nudos en la garganta espera, avergonzarnos el haber elegido conservar, salvar, hurtar a la extrañeza.
Parpadeó y, uno pequeño, rezagado, de escamas opalinas que pensamos había seguido la partida de su raza, le dio irritado en su extremo casi-nada-ser un coletazo que lo hizo, desatendiendo los latidos de éste, estremecerse en toda la profundidad de sus ignotas simas que, arrojando en un profuso vomitar de espumas laceradas no perlas sino sapos y culebrillas angostas y errabundas y sin nácar, lo dejó como inerme o estrambótico y, al que en mí por alentar se denodase, apenas con arrestos para sin enajenación de su obturado acuerdo de ser hasta su fin latido mío, cantarle, sin pudor ni estertor, un bolero o las cuarenta o la gallina de pico romo y como al sesgo en crípticos requiebros o cumplidos, completos, saturados, de rodares de ruedas de molinos que giran y se agostan y se espantan y horadan el insomne estrangular de mil vinilos.
Latió al fin, y pestañeó en su arrastrar su desganado ritmo el mío herido ya por un rayo escondido, de azul, que se escurrió estafado, aullando en el instante agudo del cuclillo, inmolador, innombrable, atenazado, clavando en sus palmas las agujas de cientos de pequeños amorcillos de nadas, de estampidas, de galopar en alto de estandartes, de escindidos azares de holocaustos, como fines, como estráticos amaneceres de amantes que se esquivan, como arranques ralos de flores secas al borde de senderos que desvían la recta sinuosidad de lo oprimido y, en el fondo, atardeceres a la espera, espesa, decorada de bruñidos acordes de fragmentos de otros tantos dislocándose y dejando, en su decrepitar, la carne en vivo retrato, escorzo, bosquejo desteñido de oblongas, amoratadas madreselvas o hinojos o rododendros o escotillas; como llamas que lamen y que matan a los muertos que escarban en sus vidas de agosto, ya sin brotes, sin hijos que mecer en cunas sin orígenes, ni cuentos que contarles ― al amor o al olvido que se infiltran o expanden ― de oleajes de calostros manando de sus pechos y sus manos que hacen trizas los restos calcinados de octavillas consignando que, ayer, cuando despiertes, será el día.
Guárdate de mí; le musito a mi oído.
29 de septiembre de 2010
Soliloquios
Sobre el creador
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.