About the work
https://valentina-lujan.es/E/enelfragor.pdf
Había un hombre atado a una estaca que no tenía ojos y en sus zapatos estaba escrito el código civil, en otro idioma, de un país desconocido interpretado alegremente al violín por otro hombre no atado, ni por causas ajenas a la voluntad última de su bella y por ende enormemente voluble esposa fallecida en circunstancias extrañas años atrás ni, en este caso en concreto — habitual por cierto hasta la fecha y el extremo de no requerir, aparte de las investigaciones rutinarias que se llevan a efecto siempre que existen sospechas fundadas de que una simple inspección ocular no va a esclarecer del todo los porqués a veces tan complejos de cualquier acto humano en apariencia inicuo y digno del más severo de los castigos consignados en nuestro propio código redactado por nuestros propios legisladores y en lengua vernácula , escenografía ni decorado ni más acompañamiento que el séquito constituido de mala gana y a empujones por una pequeña banda de aserradores bien dispuestos y muy mal encarados compuesta ya desde bien temprano y en semicírculo alrededor de un atardecer ventoso que amenazaba tormenta por el lechero con sus correspondientes vacas, el encargado de la oficina de patentes y marcas con sus manguitos y sus anteojos, el comprador compulsivo que por azares del destino o con las prisas hubiese adquirido inopinadamente el compromiso estúpido de servir el desayuno a los rezagados y rezongones que se quejarían indefectiblemente de que estaba frío o falto de azúcar, y, cerrando filas, una señorita que encantadora ella de serpientes pese a no tener apenas práctica en semejantes lides no perdía los nervios ni cesaba de sonreír asegurando que no había nada que temer ya que no eran venenosas —, a nada ni a nadie que, a su vez y con intermitencias harto irregulares unas veces e imprecisas otras que oscilaban entre la más deliciosa de las espontaneidades y el más tedioso y monocorde de los rigores científicos, hubiera debido en circunstancias menos dramáticas imaginar jamás nada tan ridículo como el verse — escorado, tirando a borroso y medio de refilón o de soslayo— involucrado en la necesidad de literalmente desgañitarse pretendiendo no rodilla en tierra y ramo de flores en ristre a la señorita de las serpientes, que aun con el atenuante de sus innegables encantos no era su estilo ni entraba ni podría nunca entrar en sus planes por una simple cuestión de espacio vital, en primer término, ni por otra bastante más compuesta de unas prioridades que no albergaba intención alguna de airear en segundo ni en tercero ni en ninguno de quién podría saber qué otros innumerables por escasez de aforo posibles términos, al ectoplasma por bello que pudiera ser de una difunta a la que no tenía el placer de haber conocido sino, apenas y tan sólo, implicado y nada más en concepto de cómplice o mero encubridor/a en la obligación ineludible de meter en las cabezas de sus convecinos conceptos tan abstrusos como que si tan cierto era que como que por causa de que un triángulo fuese rectángulo el cuadrado de su hipotenusa tendría indefectiblemente que ser igual a la suma de los cuadrados de los catetos del citado rectángulo podría serlo el rumor mal que les pesase a los presentes bajo los efectos perniciosos hasta la saciedad de lo muy endeble del argumento esgrimido por el del violín aduciendo que todo había sido una patraña por desacreditarlo y siempre — igual que en el supuesto anterior, ya que las premisas y sus equivalencias había que mantenerlas por muy escurridizas o renuentes a ser sostenidas que pudiesen parecer en aquella primera e informal toma de contacto — a la sombra de que la verificación de los resultados soportase sin pestañear ni dar muestras de fastidio la prueba del nueve de unas olas que en nuestras latitudes y por causa de que éramos todos gentes de tierra adentro eran desconocidas pero que, por qué no, estarían a buen seguro y en algún lugar por lejano o inimaginable que pudiera resultar para nuestras mentes, batiendo palmas de contento si las cosas salían bien o, a sí mismas, en retirada con desorden y enorme estrépito si volvían a salir mal y fracasaban de nuevo en el empeño de derribar aquel odioso acantilado tan terco; pero se veía, en el espejo del fondo de la sala, reflejado fielmente y hasta el más mínimo detalle frente a la maldición que lo exponía de forma reiterada y sin saber por qué siempre que creyéndose libre de cualquier clase de ataduras acudía a visitarnos y aceptaba el papel en apariencia inocuo de un alguien no atado a nada ni a nadie a la mirada torva de unas gentes que, aun sin motivos bien traídos y mejor argumentados — como puede verse en la exposición detallada más arriba de los hechos — desconfiaban sistemáticamente de él atribuyéndole culpas, inexactitudes y desórdenes que, en una opinión de la que empezaba a dudar que fuese suya, en absoluto le correspondían pero no se decidía en su irresolución a rechazar aunque tal actitud nada mas fuese un intento no poco desmañado de no indisponerse con una autoridad que lo despreciaría por revelarse como entidad perturbadora de un orden que en absoluto, de momento al menos, hubiera sido justo ni de recibo el alterar.
8 de mayo de 2012
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Code: | 2304063994060 |
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Date: | Apr 6 2023 17:29 UTC |
Author: | Valentina Luján |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.