About the work
http://valentina-lujan.es/T/tedijeledije.pdf – Y te conté también ― proseguí, “pero de qué servirá que yo abunde en detalles si tú estás del todo decidido a en modo alguno recordar”; añadí en tono quejumbroso ― cómo aquella misma noche, terriblemente asustado pero con una ilusión indescriptible, puse manos a la obra de leer cuidadosamente el manuscrito para, a la mañana siguiente, descansado y con la mente despejada, estar en posesión de toda mi poca o mucha capacidad de discernimiento para, allí, en la beatífica paz de mi despacho y sin nada que me pudiera distraer excepto el subir y bajar de algo parecido a un gigantesco sacacorchos (que accionaba con enorme destreza un operario desde la cabina de una de esas sofisticadas máquinas que se utilizan en la construcción) que producía un sonido acompasado y ronroneante al otro lado de la ventana , saber separar el grano de la paja, lo esencial de lo accesorio, lo ocasional de lo imperecedero, lo trascendente de lo efímero, lo… – Ya ― “tú, cortante”, le dije. – “Ya”, sí, yo ― admitió ―; dije “ya” pero no un “ya” tan cortante como el que tú describes ni en el tono despectivo o enojado en que tú te empeñaste en percibirlo interpretándolo como de descreimiento por mi parte o como si estuviera yo queriendo dar a entender que no estabas diciendo la verd… – Ya ― yo, quitándole la palabra temeroso de que, como antaño, me quisiera liar ― ¿Debía entender por tanto y yendo directamente al meollo de la cuestión que lo que estabas queriendo decirme era que bastaba ya de meter paja enumerando la larga serie de elementos, cualidades y conceptos de entre los que debería yo tomar la decisión de cuáles desechar y cuáles conservar en función de qué carácter, qué entorno, qué pasado o qué futuro yo eligiese como idóneos para sacar adelante un personaje tan apenas bosquejado, aunque tan lleno de posibilidades, desde luego, como era el que tú terminabas de entregarme y que lo que debía hacer era ponerme, sin más dilaciones, manos a la obra de simplemente crear? – ¿Eso me preguntaste? — preguntó. – Eso, sí señor, te pregunté — respondí. – ¿Y qué te contesté? ― Él. – Me contestaste ― le contesté ― que te repitiese la pregunta. – ¡Pues muy mal contestado! ― Él. – No está mal contestado ― yo, que a veces me pregunto si no padeceré algún tipo de afección, esa especie de síndrome que lo hace a uno ponerse de parte, meterse en la piel, del adversario ―; es lo mismo que habría contestado yo ante una pregunta semejante. – Pero es que tú y yo, métetelo en la cabeza, se supone que somos personas afines, sí, afines en cierto modo o de lo contrario no habría yo confiado en ti para rogarte que me hicieras el favor de suplantarme ni osado, naturalmente, tomarme la libertad de molestarte con una petición tan comprometida y delicada que tan en riesgo podía colocar a tu lealtad; pero lo bastante diferentes como para que resulte sobradamente obvio que no ya es sólo que no vayamos a dar el mismo tipo de respuestas al mismo tipo de preguntas sino que, más evidente aun, jamás se nos ocurrirían el mismo tipo de planteamientos, ni de preguntas, ni de nada… ¿Comprendes? – No. – ¿Quieres que te lo explique? – Sí ― “Te contesté; y la explicación que me diste”, le dije, “fue que la explicación que tú pudieras darme no sería, ateniéndose al planteamiento que terminabas de hacerme , la que a mí me pudiera convencer”. – Bueno ― él ―; eso, en buena lógica, está bien. – Ahí ― repliqué ― estamos de acuerdo. – Pues “ahí”, precisamente ― refunfuñaste ― está el problema… Y que luego, le conté también, al cabo de un corto silencio, se me quedó mirando a través del humo del cigarro y, entornando los ojos, pronunció un dubitativo “a menos que”. – ¿Qué? ― Yo. – “¿Qué?”, tú, sí ― Él; algo irritado y haciendo un alto para protestar de que si estoy todo el rato precisando quién dijo qué y diciendo “porque tú dijiste” y “porque yo contesté” y queriendo dárselo todo bien masticadito al lector el relato se volverá muy confuso y farragoso para, acto seguido y sin pizca de acritud, proseguir ―: Algo impaciente, recuerdo, un “qué” que pronunciaste con un punto de ansiedad, de vehemencia, deseoso quizás de que dijera algo más que te sacase del atolladero en que te habías metido pretendiendo que, como de la discusión sale la luz según reza un viejo proverbio, daríamos los primeros pasos discutiendo para terminar desembocando en algún camino imaginariamente despejado y sin obstáculos por el que podríamos continuar nuestra andadura departiendo en buena armonía, ¿verdad? – Verdad ― admití, en tono compungido. Etiqueta: De entre los papeles de un baulito chino Categoría: Telas de araña
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.