About the work
http://valentina-lujan.es/alicia/ydeunhumvers.pdf
y de un humor horrible ― me sentí inclinado a imaginar a la vista de cómo entraba por la puerta sin besar a los niños, ni decir buenas tardes, y dando sí un portazo con los cabellos chorreantes y gruñendo “¡asco de lluvia¡” ―, a reconocer ni la estancia que debería serle tan familiar como la palma de su mano o como el par de adorables querubines a los que miró con extrañeza preguntado, dejándose caer sobre una silla, “¿y estos niños quiénes son?” para añadir, sin aguardar respuesta, que qué vida tan aperreada le había tocado vivir, y que si no había en aquella casa un poco de café, y “¡qué harta estoy!” y, a mí, que ya me podía ir largando porque detestaba, aborrecía, le daban cien patadas los tipos como yo…
Ah… Y que eso del par de adorables querubines ― “entérese cantamañanas cursi del carajo”, gritó ― y una mierda… “¡Pero, hombre, por favor!”.
Y que qué se habría creído este imbécil; es decir: yo.
Que habría sido una forma no menos airosa que cualquier otra de terminar pero yo, que siempre he sido un imbécil ― en eso ella tenía toda la razón de este mundo aunque en otras muchas cosas pudiera estar equivocada o por lo menos no poco confusa por culpa, entendí , del conflicto emocional en que se hallaba inmersa por causa de la tormentosa e ilícita relación que, según mi madre y que por cierto Lola ya me ha advertido de que se la llevan los demonios cuando se mete en su terreno, mantenía con aquel tipo maduro del traje azul, tan bien plantado ―, me quedé ahí, allí, con cara de tonto delante de la puerta cerrada de un golpe y la garganta seca frente a él, que me mira con cara de no comprender porque, fuera por cualesquiera de las diversas variopintas circunstancias aleatorias que pudiéranse por ventura o desventura terciar, o por cualquier otra que no acertase yo a prever, la continuación se negó a no discurrir por alguno de los cauces que tenía yo más o menos tanteados como del todo intransitables sino por uno nuevo, distinto e impensado aunque no menos extravagante, desde luego, como el que la señora de Ramírez hijo descubrió cuando, removiendo el azúcar del café que le había servido la señora de Ramírez padre, tuvo la extemporánea, descabellada ocurrencia, de ― ante el estupor de los pequeños, y de los mayores, y del pudiéramos llamar “intermedio” porque Ramírez era un hombre de estatura normal, ni alto ni bajo ― saltarse todas las normas de la urbanidad y de la elegancia y del decoro soltando, de sopetón y a bocajarro, que… ¡qué caramba!, que por qué no… ¡verdad! ― y se reía, muy contenta, mirándolos a todos de uno en uno en demanda de una aprobación que por qué no iban a darle… ¡qué bobada! ―, por qué no cuando era algo que le venía rondando por la cabeza y… bueno, dijo, encogiéndose de hombros y poniéndose con resolución en pie para, llegándose al menor de los niños ― entretenido, tal vez por la admiración y el cariño que profesaba al abuelo, en hacer una pajarita de papel ―, acariciarle amorosa los cabellos y declarar “¡pero si sois mis hijos!” y añadir que qué estupideces tan sin sentido se dicen a veces, en algún momento hay que tomar decisiones y este no es ni mejor ni peor que cualquier otro para invitarlo… no ya, por supuesto, a degustar uno de esos deliciosos platos en los que mi marido le habrá dicho soy tan diestra, pero sí a que… En fin, basta ya de rodeos: puede llamarme Sonia.
– ¿“Puede llamarme Sonia”? ― él, mi amigo, cuando al fin reaccionó.
– Sí.
– ¿dijo que la podías llamar Sonia?
Y se pone de pie, y camina hasta el ventanal y se queda, un rato, allí mirando los coches y las gentes y los escaparates del otro lado de la calle donde, recuerdo, novias de cartón piedra exhiben trajes blancos, sonrientes, inmaculados e impolutos contemplando, a salvo de las primeras gotas de una lluvia gruesa, cómo las formas de las nubes se van modificando, inmóvil, despacito, indiferentes, para dejar de ser el mapa...
Versaciones
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.