About the work
https://valentina-lujan.es/Z/nv10.pdf La respuesta no parece, en un principio, que pueda resultar problemática; no tiene uno, o una, o un hatajo ― o una multitud por aquello de no ningunear a género alguno de especímenes ― más que llegar y decir pues yo o nosotros o nosotras somos Fulanito de Tal, o Perenganita de Cual, o estos/as o los/as otros/as o los/as de más allá e hijos/as, todos/as y cada uno/a, de nuestros/as respectivos/as padres/as... No, mira, ahí nos hemos equivocado, pero en un alarde de humildad y de saber no ocultar nuestros errores lo vamos a dejar como está y seguir, como si tal cosa, aunque saltándonos - eso sí - las obviedades que todos damos por sentadas en lo que concierne a nuestros semejantes que, como si vamos al diccionario de sinónimos encontraremos que son "similares", o - eso también - "parecidos/as", a nosotros/as mismos/as, ¿no?, que es de quienes estamos hablando, si no hemos perdido el hilo y, por tanto, portadores/as tanto unos/as como otros/as ― aparte de "de valores eternos", que también se da por sentado y no sabemos si vamos a tener sillas para tantos/as ― de obviedades tan nada diferentes de las propias que para qué repetirlas, nosotros, por puro sentido común y del ahorro, nos atenemos a la más estricta de las lógicas y no las repetimos… ¿O sí lo hemos perdido? El hilo, que sería lo grave; porque el sentido común ― ¡una cosa tan corriente! ―, cuánto ni qué puede importar cuando, además, nos queda el propio, de infinitamente mayor enjundia y entidad. Y si lo hemos perdido, Dios no lo quiera, sí que la habremos liado porque nos pasará como, hace apenas unos días sin ir más lejos, nos sucedió a nosotros en nuestras propias carnes mortales cuando buscando… pues qué podía estar siendo, que así al pronto no caemos… Bueno, pues no sabemos, pero un destornillador... ¿Qué estábamos diciendo? Ah, ya: que para coger la pinza de la ropa con que sujetar el estor averiado del cuarto de estar y poder así abrir la ventana… Pero tampoco vamos a extendernos en eso porque, nos figuramos, quien más quien menos ya cuenta con sus trucos propios para abrir sus ventanas. Además, la ventana la terminábamos de cerrar; así que, la pinza… Bueno, mira: es igual. El caso es en resumidas cuentas que fuera por la razón que fuese buscábamos algo y derramamos, sin quererlo, la copa de algún néctar repuntado que nuestra memoria se obstinó en despertar como ambrosía… Así: sin esperarlo. La dejamos hacer ― a la memoria ― y, con deleite, lo aplicamos ― el néctar, pero si tenemos que explicarlo todo nos dejamos de sofisticaciones y decimos, por poner un poner, que era lejía ― con las yemas de los dedos en las sienes, y en el cuello, y detrás de las orejas y en la frente, y aspiramos el olor evanescente del antaño mientras se demoraba ella por entre los jirones de las tardes ociosas en que, lejos de los lugares más o menos comunes que hoy se nos figuran tan exóticos, lejos también de sospechar siquiera que pudiera existir un “mañana” distinto de aquellos que se desperezaban en amaneceres tan iguales, éramos algo que, por cierto, la última vez que alguien lo mencionó ya dio problemas porque ― la más corpulenta de las Alamedillo ― que pero, bueno, eso es muy elástico… – ¿Elástico? ― Doña Narcisa ― ¿Cómo cuánto exactamente de elástico? –Como muchíssssimo― acompañando su ese tan larga, la otra, con un movimiento amplio y lento de la mano. – ¡Vaya por Dios! ― cabeceando ésta como quien se contiene para no exclamar ¡lo que hay que oír! Y, girándose a su propia hermana ―: ¿Qué te parece? Y la hermana se limitó a ladear un poquito la cabeza y volverla a enderezar como queriendo dar a entender ea. –Ea ― doña Narcisa ―, no; Ticiana. – ¿Pero ¿cómo ― la Alamedillo ― que ea, no? –Pues como que no, sencillamente. –Mira, Narcisa, yo tengo mucha, pero que muchísima correa, pero, si hay algo que verdaderamente me molest… Porque, ¿quién no ha sido, si es que alguien me lo puede explicar, algo a lo largo de su vida alguna vez? –Ya. Si no ― doña Narcisa ―: si algo sí. A lo que voy es a es que… –Lo que ella está queriendo decir ― la Alamedillo corpulenta también pero algo menos, dando a la hermana suya unos suaves golpecitos con sus dedos en el antebrazo ― es que quién no ha sido algo alguna vez aunque no fuera lo que estuviese deseando fervientemente ser… –Ah ― la corpulenta se calma; se calmó, pero sólo durante unos segundos que empleó en hacer un cucurucho con la servilletita del té, con lentitud, para deshacerlo luego con mucha presteza, y posar la servilleta doblada en cuatro sobre la mesa, y darle una palmada seca preguntando, en tono que dejaba traslucir su escepticismo ―: ¿Y alguien conoce, personalmente a alguien que… –Pues Carlitos. – ¿A quién conoce Carlitos? ― Inquisitiva, irreductible; dando la vuelta a la servilleta, que se queda ahora con las iniciales bordadas hacia abajo, y propinándole una nueva palmadit… Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.