About the work
https://valentina-lujan.es/U/untrabajodecampo.pdf
Una guarrería, mi “trabajo de campo”.
Quería vivir en carne propia que era eso de la ‟huelga general” tan cacareada y, hala, a la calle que me eché a eso de las siete y media u ocho de la mañana.
Entre que no tengo costumbre de madrugar y que estaba muy excitada ― emocionada, casi, como una corresponsal de guerra recién salida del horno de su promoción que acude por primera vez al campo de batalla ―, las pocas horas, no más de tres, que estuve en la cama no pude dormir.
Me puse el despertador, y me calcé unos zapatos planos por sí algún piquetero exaltado me amenazaba con un garrote y tenía que correr; no me puse pendientes ni sortijas por sí resultaba accidentada y algún desaprensivo ― aprovechando que a lo mejor el mandoble me había dejado inconsciente ― me los afanaba. Me dejé en casa y adrede las tarjetas de crédito llevando conmigo, tan sólo y en un bolsillo de la cazadorita esa vaquera que me da un cierto aspecto de señora moderna, el carnet de identidad.
Nada más asomar la nariz a la calle, y aunque me había percatado al levantarme y mirar por la ventana, noté yo poco ambiente. El bar estaba abierto y, para irme familiarizando con el día de emociones que había empezado a sospechar no me esperaba, me acerqué ― más que por desayunar, que ya puesta en situación lo hice, por ir precalentando mi ánimo ― y allí que estaba Andrea, más atareada si cabe de lo que suele, y las mesas y la barra tan llenas como siempre a esas horas de gente.
En una de las mesas había tres que hablaban del asunto y, muy educada y pidiendo ‟disculpen, no trabajo y ando bastante desconectada de lo que no sea mi barrio”, les solicité noticia de cómo andaba la cosa. Me contestaron que de ninguna manera, que no se notaba por ninguna parte nada.
En lo que caminé por Francisco Silvela hasta el metro las caferías estaban abiertas, y Opencor también, y los dos talleres de mecánica del automóvil; y cerradas, como es lógico pero no por la huelga, las tiendas que abren por costumbre a las diez.
El metro de Avenida de América, con su intercambiador de autobuses incluido, estaba a las ocho y media tan tranquilito, lleno de gente para acá y para allá, pero sin aglomeraciones ni agobios ni empujones ni piquetes y sí, sólo, un grupito de tres policías conversando, relajados, al final de cada tramo de escalera.
Los andenes ni desiertos ni hasta los topes, en los vagones casi todo el mundo iba sentado, y al llegar a Manuel Becerra otra vez cafeterías abiertas; aunque no todavía el quiosco de prensa, pero sí el de las flores de delante de la iglesia con su (la iglesia) pobre que pide en todas las puertas de todas las iglesias.
Un ratito después, siendo ya algo más de las nueve, el de prensa ya sí que estaba abierto.
Como ya había vivido la experiencia del metro regresé caminando, me fijé en que lo que se notaba era más movimiento de coches que otros días ― y escuché luego en la radio que en efecto el tráfico había aumentado en un nueve por ciento. Unos minutos antes de las diez estaba en casa. Me metí en la cama y dormité y escuché radio hasta la una.
Misión cumplida.
29/9/2010
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.