About the work
https://valentina-lujan.es/m/mayoresconreparos.pdf
Allá en mi infancia vendían en los quioscos un cuadernito que se llamaba Cartelera en el que venían, cada semana, todas las películas de todos los cines de Madrid y, al lado de cada título, un número que podía ser 1, 2, 3, o 4.
A pie de página podían leerse las equivalencias de los números, qué significaban, y ahí te enterabas de que 1, la película era tolerada; 2, para mayores; 3, para mayores con reparos; 4 gravemente peligrosa.
El 1, el 2 y el 4 los entendía yo bien, o me hacía al menos una composición de lugar, pero, el 3…
El 3 me traía loca porque me hacía invariablemente preguntarme si quería decir que la película era apta para mayores pero que quien le adjudicaba la calificación no estaba del todo convencido de que debiera serlo o, que también podía ser, que la película era apta para mayores, sí, pero sólo para aquellos mayores que sintiesen unos reparos que… ¿Qué tipo de reparos?, ¿reparos a qué?, ¿ante qué?, ¿frente a qué?...
Me inclinaba más por la primera interpretación, pero… ¿y si me estaba equivocando?
Y no era lo malo que me pudiese estar equivocando yo, que como era pequeña no podría verla en ninguno de los casos; lo peor era que ellos, los mayores, también podían estar interpretando la calificación erróneamente y, por tanto, acudiendo sin la menor cautela a ver una película que vaya usted o cualquier otro u otra que pase por aquí a saber si iba a ser la película idónea para encajar, ceñirse como el anillo al dedo, con los particulares escrúpulos de tal o cual mayor en concreto.
Me asaltaba entonces una terrible zozobra, y me empezaba a picar todo el cuerpo, y me daban ganas de ― venciendo mi timidez ― plantarme en la puerta del cine, con los brazos abiertos cortando el paso a tanto adulto incauto, y ponerme a vociferar exhortándolos a no dar ni un paso más antes de someterse a un minucioso autoanálisis que tras rastrear palmo a palmo su pasado, sus recuerdos, y sus carencias y sus afectos y sus rencores y sus traumas, arrojara sobre sus consciencias la luz necesaria para, una vez en posesión absoluta y completa de sus respectivos “yoes”, saber evaluar con objetividad si lo que se disponían a hacer les iba a beneficiar o a causar un perjuicio cuyo alcance yo, una niña tan pequeña, me sentía del todo incapaz de predecir.
Pero no lo hice nunca, por lo de la timidez; nunca lo hice y hube de ver aterrada, en cantidad de ocasiones, cómo incluso mis padres se marchaban tan contentos y del todo inocentes a ver una película que ya veríamos si no terminaba acarreando algún disgusto.
Y luego, si a lo largo de la semana ― mis padres iban al cine los sábados por la tarde ― surgía alguna clase de problema y ellos discutían, por lo que fuese, o tenían algún tipo de actitud que me causaba angustia o inquietud, lo achacaba a que seguramente aquella película no había sido adecuada para ellos, que no habían podido interpretarla correctamente ni sabido incorporarla a su sentir sin conflicto porque carecían de los reparos necesarios o convenientes o…
Aunque a lo mejor sí que tenían los reparos perfectos para que cualquier otra fuese una suerte que la viesen porque, y también pasaba con frecuencia, había semanas enteras que las cosas iban en casa literalmente como la seda.
De cualquier modo yo me quedaba más tranquila cuando pasábamos la tarde del sábado en casa, o nos íbamos los tres a alguna tolerada, o se marchaban ellos solos a alguna de la que yo me hubiese enterado al leer mi padre la reseña en voz alta de que era “gravemente peligrosa” porque, por lo menos, esta era una advertencia lo suficientemente clara y rotunda como para que mis padres, que yo estaba segura de que no eran tontos, supiesen a qué atenerse.
12 de noviembre de 2009
Oquios
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.