About the work
http://valentina-lujan.es/Q/quepinsal.pdf
Que tiempo de sobra tendré por las mañanas, en el ministerio, sin otra cosa que me pueda distraer mas que “tus aburridos expedientes” – dice ―, de discurrir una situación mediante la que “tanto si te quieres mantener en la idea de que discutamos por una cuestión tan baladí como lo es el que tú sostengas que nuestra protagonista es una mujer sencilla que ataviada con su delantal y sus guantes de fregar alza la voz con la mano apoyada en el picaporte de una puerta entreabierta para preguntar no sé qué a un esposo aburrido que colecciona sellos en batín con borlas en tanto que yo , tanto si es porque tú así lo deseas como porque crea yo sinceramente que resultaría sin punto de comparación más sugerente, pero allá tú, yo no quiero influenciarte, insistiré en que los guantes sean largos y de terciopelo cuando ella cierre la puerta con sigilo, suavemente, con cuidado de no despertar al marido (enfermo tal vez, y anciano e inmensamente rico) al que ha administrado un somnífero o quién sabe si no arsénico o cianuro antes de fugarse con su amante como si lo que prefieres es algo de índole más intelectual y que nuestra conversación se centre en aspectos psicológicos, caracterológicos o incluso temperamentales de los personajes dando, todo ello, lugar a un argumento de menos acción, es verdad, pero contenido más filosófico y, por tanto, también posiblemente de más calidad literaria” podamos, sin apasionamiento y muy serenamente, plasmar negro sobre blanco nuestros desacuerdos.
Pero que, tanto si es conservando la postura, la situación, el tono, la actitud y el atavío tanto de la esposa como del marido que yo defiendo como si lo es manteniendo aquellos por los que aboga él y que darían a “nuestra Camelia” — dice — un aspecto de mujer más de mundo y con más clase y más esbelta aunque también y por supuesto bastante más perversa pero él — insiste — no quiere influenciarme, lo que no tengo que perder de vista es que la protagonista “es ella, no yo”; y que deje por tanto de hacer mención constantemente a qué él dice, y cómo lo dice, y cuándo lo dice, y por qué lo dice…
– ¿Te estás enterando? ― me pregunta.
– Sí.
Y zanja el tema con que pues entonces “¡Hala!”, y que ahora, si no me importa, será mejor que por hoy lo dejemos…
Le digo que sí, que claro, además tú tenías prisa.
Dice que no, que no tiene nada que hacer, que lo dijo nada más para que no tuviera que ser yo quien dijese “me tengo que marchar”, porque entonces a lo mejor me sentía obligado a explicar que es que iba otra vez a casa de Ramírez alegando que era por el tema de la papiroflexia pero que…
– ¿Qué? ― pregunto.
– No, nada… Además ― añade, tras pensárselo un poco ― me parece bien que te estés empezando a encariñar un poco con… ¿Cómo quedamos en que se llamaba?
– ¿Camelia?
– Sí
– Sonia.
– ¿Sonia ― él; y alzando levemente una ceja ―: eh?
– Sí ― yo ―; pero si prefieres que lo discutam…
– No…
– ¿De veras?
– Sí; sí. De veras. Es sólo que…
– ¿Qué?
– No; nada.
Y se queda como pensativo, un ratito, tabaleando sobre el mármol otra vez y volviendo a inflar los carrillos para soplar después el aire emitiendo otra especie de brrr; luego se pone de pie y dice “bueno, pues venga” y que “Sonia, sí; puede estar bien” pero que, a él, “en fin tú verás, ya te he dicho que yo no quiero influenciarte”, le parece que no vamos a estar hablando de la de las…
– ¿“¿Sandalias”, dijimos?
– Boquerones ― le corrijo.
– Vale.
Que no sé para qué me esfuerzo en ser preciso cuando él acepta la rectificación sin rechistar, como si le estuviese importando un comi…
Pero que ― en conclusión y no fuera a ser que la terminásemos liando, tan más o menos encauzada que la cosa iba ―, aunque él habría jurado que eran salmonetes, lo que de verdad le preocupa es que tiene todo el rato la sensación de que estamos hablando de la otra.
– ¿Qué otra? ― le pregunto.
– La de las botitas ― me contesta.
Y cuando le intento refrescar la memoria dándole detalles precisos de la página y el párrafo exactos en que él, él solito y sin contar con nadie, la había olvidado, me contesta con mucho desparpajo que él es un simple mortal, un pobre ser humano imperfecto e incapaz de llevar todos sus olvidos en la cabeza; y que para eso estoy yo que para eso soy el escritor y el obligado a asumir la responsabilidad de que él ― “pero sólo si las circunstancias lo exigen”, dice, y que tras haberlo reflexionado con calma y bien argumentado porque no tiene ganas, dice también, de andar deambulando y dispersándose de acá para allá para que luego vaya a resultar que me atasque o me líe y le termine diciendo que lo siento mucho “pero te la tienes que quitar de la cabeza definitivamente” ― olvide o recuerde lo que fuere menester o más conviniera a nuestros objetivos.
Y es justo en ese momento cuando sin haber albergado la más leve sospecha de que semejante cosa pudiera suceder, sin esperarlo ni saber a dónde me...
Versaciones
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.