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https://valentina-lujan.es/P/perdon.pdf
El diccionario lo define como ‟acción de perdonar”, lo que nos lleva a buscar acto seguido qué es eso de “perdonar”.
Bueno, pues hete aquí que nos encontramos con “Dicho de quien ha sido perjudicado por ello: Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa”.
Pero, ¿quién ha de expedir el supuesto o metafórico certificado de remisión?
A juzgar por cómo los humanos manejamos el lenguaje podría parecer al primer pronto que el que ha de perdonar es el que recibió la ofensa, es decir, el “agraviado”; y al agraviado es al que se insta a perdonar, y el agraviado es el que – aunque sólo sea a veces por zanjar el tema y que lo dejen en paz – con más o menos ganas y antes o después perdonará.
Y se quedarán tan anchos y felices; lo mismo el perdonador que el perdonado.
Ahora vamos a ver si analizamos la cuestión despacito.
El que causa o inflige cualquier tipo de daño (y nótese que el mismo verbo “infligir” significa, otra vez según el diccionario, “imponer un castigo”; pero así, escueto y en limpio, sin precisar a quién se impone ni concretar si es a otro o a uno mismo) está, básicamente, imprimiendo sobre sí la lacra, produciéndose a sí mismo la herida, de estar siendo el agente que motiva el malestar o el dolor de ese algún otro y aun a pesar, quizás, de que el tal otro a lo mejor ni lo perciba.
Pero vamos, en fin, a centrarnos en el supuesto de que sí lo perciba; y de que le duela, y de que sienta, amén de dolor, indignación e ira.
Se le exhortara entonces, desde todas las instancias de la sensatez y la cordura, de la ecuanimidad y de la imitación a Cristo, a perdonar.
Y ahí es donde surge un gran problema, donde sale al encuentro el gran escollo, imposible de salvar, ni de regatear ni de sortear o de eludir, de que el exhortado, el instado al perdón, no puede.
¡No has de poder!
Puedo ― responderá el cuitado ― desterrar (o por lo menos intentarlo; así, entre paréntesis si no las tiene todas consigo de lograrlo), aunque me vaya el resto de la vida en la ardua empresa, el rencor y la ira de mi corazón y de mi alma; pero, ¿podré, por más que a ello me afane, curar la herida con la que se tatuó el que me causó daño?
Nótese, e insistiré aun a riesgo de resultar machacona sobre ello, que “infligir” es también “imponer un castigo”; y que imponer un castigo no puede (entre humanos) alcanzar a algo más sutil que el enviar al niño a su cuarto sin postre o, en casos más extremos o dramáticos, al reo a la cámara de gas o a la horca.
Eso por un lado. Y, por otro, si el que al ofender se impuso un castigo, a la medida de sus fuerzas o habilidades y con sus propias armas, por su propia voluntad y aunque lo hiciese por caminos o hatajos más o menos intencionados o indirectos (el daño propio, quiero decir, no el ajeno), ¿cómo sería posible que otro humano, tan mortal como él mismo y tan igualmente limitado, contara con los medios que pudieran sanarlo?
No. El daño que se hace, por pequeño que sea, queda en la memoria de la eternidad como daño, en sí mismo y por siempre. Y nada en este mundo, aun mil veces después de que ese otro ― que, por otra parte, tan sólo fue víctima ocasional por mucho o poco de terrible que tuviera en sí la circunstancia ― olvide y destierre de su corazón y de su alma el rencor o la ira, podrá jamás borrarlo.
Puede sanar la herida un perdón, sí, pero el Perdón Divino. Y de ese perdón no hay humano que pueda, sin estar marcándose un farol, decir que tiene la receta.
Ni en este mundo ni en ningún otro.
12 de septiembre de 2010
Etiqueta: Deliquios
Categoría: Prosa
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Code: | 1012288150550 |
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Date: | Dec 28 2010 13:22 UTC |
Author: | Valentina Luján |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.