About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/habialogradorecordar.pdf
con asombrosa nitidez a la fisioterapeuta dando un salto y poniéndose como loca de contento de pie y, secándose los últimos restos de lágrimas con el kleenex que arrojó luego con descuido — y “acertando a la primera, y no como otrosss” dijo mi madre , que cuando quiere zaherirme pronuncia unas eses muy largas — a la papelera del rincón, se volvió con los ojos radiantes de júbilo hacia el chico y preguntó si era aquello verdad porque, si de verdad era cierto y no una imprevisión más de “este sin fuste” , ella se volvía tan feliz a su pueblo y se olvidaba del apartamento y, antes de que las cosas se complicaran y se viera metida en una historia de amor “que podría ser muy bonita, sí, pero enamorarme no entra del todo por lo pronto en mis planes” — dijo ya muy tranquila —, hasta del polaco.
– Pero, pequeña — doña Celedonia se llegó hasta ella y, retirándole con el pañuelo los restos de rímel que quedaban en sus mejillas, dijo en tono triste —, no es necesario ya que disimule.
Y que era ya una labor, además de en exceso penosa, inútil el empeñarse en no querer reconocer que se había fijado en su marido pero — le dijo también — era ella, “es usted”, además de una jovencita encantadora llena de posibilidades y con toda una vida por delante, una profesional muy competente a la que no habrían de faltar ancianos a los que rehabilitar.
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Con esa costumbre tan antipática que tiene de mirar mi trabajo por encima del hombro y traer a colación, tanto si viene al caso como si no, que podía yo muy bien haber sido otra cosa “tanta ilusión como le hubiera hecho a tu padre, toda su vida de mono, entre motores y aceites y embragues, el verte hecho un economista, o un abogado, pero dijiste «yo no quiero mancharme las manos» y, míralo al niño, hombre de letras”. Y con la misma cantinela siempre.
Que luego, claro, me di cuenta en seguida de que tendría que cambiarlo porque era muy poquito probable que aquella joven a la que apenas conocía utilizase — y menos para referirse a mí, tan poquísima confianza como teníamos, habiéndonos visto no más de un par de veces — una expresión que era tan genuina (en su caso sí para referirse a mí) de mi madre.
Porque después de haberlo centrifugado el chiquillo y con tanto esfuerzo me negué, en un tal vez último intento de salvar mi dignidad tras el nuevo y estrepitoso fracaso cosechado en las verdes campiñas, del profundo valle, tan perdido entre elevadas cumbres y los pajarillos etcétera del pueblo de la chica y tal— que me gustaría borrar del mapa, sí, pero no puedo porque, mi amigo me lo hace notar, no sé cómo se llama — que se quedara sin utilizar y sirviera, por lo menos, para enjugar sus lágrimas; que no sé si quedarían mejor dulces o amargas, pero escarmentado como estoy va a ser mejor (también por indicación de mi amigo) que no me atreva con ningunas.
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que no tuvieran — “como éste”, dijo dedicando a su esposo una fugaz mirada resentida — el inconveniente añadido de no saber asumir que hay que ser fuerte, y valiente, y representar con alegría y hasta sus últimas consecuencias el papel que a cada uno “porque todos en esta vida tenemos el nuestro” — puntualizó — nos asignó nuestro creador incluso ya antes de nuestro nacimiento.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.